Rajak B. Kadjieff / Moscú
*Llegó a ese país tras la Reforma luterana.
*Revueltas ante la revisión de liturgia y doctrina.
*El fin del patriarcado y el arribo de Santo Sínodo.
*Alemanes, menonitas y católicos en tiempos de Catalina II.
*Nuevas alternativas ante los propios retos.
*Sergio I de Moscú expresó su lealtad al estalinismo.
*Escasas oportunidades para el trabajo misionero.
Luego de la Reforma instrumentada en Europa por Martín Lutero contra el catolicismo en 1558, varias ramas protestantes llegaron a Rusia, y hay que precisar que las primeras iglesias contestatarias aparecieron en su territorio en los siglos XVI y XVII, principalmente entre las comunidades de expatriados europeos occidentales.
Durante el siglo XVII, el zar Alexis I de Rusia (1629-1676), ante el aparente aislamiento de la Iglesia ortodoxa rusa de las demás comunidades ortodoxas, intentó darle una identidad más griega a la iglesia oficial a través de la revisión de la liturgia y la doctrina; pero esa idea desencadenó revueltas.
En 1721, el zar Pedro I de Rusia (1672-1725), que pretendía abrir a su nación a occidente, abolió el patriarcado de la Iglesia ortodoxa y lo reemplazó con el Santo Sínodo, que se inspiró en los sínodos controlados por el estado de la iglesia luterana en Suecia y Prusia.
En el siglo XVIII, bajo el imperio de Catalina II, entre 1729 y 1796, se invitó a Rusia a un gran número de colonos alemanes, entre ellos a menonitas, luteranos, reformados y también católicos romanos; pero las primeras comunidades bautistas llegaron hacia finales del siglo XIX.
Aunque todo cambió en 1917 con la Revolución bolchevique, cuando relaciones entre la Iglesia y el Estado serían extremadamente cambiantes y la legalidad del cristianismo en el futuro sería ambigua.
Tras el colapso del gobierno zarista en octubre de 1917, un consejo de la Iglesia ortodoxa rusa restableció el patriarcado; sin embargo, el nuevo gobierno que daría lugar a la fundación de la Unión Soviética en 1922, pronto declaró la separación de la iglesia y el Estado y nacionalizó todas las propiedades eclesiásticas sin distingo alguno.
Estas medidas fueron seguidas por brutales persecuciones que incluyeron la destrucción de templos y el arresto y ejecución de muchos creyentes, en una época crítica en que Iglesia ortodoxa se debilitó aún más en ese año.
Entonces, la llamada Iglesia Renovada, un movimiento de reforma apoyado por los soviéticos, se separó de la Iglesia ortodoxa oficial y restauró el poder del Santo Sínodo.
En 1925 el gobierno comunista prohibió la celebración de elecciones patriarcales y, en 1927, para asegurar la supervivencia de la Iglesia ortodoxa, el metropolitano Sergio I de Moscú (1867-1944) expresó formalmente su “lealtad” al gobierno soviético y se abstuvo de criticar al estado.
Mientras tanto los protestantes tenían sus propios retos, y algunos prisioneros rusos, que fueron llevados a la fe por misioneros protestantes alemanes durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), regresaron a sus hogares llevando el evangelio.
La década de 1920 vio nuevas oportunidades para el trabajo misionero, ya que el régimen bolchevique inicialmente parecía ofrecer ciertas concesiones a grupos no alineados con la Iglesia Ortodoxa; pero las condiciones no se mantendrían.
En la década de 1930, como ocurrió con numerosos sectores de la sociedad que se atrevieron a oponerse -aun mínimamente- el régimen, la represión estalinista diezmó la vida de la iglesia evangélica, con arrestos indiscriminados y clausura de iglesias.
Luego, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) vio cierta distensión o relajamiento de las relaciones entre Iglesia y Estado, y la comunidad protestante se benefició junto con los ortodoxos.
“Sin embargo, el período inmediato de posguerra vio el crecimiento de las congregaciones bautistas y pentecostales”, anota Vasili Rubinsky, periodista experto en temas sociales del diario Komsomolkaya Pravda.
Aunque el Estado soviético -prosigue- había establecido una entidad para vigilar al protestantismo y alentaba a las congregaciones a registrarse, sin que esto fuese el fin de la persecución: “Muchos líderes y creyentes de comunidades protestantes fueron obligados a ingresar en hospitales psiquiátricos, además de sufrir persecución, encarcelamiento y muerte”.
Por ejemplo, Iván Voronaev (1885-1937), líder del movimiento pentecostal en Ucrania, pasó varios años en prisión hasta que fue ejecutado en 1937, en el marco de las purgas de exterminio que había ideado Iósif Stalin tres años antes.
En 1943, beneficiándose de la repentina reversión de las políticas de Stalin (1878-1953) hacia la religión, la ortodoxia rusa experimentó una resurrección: se eligió un nuevo patriarca, se abrieron escuelas de teología y miles de iglesias comenzaron a funcionar.
Entre 1945 y 1959, la organización oficial de la iglesia se expandió enormemente. Posteriormente se instituyó una nueva y generalizada persecución de la iglesia bajo el gobierno de Nikita Krushchev (1894-1971) y de Leonid Brezhnev (1906-1982).
Para fines de la década de 1980, bajo el gobierno de Mijaíl Gorbachov (1931), las nuevas libertades políticas y sociales hicieron que muchos edificios de iglesias fueran devueltos, y finalmente, el colapso de la Unión Soviética en diciembre de 1991 trajo una nueva era para el cristianismo en Rusia.
Después de la caída del régimen soviético, miles de evangélicos de Occidente se embarcaron en una extraordinaria actividad proselitista, muchos rusos se convirtieron, establecieron iglesias e iniciaron diversas obras misioneras, propiciando una fase que solamente duró una década.