jueves, noviembre 28, 2024

Las mil y una noches de Mohamed Salah

Luis Alberto García / Moscú

*Fenómeno social en Egipto, llevó a su país a Rusia 2018.

*Por sus orígenes modestos es llamado el dios de los parias.

*El delantero del Liverpool es orgullo de la comunidad musulmana.

 *El faraón ganó la “Bota de Oro” de la Premier League inglesa.

*Gane o pierda, su país se paraliza cuando juega el Liverpool.

*Hace labores filantrópicas, abriendo escuelas y aportando dinero.

 

 

A pesar de mover cifras de dinero vertiginosas, pocas disciplinas hay tan igualitarias como el futbol, con la participación imprescindible de cinco objetos elementales: un balón, dos postes, un travesaño y un pequeño espacio para correr, brincar y patear.

Éstos son suficientes para armar la fiesta, al alcance hasta de los niños pobres que saltan descalzos por los campos de arroz de los humildes pueblos del delta del legendario y mítico río Nilo.

Ahí, en la cuna de una de las culturas más portentosas de la antigüedad está Basyuoun, donde, en el barrio de Nagrig, el 25 de junio de 1992 nació Mohamed Salah, delantero del Liverpool y de la selección nacional de Egipto.

Por esos orígenes humildes, Mohamed Salah ha sido llamado el dios de los parias, el faraón egipcio que asombró a Europa desde su arribo a Italia y después a Inglaterra, no obstante la mala fortuna que tuvo en la breve participación de él y sus compañeros en la Copa FIFA / Rusia 2018.

La temporada 2018 fue magnífica para el ariete que, el sábado 26 de mayo de ese año, retó al Real Madrid en la final de la Liga de Campeones europeos, apuntando como lo hizo con sus modos terroríficos en la Roma.

Sin embargo, cuando en el verano de 2017 llegó a la cancha de Anfield, nada hacía presagiar que batiría la marca de goles en una temporada de la Premier League con 32, para ser nombrado el mejor jugador del torneo, ganar la “Bota de Oro” y llevar a los Diablos Rojos a la final de la Copa de Europa.

Y pese a todo ello, ningún gol lo hizo más feliz que el que clasificó a Egipto para una Copa del Mundo 28 años después, marcado en el último minuto del partido decisivo de las eliminatorias africanas contra el Congo.

Capitalizada políticamente por el gobierno golpista de Al Sisi, aquella noche se desató la histeria nacionalista en Egipto, en el que era lógico, cayera bajo el influjo de la Salahmania,  el Faraón como lo apodan sus compatriotas, omnipresente especialmente en El Cairo, la convulsa capital con el héroe pintado en murales callejeros y en los cristales de los taxis.

El país ha enloqueció con Salah, como enloquece todo, paralizándose, gane o pierda, cuando juega el Liverpool, debido a la devoción que inspira Salah que no solamente disfruta de sus triunfos, que se amoldan a su carácter generoso y sencillo, además de su condición de ferviente creyente, ingredientes han enamorado a los egipcios.

“El país se reconoce en él, porque Salah encarna las cualidades que al pueblo y el gobierno militar egipcios les gusta atribuirse”, comenta un periodista, quien oculta su nombre para no dar lugar a censuras gubernamentales, y añade que el hijo prodigio de Nagrig no ha olvidado sus orígenes.

Con sus primeros salarios en la Roma, sufragó la construcción de una potabilizadora para que sus vecinos puedan por fin tener agua corriente limpia, así como el haber dado dinero para la edificación de una escuela en su barrio.

Ocultando su anonimato, el colega egipcio dice que el meteórico ascenso de Mo –como le llaman en Inglaterra- no podía llegar en mejor momento para un país tan necesitado de unas dosis de escapismo, amargado por un severo plan de austeridad y una despiadada represión política.

Egipto –añade- también está necesitado de un referente de excelencia que colme el hiriente vacío entre un pasado glorioso y un presente deprimente, y hoy, con la importancia que tiene el futbol en el mundo entero.

“Salah es el mejor embajador posible de Egipto”, explica Essam Chawali, locutor de una cadena que transmite el futbol en árabe, cuidadoso al esquivar la política en un país polarizado, y no habiendo jugado en ninguno de los dos grandes clubes del país, Al-Ahly y Zamalek, Salah no tiene detractores.

Se ha vuelto un lugar común el señalar que la historia del futbol está plagada de niños que dejaron atrás la pobreza gracias a su pericia con el balón, sea en Brasil, México, Argentina o donde se quiera; pero la magia de las mil y una noches de Salah ha hecho reverdecer una casi extinta solidaridad panárabe.

De Marruecos a Iraq pasando por Túnez, se oye entonar el “You’ll never walk alone”, el himno deportivo del Liverpool, en un inglés exótico, además de que en Gaza todos los niños sueñan con ser como Salah.

“Es el nuevo ídolo. Nunca un árabe había llegado tan lejos en el futbol”, comenta Ahmed Munawi, un fotógrafo tunecino, quien informa que el Faraón ya cuenta con un canal televisivo a su nombre en el más conocido satélite panárabe.

Sin embargo, es quizás la exhibición desacomplejada de su fe musulmana en una Europa con tintes xenófobos como en Italia y Hungría espacialmente la que suscita una adhesión más visceral entre sus correligionarios.

En el estadio de Anfield –al que asistían de niños Paul McCartney, Richard Starkey (“Ring Star”) y George Harrison-, ya conocen y vitorean su ritual después de cada gol: se separa de sus compañeros y se postra en el césped a hacer el Sujud, la plegaria en el Islam.

Con decir que hasta los ahora auto controlados y antes temibles “hooligans” lo han incorporado en sus cánticos: “Si marca unos cuantos más, también yo seré musulmán”, dice Christopher South, jefe gamberro para quien Salah es un símbolo de éxito, que transmite una idea de los musulmanes.

Su imagen es diferente a la que presentan en los medios occidentales, vinculada a la violencia y al fanatismo; pero es que hay muchos Salahs en Occidente que pasan desapercibidos”, afirma South, concluyendo que fue una pena que en la final ante el Real Madrid, en Kiev, Salah no tuviera la oportunidad de mostrarse ante Cristiano Ronaldo, que no es un dios menor.

En caso de haber triunfado en la capital ucraniana o de que la selección de Egipto hubiese avanzado en la Copa del Mundo de Rusia, su actuación podría ser celebrada no solamente entre los marginados del orden geopolítico, sino también entre los desheredados del mundo del futbol.

Hasta ahora, en los más altos rangos de su jerarquía apenas ha habido lugar para un ídolo que no fuera europeo o latinoamericano y Salah, por supuesto, puede convertirse en el dios de los otros parias.

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