jueves, marzo 28, 2024

“La Revolución se apoya con armas e ideas”

Luis Alberto García / Moscú, Rusia

* Trotski se transformó y tuvo una sólida formación intelectual.
* De los círculos académicos y políticos al exilio en Siberia.
* Errante, recorrió Europa hasta definir sus objetivos.
* La única causa válida era la Revolución permanente.
* Segundo puesto en importancia entre los bolcheviques.
* En México, solamente la muerte tuvo permiso.

“Trotski era un intelectual en el más amplio y auténtico sentido de la palabra”, escribió el ensayista Yuri Annekov: “A diferencia de muchos otros líderes bolcheviques, Lev fue un estudiante que se transformó desde la adolescencia, con estudios impresionantes, un dirigente educado y apasionado en hablar de todos los temas”.

Su intelecto brillante no lo hacía más blando, y al igual que otros bolcheviques, estaba a favor del concepto de “Terror Rojo”; es decir, la eliminación de los enemigos de la Revolución, fuesen quienes fuesen, justificándolo ante la insensibilidad con la cual el zarismo, la aristocracia, la Iglesia ortodoxa y los terratenientes se habían comportado durante siglos sin piedad ni compasión.

“La crueldad —solía decir Davídovich Trotski— es la mayor humanidad revolucionaria”, y en una de sus acciones en el frente de Járkov ordenó el fusilamiento de uno de cada diez soldados que se habían retirado durante una batalla, y la misma suerte corrían los desertores y jefes políticos regionales enemigos.

También aseguraba; “La Revolución se apoya con armas e ideas”, y eso lo comprobó la tarde en que mandó ejecutar a cerca de mil 800 soldados y marinos que, renuentes, no aceptaron la nueva ideología y se negaron a sumarse a los efectivos revolucionarios.

Tal episodio fue en Kronstadt, cuya guarnición ya se había rendido ante el empuje y la fuerza de aquellos militares que estaban listos a ordenar el ataque al Palacio de Invierno y acabar con el antiguo régimen, compartiendo la responsabilidad del ajusticiamiento con Vladímir Antonov- Ovséyenko.

“Entre 1917 y 1921, en los años más violentos de la Revolución y la guerra civil, ocupaba, tras Lenin, el segundo puesto de mayor jerarquía en el partido bolchevique”, recuerda Esteban Volkov, Seva, el nieto de Trotski nacido en Yalta en 1926, cuyo nombre era Vsevolod, responsable de cuidar del legado revolucionario de su abuelo.

Después de que Lenin enfermara y muriera en enero de 1924, la posición del creador del Ejército Rojo se vio en riesgo, y un contemporáneo de Trotski, Semión Liberman, en su libro Building Lenin’s Russia, señala que su punto débil, además de ser gran teorético y orador, era su trato hacia los demás.

“Se estaba quedando solo, con pocos de los suyos”, escribió Liberman, circunstancia que aprovechó Iósif Stalin, quien durante los primeros años de la Revolución ocupaba puestos secundarios y modestos dentro de la estructura partidaria; pero tomó todas las iniciativas y fue ganando el feroz juego por el poder.

Trotski desdeñaba al dirigente georgiano y lo llamaba “el más destacado de todos por su mediocridad”; pero fue Stalin el que consiguió atraer a sus filas, de manera traicionera y discretamente a la mayoría de los dirigentes bolcheviques, gracias a lo cual ganó las discusiones internas.

La muerte solamente tuvo permiso en México, luego de que Lev Trotski con su esposa Natalia Sedova recibiera el respaldo del pintor mexicano Diego Rivera y de su mujer Frida Kahlo para permanecer indefinidamente en esa nación a partir de 1937.

Fue expulsado por Stalin de la Unión Soviética en 1929, con un destino incierto: primero a Kazajistán, luego a Turquía y finalmente al último fiordo helado de Noruega, entre piedras, mares y hielos: “La propaganda estalinista lo convirtió en personificación del mal, en el diablo de la mitología soviética”, reflexionó en Oslo un político socialista.

El revolucionario se trasladó en un barco petrolero a México, después de un viaje de casi veinte días y luego de que los países europeos les negaran visas de entrada a él y a Natalia Sedova, hasta que llegaron a un puerto del Golfo de México, durante un tiempo que concluiría con su etapa de peregrinos, de migrantes sin destino.

Antes y después de esa saga, Lev Trotski criticó permanentemente y de modo feroz a Stalin y a la Unión Soviética por traicionar las ideas del marxismo-leninismo, y dijo que la recalcitrante burocracia moscovita le había echado la soga al cuello a la Revolución.

En 1939, concluir los Procesos de Moscú que exterminaron a la oficialidad militar y a la antigua nomenklatura política, Iósif Stalin no lo condenó a muerte, sino que directamente dio orden de matarlo, y al cabo de un año el agente soviético Ramón Mercader -supervisado por Nahum Eitingon- asesinó a Trotski con un golpe seco de piolet.

Desde ese verano de 1940, su recuerdo permanece junto a su nombre, una hoz y un martillo grabados en una tumba pétrea, sobria, al centro de la misma casa antigua en donde fue asesinado por la espalda.

Solamente ese modesto bloque de cemento con los símbolos de la revolución bolchevique forman parte del escenario del lugar donde descansa, con una bandera roja unos centímetros arriba, la urna con la cenizas de un líder revolucionario de excepción, aunque algunos no lo acepten y sin razón lo detesten.

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