De Octavio Raziel
Quienes han tenido la oportunidad de vivir una temporada en el campo, o sencillamente visitarlo, sabrán apreciar su silencio, que no lo es del todo, pues está acompañado del sisear del viento, el crujir de las hojas o el movimiento de las ramas cuando furtivamente los duendes se esconden tras ellas. Esa quietud nos lleva a la reflexión, al descanso de la mente cuando la deforman otros problemas citadinos.
Quietud, tranquilidad, reposo, sosiego, paz…
Cuántas veces anhelamos la quietud, el silencio.
En más de una ocasión buscamos la quietud no sólo externa, sino también interna. La que detiene todo, hasta al mismo silencio.
También está la quietud de la noche, aquella cuando los amantes se besan y se acarician calladamente. Sus manos recorren el cuerpo del ser amado mientras cruje apenas el satín.
Cuando pierdes contacto con la quietud interior, pierdes contacto contigo mismo. Cuando pierdes contacto contigo mismo, te pierdes en el mundo, dicen algunas enseñanzas orientales. Tu yo, tu sentido de quién eres, es inseparable de la quietud, añaden.
Alcanzar la quietud total es alcanzar la paz interna.
En la quietud de esta tarde no dejo de recordar a Eluana Englaro, una chica italiana de 20 años que sufrió un accidente automovilístico y entró a la zona del silencio vegetativo más de 17 años.
Su padre luchó años para que le permitieran partir. Sin embargo, leyes vienen y leyes van, sin lograr que Eluana fuera sacada de su estado vegetativo, “viviendo” sin encontrar la paz, la quietud eterna.
A Eluana, huérfana de madre, algunos médicos, religiosos, políticos y moralistas pretendían negarle a la chica el perdón (¿?) negarle el Cielo. Sobre la chica, en el Vaticano expresaron: “Esperamos que Dios le abra la puerta del Paraíso” y añadieron que dejar de alimentar a Eluana era un asesinato y quienes apoyaron esa postura estarían fuera de la Iglesia militando en la cultura de la muerte.
El padre logró sacar, muy de madrugada, casi a escondidas, a su hija, a la clínica La Quiete (La Calma) en Udine, donde podrían suspenderle el suministro de alimento vía sonda naso gástrica, que le mantuvo en estado vegetativo 17 años.
El cardenal mexicano Javier Lozano Barragán, desde Roma, declaró que suspender la ayuda a Eluana,“es un abominable asesinato” y exigía que se detuviera a“la mano asesina”.
La chica llegó –finalmente- a descansar en La Quiete.
Un lunes, a las 20:10 horas, las campanas del pequeño pueblo de Udine, en Italia, tocaron a duelo. Decenas de personas que apoyaron al padre de Eluana encendieron veladoras en su honor fuera de la clínica de “La calma”.
En ocasiones, la eutanasia no es una victoria de Thánatos, sino de la vida.
Eluana ganó su última batalla contra los “chacales de la política” que enfocaron sus baterías yendo porta a porta acusando a Beppino Englaro de “asesino” y “verdugo”.
Sin dignidad, sin sentimientos, sin libertad. Atada a una máquina. Con la intimidad violada y la voluntad secuestrada, la chavala soportó 17 años en estado vegetativo y su padre 11 de batalla legal.
Qué difícil es alcanzar la quietud.
Miles de seres humanos en estado vegetativo esperan leyes civilizadoras que eviten condenar a todos, pero a todos ellos, a vivir colgados de una sonda para siempre.
En lo personal he dispuesto, en mi Voluntad Anticipada ante Notario, que no se me entube ni se me resucite. El que se fue, se fue.
Al final, Eluana les ganó la batalla. Con Paraíso o sin él, ella resultó vencedora.
Tan duro, tan frío como presumo ser, al enterarme de la partida de la chica se me derritió el hielo de mi alma.