Por José Luis Camacho
El presidente Donald Trump es un presbiteriano, pero no es un religioso ortodoxo. Sin embargo, su fe religiosa la expresa según su audiencia. Cuando le peguntaron en una entrevista con un medio cristiano: ¿quién era Dios para ti? respondió: “Dios es lo máximo”.
Pero a nivel de su doctrina política a tres ex presidentes les rinde un culto fanático mesiánico: William McKinley, Richard Nixon y Ronald Reagan, quienes guían sus políticas totalitarias.
Trumb ungido en las figuras de McKinley, Nixon y Reagan está convencido de volver a recuperar el poderío de su imperio sustentado en las doctrinas decimonónicas Monroe y del Destino Manifiesto, que no se deben perder de vista para entender la doctrina del actual jefe de la Casa Blanca en estos tiempos de recomposiciones de los bloques europeo y asiático.
A McKinley lo admira por su política arancelaria y expansionista. Era un congresista republicano quien gobernó de 1897 a 1901; impulsó una tarifa arancelaria proteccionista conocida como “arancel McKinley; defendió intereses empresariales y se distinguió por su política de conquistas expansionistas. Siempre fue partidario de buscar en los mercados extranjeros la colocación de la producción de su país.
Pero McKinley fue más conocido por su política bélica expansionista al declarar la guerra a España para supuestamente liberar a la isla del dominio español que terminó por colonizarla; apoderarse de Filipinas, Guam y Puerto Rico e impulsar la anexión de Hawai concretada en 1893, ya en la administración del presidente Theodore Roosevelt.
Trump le rinde culto a Richard Nixon, quien gobernó de 1969 a 1974 -depuesto por el caso Watergate, un espionaje a las oficinas del Comité Demócrata Nacional. Nixon- por su política de control continental anticomunista en los años álgidos de la guerra fría. Desde sus oficinas de la Casa Blanca se organizó el golpe de Estado en Chile, el endurecimiento del bloqueo contra Cuba que llegó a los extremos de introducir virus a la isla en sus guerras biológicas. Y en Chile, al usar la CIA, su agencia más importante de espionaje, para desestabilizar al gobierno social demócrata de Salvador Allende por suponer que era un marxista que representaba una amenaza para las débiles democracias en Latinoamérica. El uso de la empresa ITT de comunicaciones fue determinante en 1973 en el cruento golpe militar, tortura y asesinato de funcionarios y simpatizantes del gobierno de la Unidad Popular.
El otro presidente al que Trump le prende veladoras es a Ronald Reagan, gobernante de 1981 a 1989. Un duro y astuto estratega quién logró derrumbar el muro de Berlín al final de su mandato y la caída de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas junto con sus satélites de la Europa del este. Lo logró a través de una cruzada política acompañado por la ministra Margaret Thatcher y el papa Karol Wojtyla. Al igual que imponer paralelamente el llamado Consenso de Washington para reducir los Estados nacionales a simples administradores de las políticas económica neoliberales. Otro de sus cultos reconocidos por Trump a Reagan es haber mantenido en permanente acoso bélico a la naciente revolución sandinista en Nicaragua al suministrar apoyo financiero y de armamento a la oposición contra desde el territorio de Honduras.
México no se salvó de esa estrategia de Reagan, en el gobierno de Miguel de la Madrid, de 1982 a 1988, se aplicó dócilmente y al pie de la letra el Consenso de Washington, que representó para el país un cambio radical en el manejo de la economía nacional al reducirse el papel rector del Estado mexicano en la economía al vender al postor las empresas públicas en un proceso desnacionalizador de la economía extendido hasta los gobiernos de 2012 a 2018.
En ese contexto de cultos a esos tres expresidentes se entendería el lanzamiento a 182 países de su política arancelaria que ha colocado al planeta al borde de una guerra comercial, en el marco de su estrategia geoeconómica y geopolítica para reposicionar a Estados Unidos en el mundo, a pesar de ser vista en su propio país como una misión suicida para la economía de la población estadunidense.
