Intervencionismo, más allá del big stick y la buena vecindad
Por José Luis Camacho
Apenas unas un día después de presentar sus cartas credenciales a la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, el nuevo procónsul Ronald Johnson, se enteró del artero crimen de dos funcionarios del gobierno de la Ciudad de México, un hecho delictivo que reforzó el argumento del Secretario de Estado, Marco Rubio, de que zonas de México están bajo control de organizaciones del crimen.
Una de las funciones sustantivas de los procónsules en nuestro país es mantener una línea de información permanente con el Departamento de Estado, porque de que otra manera Rubio externó y formuló sus juicios sobre esta tragedia para el gobierno de la Ciudad de México, del doble crimen de dos personas que laboraban en el círculo más cercano la de la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, ocurrido a plena luz del día en una de las arterias de mayor movilización de la vialidad de la capital mexicana.
Rubio aseguró que el crimen al que calificó de “político”, se debió a que el crimen organizado domina en zonas del país, una visión que ha debilitado a los gobiernos de la 4 Transformación de la República, con un gobierno como el de Donald Trump que ataca por todos lados al país, ya sean los aranceles, la militarización de la frontera, la migración y su insistencia en que su ejército se encargue de las organizaciones mexicanas del narcotráfico por ser “terroristas”.
El Departamento de Estado del gobierno de los Estados Unidos es uno de los organismos de Washington mejor informados de lo que ocurre en el planeta. Tienen una red de espionaje a través de sus embajadas por cualquiera de sus decenas de organismos de inteligencia incorporados en sus embajadas.
El discurso intervencionista del gobierno de Donald Trump ha estado fundado en que el actual gobierno mexicano carece de la fuerza y la inteligencia para combatir las organizaciones criminales, que crecen como hongos por todo el país dedicados al acabado y trasiego de fentanilo, la venta de drogas al menudeo, la extorsión y al secuestro, además de las levas de jóvenes de las zonas rurales para incorporarlos a sus ejércitos de sicarios.
Para colmo otra visión de las áreas de inteligencia de Washington en México es darse cuenta de los grados de penetración social y política y popularidad de los liderazgos como los del Cártel Jalisco Nueva Generación en las zonas que controlan y se evidencian en los eventos de las bandas de música dedicadas a los narcocorridos o tumbados, que ni con censuras logran acallar sus apologías al crimen.
Aunque Rubio reconoce en una audiencia en la Cámara de Representantes la colaboración de las autoridades mexicanas y elogiarlas por aumentar su cooperación en materia de seguridad, de reconocer que su país son la fuente del armamento de estas organizaciones, no deja de tocar las llagas de las debilidades del gobierno mexicano en el combate a la inseguridad.
De a acuerdo con versiones periodísticas Rubio dijo que en México la “violencia política es real” y agregó: “Las autoridades tienen la intención de ir detrás de estos cárteles, queremos ayudarles en esa labor y brindarles información para combatir a esos grupos criminales, varios de los cuales fueron declarados organizaciones terroristas globales por Washington”.
Rubio anunció que viajará a México en unas semanas con el propósito de “afianzar la relación bilateral”.
Para que Rubio cuenta con información de primera mano sobre su próxima visita a México, el procónsul Ronald Johnson, es un agente del más alto nivel de inteligencia: su trayectoria militar y en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) son cartas que lo distinguen de otros procónsules.
Ningún otro representante de Washington en México tiene la trayectoria de Johnson, muy semejante a la de John Dimitri Negroponte, pero de mucho mayor dimensión al participar en tareas directas en Centroamérica contra la insurgencia salvadoreña y luego con el gobierno de Nayib Bukele, al ser su principal asesor en materia de seguridad.
A diferencia de López Obrador, quien tenía siempre en la mano la historia de México y sabía como manejar sus relaciones con Washington, la presidenta Sheinbaum puede tener esa franca debilidad. López Obrador era diestro apara entenderse con Trump y después con Biden. Siempre evitó que su gobierno lo identificaran abiertamente con los de Venezuela o Nicaragua. Era un hábil manejador de las relaciones con Estados Unidos a pesar de las fuertes diferencias en materia de seguridad con Estados Unidos con su argumento fallido de abrazos y no balazos.
López Obrador tuvo como embajadores a Christopher Landau en el primer gobierno de Trump, un historiador con una presencia casi imperceptible a diferencia de Ken Salazar, del gobierno de Joe Biden, quien no salía de Palacio Nacional hasta que fue regañado por su estrecha cercanía con el primer presidente de la 4 Transformación de la República.
López Obrador se sabía de memoria el papel que jugaron los procónsules en la historia del país y a pesar de no saber ni una línea de inglés se entendía perfectamente con Trump y después con Biden. Incluso llegó a plantear en agosto del 2024 una pausa en las relaciones de su gobierno con el embajador Salazar por interpretar la reforma judicial como “un riesgo de importancia para el funcionamiento de la democracia de México”.
Johnson es más hábil. Para evitar roces con la presidenta Sheinbaum ha secundado las declaraciones de Rubio sobre la “creciente colaboración” del segundo piso de la 4 Transformación con el gobierno de Trump en materia de seguridad nacional.
Su estrategia es de un experto tanto en materia de espionaje como en la diplomacia y dar mensajes públicos de imagen. Sabe de lenguajes políticos. Su primera presentación oficial antes de estar en palacio nacional para presentar sus cartas credenciales, fue con el canciller Juan Ramón de la Fuente.
Pero antes el procónsul la inició con una visita a la Basílica de Guadalupe, lo cual lo dibuja como un profundo creyente de la fe católica. Posteriormente, después de estar con el canciller, la más significativa a nivel de su primer discurso político, fue su asistencia a una cena privada con “su hermano”, Eduardo Verástegui, un virulento y miembro activo de organismos como Provida, opositor a la despenalización del aborto, en contra de la eutanasia, el matrimonio homosexual y la adopción homoparental.
Johnson a diferencia de otros procónsules de la era del imperio de este siglo, es un personaje experto para entender de las contingencias sobre seguridad que enfrenta el gobierno de la segunda etapa de la 4 Transformación. No llegó con las manos vacías, en parte su experiencia en El Salvador. Es la fuente más fidedigna que tienen Rubio y Trump para continuar una estrategia de intervencionismo más calculada, fría y sistemática.
Cuando a la presidenta Sheinbaum le preguntaron en la mañanera un día después de recibir las cartas credenciales de Johnson: ¿Cómo percibió la actitud del nuevo embajador?
Respondió: “Muy bien, de mucho respeto, reconocimiento al trabajo que hemos estado desarrollando, y de valoración de la relación que tenemos entre ambos países. Fue una buena reunión”.
Empero, uno de sus aliados mediáticos, el periódico La Jornada, en su enigmático mini editorial Rayuela del jueves 22 de mayo, parece inducir otra respuesta: “Llegó el nuevo embajador, se reforzó en Estados Unidos la historia de violencia en México y ejecutan a dos funcionarios de la capital. ¿Hechos aislados?”