La piedra de Sísifo: La bella y la bestia

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Por José Luis Camacho López

La presidenta Claudia Sheinbaum vive una de las etapas más intrincadas en su relación con el presidente Donald Trumb. Tiene que lidiar con un personaje semejante a un Narciso aquejado por una de las enfermedades psicopatológicas más comunes del poder político, el creerse que todo lo sabe, todo lo ve y en todo está.

Aunque la presidenta Sheinbaum subestima las amenazas intervencionistas que se infieren de las declaraciones paranoides del mandatario republicano, el expresidente Andrés Manuel López Obrador  le puede asistir la razón al señalar que saldría de su confinamiento en su residencia de Palenque si el supremacista de ultraderecha  las cumple.

En el video donde anuncia la publicación de su nuevo libro Grandeza, el expresidente avisa que saldría a la calle si Trump, sin referirse abiertamente al mandatario republicano, por dos de las tres razones que alude: si hay un golpe de Estado o si se viola la soberanía nacional.

Es obvio que el destinatario de esas dos amenazas es Trump ahora tan activo para que su gobierno organizara el viaje de su ahijada política, la señora María Corina Machado desde la supuesta clandestinidad en que vivía en Venezuela, para ir a Oslo a recibir el Premio Nobel  de la Paz  con la cual la tardía monarquía noruega se preocupa por la democracia venezolana.

La otra razón por la que López Obrador saldría a la calle es un improbable fraude electoral en alguna de las elecciones, la intermedia  de 2027 o la presidencial del 2030.

La última amenaza que profirió este versión moderna de la figura de Narciso es que no está contento con México. Estaría dispuesto a ordenar a sus fuerzas armadas a realizar ataques contra los cárteles del narcotráfico mexicanos, en operaciones semejantes a las que ha lanzado contra el gobierno de Nicolás Maduro, la última al apropiarse de un buque petrolero que el cruzado paranoide  de la Casa Blanca presumía que se dirigía a Irán, su otra obsesión.

La presidenta Sheinbaum no solamente tiene que preocuparse por los problemas internos, las oleadas de opositores por acabar con los monopolios domésticos apoderados del agua; las sinuosas relaciones de los empresarios con el gobierno de la 4T, sobre todo ahora que la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) la parte política alineada al Partido Acción Nacional (PAN) y la más agresiva de los hombres del dinero, ocupa la dirección del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y para acabar: la incapacidad de algunos de sus cuadros políticos de gobierno encargados de resolver los espinosos conflictos por el cierre de carreteras o de garitas en la frontera, hechos con razón o sin ella por agricultores del norte del país.

Con Trump sus problemas se multiplican: el endurecimiento en las persecuciones de la clase trabajadora de origen mexicano, los reclamos por un tratado de 1944 que obliga a nuestro país a enviar agua del Río Bravo al territorio estadunidense ya que a su vez el gobierno estadunidense la devuelve a México. El caso es que nuestro país no ha cumplido con su parte por la sequía que Trump toma como pretexto para aplicar otra represalia arancelaria.

Para acabarla, Trump juega con el Tratado de América del Norte y apretó con el gusano barrenador para impedir la exportación de ganado mexicano. Una guerra semejante por la “fiebre aftosa”  que en 1947 desató el gobierno norteamericano para afectar la ganadería mexicana que obligaba a sacrificar dos millones de cabezas de ganado de nuestro país.

En una entrevista con un medio de su país, a partir de la pregunta tramposa de una reportera, el Narciso republicano aplicaría a México recetas similares aplicadas a Colombia y Venezuela con ataques con bombas a embarcaciones en el Caribe y en el Pacífico que transportan drogas.

La presidenta mexicana hace grandes esfuerzos por entenderse con Trump, le habla en su lengua, jamás sale de su voz una palabra descortés, cuida cada expresión. En la reunión en Washington con motivo del campeonato mundial de futbol que tiene como anfitriones a los tres países, en las imágenes conocidas aparecen sonrientes Claudia Sheinbaum, Donald Trump y Marck Carney, primer ministro de Canadá.

Para la presidenta Sheinbaum la reunión con Trump fue “muy cordial”  “porque respeta a México”. Y desecha cualquier operación militar del gobierno del Narciso norteamericano.

Con una aceptación de simpatías que superan el 70 por ciento en diversas encuestas de medios antipáticos con su figura, reconocida por la revista Forbes en este año como la quinta mujer más poderosa del mundo y liderear las masivas concentraciones de cientos de miles de militantes y simpatizantes de sus causas, la presidenta mexicana tiene razones fundadas para estar segura en la silla presidencial de Palacio Nacional. Las fuerzas armadas mexicanas son leales a su tradición de garantes del poder presidencial, más ahora.

López Obrador no es de los políticos que hablan al tanteo, es un agudo observador desde su residencia en Palenque, conoce las fibras del poder político mexicano, sus debilidades, sobre todo la piel del periodismo mexicano. Fue capaz de incorporar  a las más adversas fuerzas de la derecha e izquierda  al movimiento que fundó hace 16 años. Ha sido un político de cabeza fría. Supo entenderse tanto con el demócrata Joe  Biden como con el  Donald Trump, a quien llegó a defenderlo al verlo como víctima de un fraude electoral.

La presidenta Sheinbaum ha sido forjándose una piel capaz de medir los alcances de las amenazas del narcisista mandatario republicano.  Conocer de Trump su carácter a flor de piel que necesita verse en cada espejo de agua; lo llega a satisfacer para que no enloquezca con cesiones estratégicas al imponer aranceles a productos asiáticos. Sus márgenes de maniobra al lidiar con el Narciso que lleva Trump en su revuelta cabeza son a veces más  estrechos.

Apenas ha sido su primer año de gobierno. De aquella joven universitaria del Consejo Estudiantil Universitario que paró de cabeza la UNAM, solamente quedan sus imágenes de esa historia de pasiones juveniles. A lo largo de estos 25 años del siglo XXI, la presidenta endureció su piel y a la vez aprendió a sonreír.  La bestia con la cual debe entenderse no es la de aquel cuento infantil francés   de que con un beso recuperó su figura humana. Las relaciones actuales de México con el Narciso de la Casa Blanca  no es como el cuento de hadas de La bella y la bestia.

El monstruo que representa Trump embrujado por su crónico narcisismo es una bestia que se cree un tipo de dios, al que solamente soporta personas como la señora María Corina Machado por rendirse ante su poder,   a la que sus servicios de inteligencia le debe se transportada para  estar en Oslo,  aunque tarde para recibir un Premio Nobel de la Paz cada vez más deshonrado y maltrecho, porque se trataba de un acto político de oposición al gobierno venezolano.

Para la presidenta Sheinbaum tratarlo es uno de sus mayores desafíos políticos, por eso cuando dice que le parece innecesario responderle a cada una de sus sandeces y caer en su retorcida dinámica del Narciso que todos los días se levanta y se ve en el espejo es lo más políticamente prudente, por ahora.

 

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