México hasta ahora ha estado medianamente a salvo de la nueva cruzada expansionista de Trump inspirada en las políticas de los presidentes William McKinley, Richard Nixon y Ronald Reagan. Todas ellas con diferentes grados de intervención. En ese marco puede entenderse la visita de la secretaria de Seguridad Nacional Kristi Noem a la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, una reunión que puede estar muy lejos de la cordialidad difundida si atendemos lo que dijo a la cadena mediática Fox News.
Sobre los temas de seguridad y migración, la secretaria Noem le hizo a la presidenta Sheinbaum dos peticiones concretas: el reforzamiento de la frontera sur con Guatemala y eliminar el narcotráfico. “El presidente no quiere que la gente siga hablando, quiere acción. Ella tiene la oportunidad de hacer algo sobre lo que informaré al presidente para ver si podemos abordar mejor la situación arancelaria a la que se enfrenta su gente”, afirmó Noam, según una entrevista con la cadena Fox news difundida en México por varios medios.
Es evidente que el informe que le dio Noam a Trump, después de su entrevista con la presidenta Sheinbaum pudo haber sido determinante en el hecho de no colocar en la misma lista de los 182 países arancelados a México.
El viaje hecho por Secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos tanto a Colombia, El Salvador como a México tiene que leerse en un contexto de las miradas intervencionistas de la Casa Blanca de Trump sobre lo que representan esos países para su seguridad nacional.
Neom no es una mensajera improvisada. Es una politóloga de 52 años que conoce todas las arterias del gobierno estadunidense. Ha sido representante y gobernadora de Dakota del sur. Coincide plenamente con Trump en sus políticas de seguridad fronteriza y migratoria y es partidaria del uso de tropas de la Guardia Nacional en la frontera con México.
Cuando el Senado la ratificó como Secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem prometió que aseguraría su frontera sur y prometió arreglar su “roto sistema de inmigración”. Noem tiene a su cargo las oficinas de Aduanas y Protección Fronteriza, el servicio de Ciudadanía e Inmigración junto con la seguridad del transporte aéreo y de desastres naturales.
Trump confía en su Secretaria de Seguridad Nacional. “Trabajará en estrecha colaboración con el zar de la frontera Tom Homan para asegurar la frontera y garantizar que nuestra patria estadunidense esté a salvo de nuestros adversarios” ha dicho Trump de Noem.
La enviada por Trump aparentemente se sintió impresionada por la presidenta mexicana, sobre todo por hablarse en la lengua sajona, pero fue contundente al pedirle más acciones que palabras, según la entrevista con ese medio estadunidense.
México está relativamente a salvo hasta ahora de la imposición de la lista de los aranceles junto con Canadá, el tratado de libre comercio es uno de esos argumentos que permiten espacios de negociación con la Casa Blanca. Este instrumento al que recurre el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum está fundamentado el T-MEC que sustituyó el Tratado de Libre Comercio de 1994 con Estados Unidos y Canadá que iba a ser el milagro para la economía mexicana.
Sin embargo, otros elementos seguramente han influido en este decisión de Trump. Nuestro país representa una zona de altísima prioridad para la seguridad nacional de los Estados Unidos, puede ser la puerta al terrorismo fundamentalista y no solamente lo que representan las migraciones de los países del sur como de otros continentes y el trasiego de drogas tanto las acabadas en nuestro país como las que se transportan desde Colombia.
Trump no será un presbiteriano puro pero cree que “Dios es lo máximo”. Su memoria divina se nutre del pasado expansionista e intervencionista de William McKinley, Richard Nixon y Ronald Reagan. Queda claro en su mente su divinidad mesiánica al anunciar sus políticas arancelarias totalitarias, al igual que recurrir al Acta de Enemigos Extranjeros de 1798 para deportar a sus sospechosos de terrorismo, sean o no y sin debido proceso, y enviarlos a la nueva cárcel de Guantánamo en El Salvador.