Federico Berrueto
Dentro de toda su complejidad, es más fácil asumir un código ético que esperar
que los demás lo hagan propio. La ética y la moral son fundamentalmente
subjetivos, opinables, pero en nuestro país se tiene la idea de que los funcionarios
deben llevar una vida austera; en la pretensión de López Obrador, casi monástica,
pobreza francisana, más que la medianía juarista. Cierto es un agravio no sólo el
enriquecimiento indebido de funcionarios, sino la ostentación de riqueza y
privilegios a cuenta del erario. El código de austeridad nunca se ha cumplido,
prevaleciendo la simulación y la hipocresía, pero hoy la distancia entre lo que se
pregona y lo que se hace es monumental.
López Obrador fue políticamente exitoso en su impostura de austeridad, tenía un
propósito de empatía, no una convicción personal. Era austero porque le permitía
diferenciarse de los demás; sin embargo, la realidad lo rebasó en su vida privada y
pública. El austero Tsuru fue reemplazado y los viajes en aerolínea en clase turista
sustituidos por aeronaves militares. Vivió fastuosamente en Palacio Nacional,
seguramente las viandas no eran los costosos vinos y platillos de algunos de sus
antecesores. En ocasiones hacía ostentación de su austeridad, como cuando
recibió por primera vez a la vicepresidenta Kamala Harris. También cuando
invitaba empresarios, ofrecía menú popular. Conocedor de la sensibilidad social y
del sentimiento de agravio cuidó la imagen de austeridad.
Ser austero es un tema personal, pero tiene positivos efectos políticos. Es un error
hacerlo sinónimo de honradez, que tampoco es honestidad, que es un concepto
más amplio y profundo que incluye no sólo la probidad con el dinero, sino suscribir
un código de conducta que invariablemente requiere el apego a la verdad y
mantener distancia a debilidades como abusar del poder y la venganza. Se puede
decir de López Obrador que es, posiblemente, un hombre austero, no así honrado
y honesto. Lo muestran la opacidad de sus ingresos y su forma de vida antes y
después de la presidencia. Eliminó las pensiones de los expresidentes, pero él
cuenta con privilegios que ninguno de sus predecesores tiene, y para efectos
prácticos es tan igual como Salinas, Fox, Calderón, Peña o Zedillo.
A diferencia de su antecesor, de la presidenta Sheinbaum dicen quienes la
conocen, que es una persona austera como forma de vida y no como necesidad
política, aunque es preciso señalar que poseer bienes no corrompe el alma,
siempre y cuando sean bien habidos. Es una patraña la asociación de la riqueza
con corrupción, pobreza con honestidad. De llamar la atención es la carta que
envió a sus correligionarios sobre la disciplina a la que deben someterse los más
destacados en el legislativo o en el gobierno. Es una llamada de atención ligada a
su idea de que “nosotros no somos iguales”, aunque para efectos prácticos lo son
y en la percepción de muchos, peores.
López Obrador pensó en Morena como un instrumento para alcanzar el poder y
mantenerlo. Claudia Sheinbaum asume que en el segundo piso el partido debe ser
una suerte de comisario político para mantener la disciplina política y asegurar el
comportamiento probo de sus integrantes, anhelo que raya en la fantasía y se desmiente en el mundo real, que hace un tanto irrelevante la manera como vive la
presidenta y su círculo cercano. Morena no será un referente ético porque la lucha
política se impone sobre las limitaciones que acompañan a la honestidad y,
ciertamente, el dinero no sólo es un recurso indispensable para ganar elecciones y
movilizar adhesiones, también es un estímulo de muchos, la mayoría, que optaron
por la política para disfrutar de los beneficios que entraña el poder. Sheinbaum
predica en el desierto.
La condición humana se sobrepone a las pretensiones moralistas de quienes
están en la cúspide del poder, especialmente por los referentes de enriquecimiento
de muchos de ellos y, particularmente, por la impunidad de por medio. El primero y
segundo piso de la señalada transformación de la vida nacional tiene como común
denominador la discrecionalidad y arbitrariedad en la definición de los criterios
debidos de conducta: allí están casos incontrovertibles: Pedro Haces y muchos de
sus gobernadores como Rubén Rocha, Cuauhtémoc Blanco, Cuitláhuac García,
Américo Villarreal, solo como ejemplo.
Como en los tiempos de la Colonia, las recomendaciones de la presidenta, vueltas
ahora parte del código partidario, se obedece, pero no se cumple.