Por José Luis Camacho
La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo resiste dos frentes de guerra: una económica declarada por el presidente Donald Trump y la otra, política o politiquera, desatada por los derrotados en las elecciones presidenciales de junio de 2024, en un movimiento similar a la de los polkos de 1847 cuando el país se encontraba al borde de la derrota y la pérdida de la mayor parte de su territorio del norte.
Con Trump, la primera presidenta en México desde 1821 ha logrado dos treguas a la guerra económica configurada con la imposición del 25 por ciento por aranceles a los productos mexicanos exportados hacia los Estados Unidos, mientras que a nivel interno los polkos mexicanos del siglo XXI no pierden oportunidad de mantener una guerra sin pausa ni cuartel, alegando una ruptura en el Estado de Derecho por enviar 29 capos mexicanos a las cortes estadunidenses o usando vilmente y con sevicia las tragedias de las desapariciones por las levas llevadas a cabo por las organizaciones criminales del narcotráfico.
En plena guerra económica con un presidente estadunidense que se siente emisario de la doctrina del presidente James Polk, quien declaró la guerra en México en 1846 para extender el territorio estadunidense hasta el río Bravo e inspirado en la ideología del Destino Manifiesto derivado de la Doctrina Monroe, de América para los americanos, a los polkos mexicanos les seduce el objetivo de llevar al Estado mexicano a posiciones de sumisión ante Washington.
Las fuerzas derrotadas electoralmente en junio pasado no asimilan su derrota. No cesan en una confrontación hostil que alcanza rasgos antisemitas de un odio semejante al profesado por fascistas españoles y los nazis. Son la representación de los nuevos y modernos polkos.
La presidenta Sheinbaum no cuenta con más armas mediáticas que una conferencia mañanera denominada “del pueblo”. Está en soledad para enfrentar esta cruzada implacable de guerra sucia de grupos que a través de las tecnologías digitales lanzan misiles en los llamados bots. Por 147 mil cuentas reprodujeron 366 mil 530 menciones para lapidar su imagen y la persona de la mandataria mexicana.
En solamente cinco días, entre el 12 y 17 de marzo lanzaron esa operación hedionda. “Narco presidenta” para ella o “Narco presidente” al expresidente López Obrador, son las más frecuentes de esta guerra con el uso de robots y los hashtags en un gasto calculado en unos 20 millones de pesos.
Lejos de los llamados de la unidad nacional que reclaman estos momentos de tregua con el gobierno del fanático decimonónico de Trump, estos grupos han sido identificados y señalados en la mañanera del 18 de marzo. Algunos me parecen exagerados como la del caricaturista Antonio Garci Nieto. Pero otros citados en esa mañanera tienen carrera propia de antagonismos enfermizos: el locutor Pedro Ferriz o Javier Lozano, quien fuera subsecretario de Comunicación en el gobierno de Ernesto Zedillo y después en el gabinete de Felipe Calderón.
El movimiento armado de los polkos mexicanos surgió en febrero de 1847 cuando el vicepresidente Valentín Gómez Farias, en la parte más amarga y sangrienta de la intervención armada por los ejércitos norteamericanas. Ya ocupaban parte del país, decidió recurrir a incautar bienes del clero conocidas como de “manos muertas” para sufragar los gastos militares de los defensores mexicanos. Por esa decisión de gobierno Gómez Farias fue perseguido con saña por los polkos hasta ser derrocado.
El clero disponía de un capital de 180 millones de pesos. Gómez Farías ya les había solicitado su apoyo. Los curas imponían las contribuciones por diversos servicios, desde los registros de nacimientos, bautizos, matrimonios, testamentos, además de los servicios educativos. La guerra con los Estados Unidos costaba unos 14 millones de pesos para sostener un escuálido ejército de cinco mil soldados y los 18 mil oficiales que superaban la tropa.
Lejos de apoyar la defensa del país, un contingente de guardias en Veracruz destinado a defender la plaza, formado por miembros de las aristocracias y profesiones dieron la espalda y abandonaron su misión; decidieron frenar esa medida de recurrir a los fondos eclesiásticos que demandaba Gómez Farías. Se levantaron en armas contra su gobierno y dejaron el camino abierto a la intervención militar.
El clero llegó a juzgar de “castigo divino” la invasión norteamericana por la desunión de los mexicanos. “La discordia, sí, amados hijos nuestros, la discordia ha sido la causa de tantos desastres como deplora esta nación infortunada, emporio en otro tiempo de la riqueza del mundo”, decía el párroco Juan Manuel de Irisarri, atribuyendo esta desunión por liberar a México del yugo español y lograr su independencia.
En solamente 16 meses México fue derrotado. Polk la declara la guerra en el mes de enero de 1846 y la termina en septiembre de 1847 . El 13 de septiembre el ejército norteamericano vence a los defensores del Castillo de Chapultepec y el 14 de septiembre en el Zócalo de la Ciudad de México ondea la bandera de las barras y las estrellas.
