La transparencia de la presidenta

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Federico Berrueto

Nadie puede ocultar lo que trae el alma. De alguna manera aflora. Más cuando el personaje tiene que exponerse públicamente todos los días de la semana. Le sucedía a López Obrador, quien había desarrollado una capacidad para simular emociones; sin embargo, sus pulsiones lo asaltaban y las preguntas a modo de falsos reporteros, que le hacían caer en el juego que él mismo propiciaba. Lo peor era la crueldad que se destilaba, no tanto para condenar malquerientes, sí para desentenderse de víctimas fueran las de la inseguridad o las de la pandemia.

La mañanera ha cambiado con la presidenta Sheinbaum. Es transparente para mostrar sus estados de ánimo y cuidadas preocupaciones. Inevitablemente, se nota, como sucedió el pasado jueves. La presidenta a veces está molesta, en otras emocionada, de sonrisa fácil y de gesto adusto, duro, cuando las cosas no van bien o le incomodan. La obligada pregunta es si contribuye al buen gobierno la comparecencia matutina. Desde luego, sirve para alinear la comunicación vuelta propaganda; facilita el consenso, importante, pero no tan relevante. Son los resultados los que valen y pesan, no la popularidad reflejada en encuestas. La mañanera, la expone.

Son muchos los temas de preocupación mayor para la presidenta: las delaciones de los delincuentes mexicanos ante autoridades norteamericanas, las investigaciones en EU por el huachicol fiscal mexicano, el desastre de la elección judicial y el asalto del proceso por sus afines, el retiro de visa a la gobernadora de Baja California, los impuestos a las remesas, el doble lenguaje del gobierno norteamericano, el asesinato de dos cercanos colaboradores de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, los excesos y el abuso de conspicuos morenistas y lo que se agregue, como la hostilidad y provocación de la CNTE. También hay noticias, como la resiliencia de la economía mexicana y el diálogo en curso con EU sobre temas comerciales a cargo de Marcelo Ebrard.

El jueves la presidenta habló más con su gesto, que su respuesta en el asunto de la llamada con el presidente Trump; es evidente, no salió bien. Al menos para agradecer que el mandatario norteamericano no saliera a elogiarla, porque cada que lo hace viene un golpe. Explicable que no pueda decirse qué ocurrió, pero muchos asuntos requieren explicación de la presidenta en sus propias palabras y al parecer, no hubo oportunidad para presentarlos al presidente Trump o quizá lo que se dijo no fue del agrado de la mandataria y, por lo mismo, se acordó no revelarlo. La discreción es parte de la diplomacia y de las buenas formas.

Conforme pasa el tiempo la mañanera se vuelve contra la presidenta porque la arrolla la velocidad de los acontecimientos. Esto quedó claro el martes cuando festejaba las cifras alegres de la seguridad y en pocos minutos la realidad se impuso al dar a conocer el asesinato en vía pública y a horas de mucha actividad, de dos importantes y estratégicos colaboradores de la jefa de gobierno de la Ciudad de México. La presidenta y sus colaboradores quedan exhibidos; llama a la responsabilidad para evitar la especulación, como si fuera posible, como si los medios y los opinadores, incluso la oposición, solo pudieran decir lo que divulgan las autoridades en sus comunicados. La libertad de expresión da para todo, incluso para que la especulación y los excesos ganen terreno. No está por demás señalar que mientras la presidenta Sheinbaum llama al cuidado y la mesura, el presidente del Senado, la Cámara moderadora del quehacer legislativo, acusa a la oposición como la propiciadora del ambiente que llevó al crimen, un exceso de oportunismo político que merecía que la presidenta le reconviniera. Al menos la secretaria de gobernación aclara que ella ni la presidenta son iguales que el compañero Noroña, una persona de la más baja condición humana quien llevó a la humillación a un ciudadano por un incidente menor que debió resolverse de otra forma, no con el abuso de los recursos el Estado como es la denuncia ante la FGR, no es un problema de una persona, sino de un régimen que lo propicia.

A la presidenta le incomodan los excesos de sus correligionarios, por eso envió a Morena su de catálogo de moderación, prédica en el desierto que lleva a la hipocresía e imposturas. El obradorismo está por alcanzar siete años en el poder, cada vez más difícil o eficaz invocar al pasado lejano y sí al inmediato como causa de las desgracias nacionales. La presidenta lo advierte y lo transparenta. El enemigo de Morena está en Morena.

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