lunes, diciembre 16, 2024

LECTURAS EN PÁTIMA: Ningún incendio destruyó la Biblioteca de Alejandría

José Antonio Aspiros Villagómez

 

La célebre Biblioteca de Alejandría no desapareció por los diversos incendios que hubo en la ciudad fundada por el conquistador macedonio Alejandro Magno, sino que sobrevivió varios siglos más, aunque precariamente, luego que Egipto se convirtió en una colonia romana tras el suicidio de Cleopatra VII Filopátor en el año 30 a.C.

En su libro, titulado precisamente ‘La Biblioteca de Alejandría’ (RBA Ediciones, 2019), sostiene lo anterior el autor español Marcos Jaén Sánchez con base en una serie de datos, la mayoría documentados y otros sólo razonados a partir del contexto, a falta de mayores fuentes.

No hay indicios, dice, de que hayan sufrido daños la Biblioteca y los libros cuando Julio César mandó incendiar unos barcos durante una batalla contra los enemigos de Cleopatra, si bien el fuego se extendió a los edificios contiguos. Tampoco, cuando en los años 272 y 296 d.C. la ciudad fue devastada.

De esa manera, el investigador contradice lo que escribieron al respecto antiguos autores como Tito Livio, Plutarco y Dion Casio, al tiempo que descarta las abultadas cifras (700 mil) que han sido mencionadas de libros existentes en esa Biblioteca, y de los cuales se desconoce su paradero. Hasta la fecha hay un debate al respecto y nadie ha sugerido que sean los miles de papiros encontrados a finales del siglo XIX en Oxirrinco, un lugar unos 300 kilómetros al sur de El Cairo.

Si bien la idea del primer Ptolomeo era reunir los 500 mil libros que se suponía habían sido escritos hasta entonces por todos los pueblos del mundo, según Jaén cuando terminó esa dinastía tres siglos después, la Biblioteca debe haber tenido como máximo unos 50 mil rollos de papiro entre originales y copias, equivalentes a 12,500 libros actuales.

De cualquier forma eran tantos, que fue necesario abrir una segunda biblioteca en tiempos de Ptolomeo III y desarrollar sistemas de catalogación cada vez más avanzados. Calímaco de Cirene es considerado hoy el padre de la bibliografía y la biblioteconomía.

En uno de esos cambios se hicieron listas con los autores más importantes (los “classici”) en cada género (Homero, Esquilo, Tucídides y Demóstenes), y gracias a ello muchos libros fueron muy copiados a mano, luego impresos en su momento, y así nos llegaron.

Entre esas obras destacan la Ilíada y la Odisea. El supuesto primer director de la Biblioteca, Zenódoto de Éfeso, fue quien inició la polémica actual sobre la autoría de esas obras, y posteriormente Aristarco de Samotracia, un filólogo que dedicó a Homero 40 de sus 800 volúmenes de comentarios críticos, se enfrentó a quienes sostenían que ambas obras eran de autores diferentes.

Marcos Jaén inicia su relato con la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.) y el reparto de su imperio entre sus generales. Uno de ellos, el culto macedonio Ptolomeo Lago -discípulo de Aristóteles- gobernó Egipto durante 38 años como Ptolomeo I Sóter (salvador) hasta que ya anciano abdicó en favor de su hijo.

Este emperador fue quien dispuso crear junto al palacio imperial el Museo (o templo de las musas, inaugurado en el 297 a.C.) y poco después la Biblioteca, que durante siete siglos albergaron a poetas y científicos, el último de los cuales en el siglo IV d.C. y ya bajo el dominio romano, fue el matemático Teón, quien además educó a su hija Hipatia en matemáticas, astronomía y filosofía. Ella fue asesinada por una turba de fanáticos cristianos cuando la Biblioteca ya no existía.

La Biblioteca –dicen en las 137 páginas del libro Jaén y el autor de los interesantes anexos (genealogía, cronología y biografías), Luis García– fue el centro cultural más avanzado del mundo en su época y las obras ahí escritas influyeron hasta la época del Renacimiento. Ptolomeo había aprendido en la Mesopotamia la importancia del conocimiento escrito y por eso ordenó comprar, transcribir y traducir al griego manuscritos, y fomentó la creación de nuevos libros con las investigaciones de los ilustres huéspedes del Museo.

Sin embargo, la consecuencia de cambiar la antigua difusión oral del saber por la escrita, fue que el conocimiento dejó de ser popular y se volvió elitista. Y por otra parte desde entonces hubo trampas, como cuando Aristófanes de Bizancio, uno de los grandes directores de la Biblioteca, fue miembro del jurado de un concurso literario y demostró los plagios cometidos por algunos participantes, incluido el ganador.

Otro célebre director, Eratóstenes de Cirene, se definió como “amante de las letras” (philologos), pero no limitadas a lo literario (kritikos o grammatikos). Y escribió la ‘Geografía’ en tres volúmenes con sus cálculos sobre la dimensión de la Tierra, que resultaron casi exactos.

Mientras que el astrónomo y matemático Claudio Ptolomeo -huésped de la Biblioteca- dio a conocer su teoría geocéntrica (idea heredada de Platón y Aristóteles, pero formulada de manera empírica), que perduró cientos de años hasta que Nicolás Copérnico postuló el heliocentrismo en el siglo XVI.

Cuando gobernaron Egipto, los emperadores romanos tuvieron problemas políticos y militares, y decayó su atención a la cultura. Tal vez con excepción de Adriano, menospreciaron el Museo y la Biblioteca, lugares que también perdieron interés para los egipcios cuando Constantino se convirtió al cristianismo. Es probable, dicen los autores de ‘La Biblioteca de Alejandría’, que esa instalación haya cerrado en tiempos de Teodosio a finales del siglo IV, cuando el obispo Teófilo destruyó el Serapeo, santuario de los Ptolomeos griegos construido casi 700 años atrás.

En octubre próximo se cumplirán 18 años de que fue inaugurada en Alejandría una nueva y majestuosa Biblioteca, 2,292 años después de la primera, gracias a una iniciativa del presidente de Egipto Hosni Mubarak y el apoyo de la Unesco y diversas donaciones. Una estatua de Ptolomeo I Sóter preside el acceso al imponente edificio.

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