Polk sabía que México carecía de fondos ni forma de reparar los daños que reclamaba. La indemnización propuesta es por la vía del expansionismo territorial. Llega a decir en su informe presidencial de 1847 que las condiciones propuestas en un tratado de paz “no solamente son justas para México”. “Son generosas- dijo Polk- considerando el carácter y el monto de nuestras reclamaciones, la iniciación injustificable de las hostilidades por parte de ese país, los gastos en que hemos incurrido por la guerra y el éxito de nuestras fuerzas armadas”.
El biógrafo de Juárez, Ralph Roeder identifica a los polkos, por su afición al baile de las polkas, “petimetres, devotos y bailarines ágiles que integraban el regimiento rebelde”, por sus “escapularios, las medallas, las vendas y los zurrones de reliquias que en docenas pendían de sus pechos”. “Mártires de la fe, capaces del sacrificio por su fe y mantener incólumes” los bienes del clero. Hoy estos polkos se distinguirían ahora por sus granjas de bots y sus mensajes iracundos derramados en las redes sociales.
La historia los lleva a ser cómplices del presidente Polk. La magnitud del desastre en esos infaustos años es el desmembramiento de México. La división es la causa. Entre 1821 y 1850 hubo 50 gobiernos. Se disputaban el poder militares y civiles. “La vida del país estuvo a merced de divididas logias masónicas, militares ambiciosos, intrépidos bandoleros e indios relámpagos”. “Los generales producían guerritas a granel para derrocar presidentes y gobernadores”, narra el historiador Luis González al describir ese pasaje de nuestra malograda historia del siglo XIX.
El país perdió en esa guerra injusta dos millones 400 mil kilómetros cuadrados al ceder por la fuerza los territorios de Texas, Nuevo México y Nueva California. Por 15 millones de pesos como indemnización México los entregó al presidente Polk. De esa dimensión fue la terrible pérdida para la nación mexicana, dura lección para estos tiempos de banales discordias mexicanas de los nuevos polkos.
Funesta historia para México repetida ahora bajo la caprichosa mirada de Trump, si mantiene la embestida de los aranceles y pretende ahogar al país, debilitarlo en su soberanía, acompañado por esos grupos rapaces que mantienen esa infame guerra mediática. Despiden el tufo de un odio absurdo y estúpido cuando se avizoran otras amenazas de una estrategia intervencionista del emperador Trump más allá de los aranceles.
A Trump no le bastan las medidas de reforzar la frontera con los diez mil guardias nacionales, la interrupción de las corrientes migratorias, el traslado de los 29 peligrosos jefes de los clanes de las organizaciones de alta criminalidad, ni tampoco la persecución de otros líderes de esa delincuencia y destrucción de las fuentes del narcotráfico en Sinaloa y otras partes del país, donde esos grupos secuestraron y se apoderaron de la seguridad pública.
Trump se queja de daños como Polk. Usa dramáticamente las adicciones y aficiones de su población a las drogas y las supuestas desventajas para su economía por las exportaciones mexicanas. Aprieta con ese lenguaje enmascarado de Polk al que se alinean los polkos mexicanos.
En su doble discurso pronunciado en el Congreso de pronto son los reivindicadores de las víctimas de una fallida guerra al narco de la cual son corresponsables sus gobiernos del PAN y del PRI. De pronto se sienten iluminados y predestinados para defender a las víctimas de su fracasada guerra. Claro, los vetustos liderazgos de la triple alianza que nos gobierna carecen de miras para enfrentarlos políticamente, todo se lo dejan a la presidenta y huyen del salón de sesiones del Senado para debatir sobre el infierno del rancho de Teuchitlán.
Sin embargo, en el fondo subyace en sus mentes de bots, una intervención mayor. Apuestan a que el próximo procónsul Ronald Johnson, un militar altamente entrenado por la CIA, quien convirtió a El Salvador como la segunda Guantánamo, sea su salvaguarda y mesías.
Johnson será representante del imperio. No habla con claridad de su misión en México. En gran parte los polkos ya le interpretan cuando en la mayoría de sus medios adictos se lee que “Roland John no descarta la posibilidad de tomar medidas militares contra los cárteles” aunque no hay precisión en sus palabras cuando comparece en su Senado. Le ven madera para la intervención, en una estrategia muy superior y más afinada que la de su antecesor Ken Salazar.
Los polkos mexicanos del siglo XXI, con sus escapularios y medallas y golpes de pecho, escuchan el canto de las sirenas como sus antepasados de 1847. Difícil llamar a su unidad. Están empeñados en desbarrancar al país, como los conservadores del siglo XIX, en los graves y delicados momentos que vive la nación frente al discurso expansionista y del Destino Manifiesto recuperados por emperador Trump, quien por ahora en su escritorio del Salón Oval de la Casa Blanca, los aranceles son solamente una artimaña.