Teresa Gil
CIUDAD DE MÉXICO.- Renato Leduc, periodista, poeta, bohemio, en orden invertido, estaba en París cuando se expropió el petroleo· Sus andanzas, relatadas por él mismo “no eran para investigar, sino en busca de faldas” y estaban ligadas a un oscuro puesto oficial, dependiente de la Secretaría de Hacienda.
–Yo estaba en una oficinita que la Tesorería de la Federación había instalado para cobrar el impuesto del ausentismo, Esta era una jalada parecida al IVA que trata de demostrar que cuatro es igual a diez. La ley del ausentismo pretendía recabar el impuesto sobre propiedades mexicanas cuyas rentas y dividendos gozaban los ricos en el extranjero.
—¿Que impacto te causó la noticia de la Expropiación?
Con voz ronca de tanto hablar, Renato mide el espacio entre los asientos. Se acerca más, “para no castigar la garganta” y entibia el buche de cerveza en la boca. Los parroquianos han dejado de prestar atención. Demasiado cotidiano es en el bar Corinto este hombre de aspecto singular que habla hasta por los codos mientras sus manos siguen la redondez de su bastón.
—El asunto-empieza a responder-, no fue tan impactante como muchos creen. Después de todo estaba en puerta un asunto más grave que preocupaba a todos: la Segunda Guerra Mundial. Un día me levanto y lo leo en la prensa. Le Monde y Le Fígaro, pinche prensa burguesa, se ponían de lado de las compañías expropiadas. La noticia apareció en primera plana, en la parte de abajo, con panegíricos que indudablemente habían sido pagados. Pocos días después llega El Nacional con la versión oficial y nos enteramos de cabo a rabo que Lázaro Cárdenas había expropiado un petroleo que paradójicamente era nuestro.
“No toda la prensa estaba podrida no obstante. Había en París, aún existe pero ha bajado, Le Crapouillot (El Sapito), que tenía mucho peso entre la gente democrática. Este periódico era dirigido por Galtier Boiciielle y su redacción estaba integrada por morteros de trinchera, antibelicistas que habían hecho muchas denuncias contra el ejército. Como consecuencia algunos habían sido fusilados. Los editoriales de este periódico se pusieron a favor de México de inmediato. Lo defendieron incluso cuando México, presionado por el boicot, vendió petróleo a la Alemania de Hitler y a la Italia de Mussolinni”.
“Las llamadas democracias dan a países como el nuestro, vendas y medicinas, me había dicho Indalecio Prieto cierta vez en París, ¡Ah, pero las armas las dan a los fascistas! Y eso mismo sostenía Le Crapouillot criticando a las democracias burguesas de la Europa de la época, que entregaban a Hitler y a la España de Franco, pero se lanzaban contra un país pobre como México que defendía lo que le era propio”.
—¿Tu estuviste ligado de alguna manera a la Expropiación en el extranjero?
—Así directamente no. Ni siquiera nos llegó comunicación oficial. Como único fiscal que era entonces nos dedicábamos otro abogado y yo, a explicarles a los cónsules lo del famoso impuesto del que no entendíamos ni papa. El gobierno había descubierto, de pronto, que el servicio diplomático es la playa de recreo de los políticos indeseables y allá iban ex funcionarios, generales ladrones, y cosas por el estilo. Estos tipos, no contentos con haber salido del país en condiciones sospechosas, hacían todo tipo de tranzas con el dinero que se cobraba en el extranjero. Entonces convirtieron nuestra oficina en un centro de recaudación de finanzas, para evitar cualquier tranza del cuerpo diplomático.
—¿Qué pensaron de Cárdenas los mexicanos que vivían en París en ese entonces?
—Había muy pocos mexicanos por allá en esos tiempos. Quizá algunos que formaron parte de la legión extranjera durante la guerra española. Uno de ellos, Néstor Hernández, muchacho que debe de andar por los 60, fue condecorado no hace mucho en Oaxaca. Estaban también gentes que estudiaban como García Robles, ese funcionario penicilina de la Secretaría de Relaciones que en ese tiempo se estaba especializando en Derecho Internacional. El estuvo presente, me acuerdo, cuando el embajador Eduardo Villaseñor llegó a París a tratar de contrarrestar la campaña que hacían las compañías expropiadas. García Robles y otros abogados hicieron folletos explicando la situación, que se repartieron entre la prensa y la gente del pueblo.
“Narciso Bassols, que por entonces era embajador en Inglaterra y había recibido uno de los chaparrones más fuertes de parte de las compañías inglesas, llegó a París a la par que Villaseñor. Recuerdo que aún se comentada su presencia en la Sociedad de las Naciones para defender a Abisinia de la invasión italiana. El delegado italiano muy soberbio le dijo delante de todas las delegaciones que no podía tomar muy en serio a una persona que se llamaba Narciso”
“El nombre será ridículo” comentó nuestro embajador, “pero en México tenemos un embajador que se llama Scarole Speciale y no sabe uno si es diplomático o aperitivo”
“La anécdota parisina sin embargo se esfumaba ante el fantasma de la guerra. Las gentes que leyeron lo de la expropiación la encontraron congruente con la posición que México había sostenido al defender a Abisinia, pero no profundizaron en ella. El fascismo se expandía a grandes rasgos y el frente popular había sido derrotado. La gran burguesía europea rendía pleitesía a Hitler
—¿Y de Cárdenas que pensaban?
—Nada. En esa época el personaje mexicano más conocido era Villa. Pancho
Villa se había llamado una sección de la legión extranjera en España y Tito de Yugoslavia había peleado contra el fascismo en la primera guerra, en una legión llamada también Pancho Villa.
“Yo regresé a México en 1942 durante el gobierno de Ávila Camacho y recuerdo que lo que más me llamó la atención de la Expropiación Petrolera fue el hecho de que la gente dijera que el señor Buenrostro no era la persona adecuada para estar al frente de Pemex. Fuera de eso, nadie comentaba nada”
—¿Pero tu habías conocido el problema petrolero antes de ir a Europa?
—Claro. Antes de irme yo tenía un amigo El Sapo Rocha, cuyo hermano defensor de campesinos petroleros había sido asesinado por los esbirros de las compañías. Me acuerdo de mi maestro Rafael Rojo de la Vega que trabajaba por entonces en el despacho de Manuel Valero, abogado reaccionario que asesoraba a las compañías. Pues bien, en cierta ocasión Rafael perdió un pleito contra los abogados patronales y estos lo fueron a buscar para hacer las paces.
“Y yo me fui con ellos -me contó Rafael, y al terminar la comida me pidieron que les dijera unos versos. Entonces me puse de pie y les dije: Orizaba, ciudad cabrona e hija de la chingada, montada en una loma verde blanca y colorada” Aquellos tipos se enojaron y sacaron a relucir las pistolas. Rafael salió huyendo y en medio de los tiros.
“Así era, pues la cosa”
Suplemento Unomásuno 18 de marzo 1980
AM.MX/fm