martes, mayo 13, 2025

“¡ Lenin vive ¡”

Rajak B. Kadjieff / Moscú

*Fue el grito de los ateos y veteranos de la Revolución.
*El miedo real y fundado al llamado “zar rojo”.
*La Unión Soviética de llamó así desde 1922.

Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, se instaló en el Kremlin de Moscú tan luego triunfó del levantamiento del 25 de octubre de 1917, desde el que gobernó Rusia -que antes de su muerte en enero de 1924, hace más de un siglo- pasó a llamarse Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
En el invierno de 1922 se decidió cambiar el nombre a la nación, cuando el dirigente histórico a quien sus adversaron llamaron el primer “zar rojo”, un apodo impuesto en plena guerra civil escenificada por “rojos” y “blancos”, vencedores y vencidos, unos dueños del poder y los otros despojados de él.
Sus biógrafos, entre otros Lev Danilkin, coinciden en que Lenin vivió temeroso de sufrir algún atentado, “aunque recordemos que él que había ordenado docenas de acciones violentas antes, durante y después de su exilio de diez años en diferentes países de Europa:
“Ningún zar, ni siquiera en el peor momento del terrorismo radical temió tanto por su vida y vivió protegido como Lenin”, escribió Danilkin, para luego recordar que los ateos y veteranos de las tres primeras décadas del siglo XX exclamaban: “¡ Lenin vive ¡”.
A pesar de la protección del temible y letal Escuadrón de los Fusileros Letones, intentaron asesinarlo en dos ocasiones, en enero y agosto de 1918, como cuando la anarquista judía Fanny Kaplan estuvo cerca de matarlo, y solamente lo hirió en el cuello.
Sin juicio, sumariamente, Fanny Kaplan fue fusilada sin juicio previo en uno de los patios del Kremlin, dando lugar a que los bolcheviques respondieran endureciendo la represión y endiosando a Lenin.
Esto ocurría en momentos en que, a partir de ese episodio fallido, empezaron a aparecer poemas, odas y artículos endiosando a Lenin, hasta compararlo con Buda, Alá, Jesucristo y otros personajes que han dado pasos históricos a favor y en contra de la Humanidad.
El culto a la personalidad alcanzó índices ridículos; pero estaban presentes en el país y entre los lacayos comunistas extranjeros, y cuando Lenin murió, el 21 de enero de 1924, el ejemplo más evidente fue la sustitución del nombre de Petrogrado por Leningrado, el 26 de enero.
En un referéndum celebrado en 1991, los vecinos recuperaron el nombre de la fundación de su ciudad, San Petersburgo, sin que se supiese que las verdaderas causas de su muerte son un misterio, luego de sufrir un tercer accidente vascular cerebral.
El primer síntoma apareció en mayo de 1922 y luego otros en diciembre de ese año y en marzo de 1923, aunque hay rumores y hasta indicios de envenenamiento, si se toma en cuenta que, en el pasado y en el presente, existe tradición rusa de morir de esa silenciosa y lenta forma.
En honor a él se fundó el Instituto del Cerebro, que recibió como primera donación para la investigación el encéfalo de Lenin partido en treinta mil fragmentos, como si fueran reliquias a las que solamente faltaran la bendición del santo Papa de Roma.
Ahí nacieron las dos palabras antes mencionadas: ¡“Lenin vive”!, la consigna, que, dicho sea de paso, se repite cada vez que fallece un figurón de las izquierdas, sea Mao Tsé Tung, Kim Il Sung, Nicolae Ceaucescu, Fidel Castro, José Saramago, Santiago Carrillo, Álvaro Cunhal o Dolores Ibárruri.
La Historia universal nos dice que- tras juegos maquiavélicos e intrigas imparable, lo sustituyó un triunvirato formado por Zinóniev, Kámenev y Stalin, quienes derrotaron a Lev Trotski; pero en poco tiempo Stalin liquidó a sus camaradas.
En síntesis, se hizo del poder absoluto, sin que, a partir de entonces, las masacres, los genocidios, las purgas, el culto a la personalidad y la paranoia oficial cesaran y se volvieran monstruosas, desmesuradas.
Como es habitual, en las potencias capitalistas y entre los exponentes del capitalismo y las extremas derechas, “los aplausos de los comunistas y de los tontos útiles que siempre acompañan a la izquierda acallaron los gritos”.
En su delirio anticomunista, J. D. Vance, ex candidato presidencial estadounidense acompañante de Donald J. Trump en su campaña de 2024, acusó que “la principal de las mentiras rotas desde el desmoronamiento de la Unión Soviética y la apertura de algunos archivos, es la inocencia de Lenin en la represión”.
Desde la Fundación Heritage, se dijo que buena parte de la documentación sobre Lenin, en especial de su juventud, sigue siendo inaccesible, y es la inocencia de Lenin en la represión: “De esa etapa ningún comunista es inocente”.
Los autores occidentales estiman que todas las persecuciones comunistas se centraron en la clase alta y media rusas y el campesinado propietario: “En el siglo XIX, era común escuchar que el futuro sería dominado por Estados Unidos y Rusia”, refiere Heritage en un documento desclasificado.
Esto, dada la mala reputación que luego ganó el imperio zarista como estado retrógrado centralizador, algo puede sonar paradójico; pero es una predicción que se cumplió con bastante exactitud hasta el día en que Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, apareció realmente en escena.
Al inicio del siglo anterior, en 1900, el imperio incluía sesenta millones de ciudadanos de la etnia rusa, junto con una cantidad similar de ciudadanos finlandeses y polacos hasta armenios, pasando por ucranianos y uzbekos.
Ese año, la población total de la Unión Americana -afroamericanos, blancos e indígenas originarios- era solamente de setenta millones, mientras que la Unión Soviética que, gracias a los esfuerzos de Lenin y los enemigos de Rusia.
Se insiste en que éstos, con el apoyo de Alemania y Austria, lo financiaron, mantuvieron y enviaron a Petrogrado en 1917 para que desplazase y sucediese en el poder al imperio zarista, y apenas dobló su población en las décadas siguientes hasta su extinción en 1991.
Los estadounidenses más que la triplicaron, y en 2020 había sólo 135 millones de rusos repartidos –por primera vez desde el siglo XVI– en numerosas naciones y países surgidos del antiguo imperio de los zares fundado en 1513, lo que representa el legado fundamental de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin, y el comunismo soviético hasta su fin la Noche Buena de 1991.

 

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