Por José Luis Camacho López
La madrugada del seis de enero, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo recibió de los Reyes Magos, disfrazados de encuestas de los medios El Financiero, Consulta Mitosky y Reporte Indigo el regalo de una alta medición de más del 78 por ciento a su favor al cumplirse los primeros cien días de su gestión, una celebración parte de los rituales del viejo régimen priista retomado de una remembranza napoleónica del siglo XIX, cuando el corrosivo, viscoso y extravagante emperador francés reclamó su trono el 20 de marzo de 1815 después de un exilio de 112 días en la isla de Córcega.
El Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) decidió que para los primeros cien días de gobierno la presidenta Sheinbaum, el domingo 12 de enero, repitiera la misma herencia napoleónica al igual que se hizo con los cien días de Andrés Manuel López Obrador, con una masiva concentración en el Zócalo de la ciudad de México con aportaciones clientelares de las 24 de las 32 entidades morenistas y de sus aliados satelitales, un acto de ratificación simbólica del triunfo de un movimiento político, más no partido, que ha logrado aglutinar a las más diversas y adversas y gelatinosas fuerzas políticas del país.
La ahora primera presidenta de México, en los años ochenta del siglo XX cuando ya la dictadura priista iba en caída libre, era una estudiante de la Facultad de Ciencias de la UNAM. Proviene de una militancia activa del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), un movimiento que sacudió las entrañas de la monolítica y rígida estructura de la Universidad Nacional Autónoma de México por una reforma que afectaba el carácter gratuito y popular de su educación, un movimiento apoyado y vinculado a grupos y fuerzas provenientes de la polarizada izquierda mexicana, comunistas, socialistas, marxistas, troskistas o maoístas y hasta lombardistas.
Ahora Sheinbaum como presidenta es heredera de un movimiento político que reúne a una clase política dominada por resabios del viejo régimen de la que por ahora le es difícil y hasta imposible descartar. Ese viejo régimen del viejo PRI del gatopardismo, una especie de Aliens, sobrevive en el segundo piso de IV Transformación de la República.
Han sido cien días de espectaculares modificaciones a la Constitución de la República que refrendan el modelo político iniciado en 2018 por el ahora expresidente López Obrador y sobre todo coronarse con la organización de las elecciones de ministros, magistrados y jueces, de un poder que durante el régimen del Partido de Estado de siete décadas del siglo XX , era uno los ejes del dominio autoritario de un movimiento surgido en 1929 para resolver las disputas de los violentos, iracundos y hasta crueles caudillos de la Revolución Mexicana que llegaban a resolverse por la vía de los asesinatos.
Con todo y rémoras del viejo régimen, la presidenta es la líder del movimiento político más poderoso en el país en la primera cuarta parte del siglo XXI creado por López Obrador, quien ha sido tan visionario en 2011 como lo fue Plutarco Elías Calles en 1929, quien resolvió que la única forma pacificar el país era reunir a todas las tribus políticas antagónicas y resolver sus ambiciones de poder a través de un partido como lo fue el Partido Nacional Revolucionario (PNR). López Obrador repitió la fórmula callista sumando todo lo que pudo de tránsfugas políticos de ideologías encontradas y formó el ahora conocido por sus siglas de MORENA.
Con esa experiencia López Obrador logró ganar las elecciones de 2018 y gobernar el país. Fundó un movimiento exitoso: vías las urnas el acceso al poder público obtuvo la Presidencia de la República, gubernaturas, numerosas presidencias municipales y las curules mayoritarias en el Congreso; y ahora por la vía electoral una influencia política inevitable sobre los ministros, magistrados y jueces del poder judicial. Lo que no se pudo por la vía de las negociaciones dominar el poder judicial ahora lo será por las urnas sin derramar sangre, solamente las lágrimas de cocodrilo de las élites de la justicia mexicana.
López Obrador siempre insistió en de haber resuelto el acceso al poder en forma pacífica con su movimiento político y social denominado MORENA en memoria de Ricardo Flores Magón, el más intransigente de los precursores de una rebelión que acabara con el régimen político monárquico de Porfirio Días.
López Obrador para terminar de disolver al Partido Revolucionario Institucional, incorporó a su gobierno y al servicio exterior a los más disímbolos personajes del priismo, exgobernadores, frustrados aspirantes presidenciales, y otros conversos provenientes del priismo, panismo y alguno que otro u otra proveniente de las raíces de la polarizada izquierda del CEU.
Independiente del favorable consenso de los primeros cien días de su gobierno, según esas tres encuestas debido en parte al fruto de las políticas del Estado social de López Obrador, a la presidenta Sheinbaum aún le espera un largo tramo sexenal en un contexto geopolítico global de renacidas disputas capitalistas entre este y el oeste, nueva versión de guerra fría; azaroso e incierto que afecta lo regional y nacional. Un escenario extremadamente conflictivo y de rasgos peligrosamente explosivos para augurar en prospectiva un gobierno capaz de resolver la profundidad de los baches de conflictos de coyuntura, de mediano y largo plazo.
El mayor de sus desafíos es entenderse con el gobierno de Donald Trumb, un personaje fronterizo y disparates, mantener la unidad de su movimiento, cumplir con sus agendas económicas, sociales y políticas de su plan de gobierno y asegurar que MORENA siga gobernando la IV Transformación en 2030, como lo hizo pendularmente para un gobierno de 70 años el Partido Nacional Revolucionario de Calles, de la Revolución Mexicana de Lázaro Cárdenas y Revolucionario Institucional de Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán. El reto es enorme para la primera presidenta vista desde sus primeros cien días.