martes, febrero 25, 2025

“Las torres acebolladas son emblemas de mi Patria”

Rajak B. Kadjieff / Moscú

*La primera y grata impresión de Pablo de Aleppo.
*Los bellos elementos arquitectónicos de sus templos.
*Son ornamentos que parecen sacados de un cuento.
*Cuando Pedro I trasladó la capital a San Petersburgo.
*Una historiadora reconoce su valor y hermosura.
*Son Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1990.

“La ciudad empieza a verse hermosa a la distancia, halagando a la vista por su belleza, una hermosura en la que sobresalen decenas y decenas de torres y cúpulas esbeltas de los templos resplandecientes en oro, como elementos siempre presentes”.
Así describía el Moscú del siglo XVII el historiador y viajero Pablo de Aleppo, llamando especialmente su atención las enormes cúpulas de bulbo o cúpulas acebolladas, algunas simples y de madera, sin color siquiera, otras doradas e imponentes, que decoraban muchos de sus templos.
¿Qué tienen de especial esos elementos arquitectónicos tan característicamente rusos? No es de creerse; pero ese peculiar estilo de construcción es una herencia de los mongoles que invadieron esos territorios en 1237, haciéndose llamar la Horda de Oro.
Fue uno de los grandes imperios desprendidos del Islam, al que la iglesia ortodoxa fundada un cuarto de siglo atrás le dio un significado: la representación de las llamas de las velas encendidas que alumbran el interior de los templos.
¿Por qué Rusia tiene cúpulas en forma de cebolla? El número que se encuentra en las torres de cada recinto también tiene un simbolismo religioso que se explica así : una cúpula simboliza a Cristo ; y dos, representan a sus dos naturalezas como hijo de Dios .
Otras tres, a la Santísima Trinidad; cinco, a Jesucristo con los cuatro evangelistas; siete, a los sacramentos ; nueve, a la corte y jerarquía celestiales ; y trece, a Cristo con sus doce apóstoles.
Sin embargo, la iglesia ortodoxa rusa también adoptó este elemento arquitectónico por lo utilitario que resulta, ya que evita la acumulación de nieve sobre las cúpulas, por lo tanto, sus colores se conservan en mejor estado.
¿Cuál de esas cúpulas en forma de cebolla es un monumento histórico imperdible? La respuesta la tiene Elizaveta Ochovskina, historiadora reconocida en los ámbitos religiosos moscovitas, quien dice que la emblemática catedral de San Basilio es uno de los principales ejemplos de las cúpulas de la gran capital: “Ese templo y sus cúpulas son emblemas de mi Patria”, añade.
“Tiene nueve y -agrega- están colocadas sobre las pequeñas iglesias que conforman el recinto sagrado, las cuales se conectan a través de galerías y pasadizos, que son nuestro orgullo, un complejo declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1990, un año antes de la extinción de la Unión Soviética”.
En ese siglo XVII, Moscú se desarrolló como centro económico, político y, sobre todo, religioso, con miles de devotos de la virgen de Kazán -que por su lado tiene un templo dedicado a ella en la ciudad de ese nombre-, luego de ser ocupada por tropas de Polonia y Lituania, liberada por Kuzmá Minin, un caudillo con estirpe y raigambre popular.
Otro personaje querido desde la antigüedad fue el príncipe Dimitri Pozharski, quien luego de expulsar a los intrusos y encontrar a la urbe en ruinas por los bombardeos y los incendios, sobre las calles y callejones desaparecidos ordenó alzaran grandes palacios y nuevas construcciones para el gobierno.
Fue cuando se construyeron las tres principales y célebres torres del Kremlin, y las infaltables e imprescindibles torres acebolladas y otros edificios religiosos coronados por capitales magníficos, así como palacios que se edificaron extramuros, algunos de los cuales aún se conservan.
En 1712, el zar Pedro I trasladó la capital moscovita a San Petersburgo, ciudad que inició su construcción en 1703, fundada luego de colosales esfuerzos sobre el río Nevá y a orillas del golfo de Finlandia, convertida con el tiempo en otra parada imperdible, para admirar la ” Iglesia de la Sangre Derramada ”, porque fue erigida en el mismo lugar donde fuera asesinado el zar Alejandro II, en 1881.
A este templo no podían faltarle las consabidas cúpulas: se le añadieron cinco, cubiertas de cobre y esmalte, e interiores cuyas paredes fueron decoradas con siete mil metros cuadrados de baldosas que narran grandes pasajes bíblicos e históricos, en los que figuran los zares anteriores a la dinastía Románov, que en casi tres siglos (1613-1917) dejarían su impronta en la Madre Rusia.

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