jueves, enero 9, 2025

LA PIEDRA DE SÍSIFO: Los cien días de paradojas

Por José Luis Camacho López

La madrugada del seis de enero, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo recibió de los Reyes Magos, disfrazados de encuestas de los medios El Financiero, Consulta Mitosky  y  Reporte Indigo   el regalo de una alta medición  de más del 78 por ciento a su favor al cumplirse los primeros  cien días de su gestión, una celebración parte de los rituales del viejo régimen priista retomado de una remembranza napoleónica del siglo XIX,  cuando el corrosivo, viscoso y extravagante  emperador francés   reclamó su trono  el 20 de marzo de 1815 después de un exilio de 112 días en la isla de Córcega.

El Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) decidió que para  los primeros cien días de gobierno  la presidenta Sheinbaum,  el domingo 12 de enero, repitiera la misma herencia napoleónica  al igual que se hizo con los cien días de Andrés Manuel López Obrador, con una masiva concentración en el Zócalo de la ciudad de México con aportaciones clientelares de las 24 de las 32 entidades morenistas y de sus aliados satelitales, un acto  de ratificación simbólica  del triunfo de un movimiento político, más no partido, que ha logrado aglutinar a las más diversas y adversas y gelatinosas fuerzas políticas del país.

La ahora primera presidenta de México,  en los años ochenta del siglo XX cuando ya la dictadura priista iba en caída libre,   era una estudiante de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Proviene de una militancia  activa del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), un movimiento que sacudió las entrañas de la monolítica y rígida estructura de la Universidad Nacional Autónoma de México por una reforma que afectaba el carácter gratuito y popular de su educación, un movimiento apoyado y vinculado a grupos y fuerzas provenientes de la polarizada izquierda mexicana, comunistas, socialistas, marxistas, troskistas o  maoístas y hasta lombardistas.

Ahora Sheinbaum como presidenta es heredera de un movimiento político que reúne a una clase política dominada por resabios del viejo régimen de la que por ahora le es  difícil y hasta imposible  descartar. Ese viejo régimen del viejo PRI del gatopardismo, una especie de Aliens,  sobrevive en el segundo piso de  IV Transformación de la República.

Han sido cien días de espectaculares modificaciones a la Constitución de la República  que refrendan el modelo político iniciado en 2018 por el ahora expresidente López Obrador y sobre todo coronarse con la organización de las elecciones de ministros, magistrados y jueces,  de un poder que durante el régimen del Partido de Estado de siete décadas del siglo XX , era uno los ejes del dominio autoritario de un movimiento surgido en 1929 para resolver las disputas de los violentos, iracundos y hasta crueles caudillos de la Revolución Mexicana que llegaban a resolverse por la vía de los asesinatos.

 

Con todo y rémoras del viejo régimen, la presidenta  es la líder del movimiento político más poderoso en el país en la primera cuarta parte del siglo XXI  creado por López Obrador, quien  ha sido tan visionario en 2011 como lo fue Plutarco Elías Calles en 1929, quien resolvió que la  única forma pacificar el país era reunir a todas las  tribus políticas antagónicas y  resolver sus ambiciones  de poder  a través de un partido como lo fue el Partido Nacional Revolucionario (PNR). López Obrador repitió la fórmula callista sumando todo lo que pudo de  tránsfugas políticos de ideologías encontradas y formó el ahora conocido por sus siglas de MORENA.

Con esa experiencia López Obrador logró ganar  las elecciones de 2018 y gobernar el país. Fundó un movimiento exitoso: vías las urnas el acceso al poder público obtuvo la Presidencia de la República, gubernaturas, numerosas presidencias municipales y las curules mayoritarias en el Congreso;  y  ahora por la vía electoral  una influencia política inevitable  sobre los  ministros, magistrados y jueces del poder judicial. Lo que no se pudo por la vía de las negociaciones dominar el poder judicial  ahora lo será por las urnas sin derramar sangre, solamente las lágrimas de cocodrilo de las élites de la justicia mexicana.

López Obrador siempre insistió en de haber resuelto el acceso al poder en forma pacífica con su movimiento político y social  denominado MORENA en memoria de Ricardo Flores Magón, el más intransigente de los precursores de una rebelión que acabara con el régimen político monárquico de Porfirio Días.

López Obrador para terminar de disolver al Partido Revolucionario Institucional, incorporó  a su gobierno y al servicio exterior a los más disímbolos personajes del priismo, exgobernadores,  frustrados aspirantes presidenciales, y otros conversos provenientes del priismo, panismo y alguno que otro u otra proveniente de las raíces de la polarizada izquierda del CEU.

Independiente del favorable consenso de los primeros cien días de su gobierno, según esas tres encuestas  debido en parte al  fruto de las políticas del Estado social  de López Obrador, a  la presidenta Sheinbaum aún  le espera un largo tramo sexenal en un contexto geopolítico global de renacidas disputas  capitalistas entre este y el oeste, nueva versión de guerra fría; azaroso e incierto que afecta lo regional  y nacional.  Un escenario extremadamente conflictivo y de rasgos   peligrosamente explosivos   para augurar en prospectiva un gobierno  capaz de resolver la profundidad de los baches de conflictos de coyuntura, de mediano y largo plazo.

El mayor de sus desafíos es entenderse con el gobierno de Donald Trumb, un personaje fronterizo y disparates, mantener la unidad de su movimiento, cumplir con sus agendas económicas, sociales y políticas de su plan de gobierno y asegurar que MORENA siga gobernando la IV  Transformación en 2030,  como lo hizo  pendularmente para un gobierno de 70 años el Partido Nacional Revolucionario de Calles,  de la Revolución Mexicana de Lázaro Cárdenas y  Revolucionario Institucional de Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán. El reto es enorme para la primera presidenta vista desde sus primeros cien días.

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La Espinita

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