Las virtudes y reglas de la Doctora Sheinbaum
A la memoria de Carlos Ferreyra, el periodista que hizo del periodismo una lección de honor y libertad
Por José Luis Camacho López.-En la concentración dominguera del 5 de octubre militantes y simpatizantes del Movimiento de Regeneración Nacional en el Zócalo de la Ciudad de México, que rebasó los límites del cuadrante de su Centro Histórico, la Doctora Claudia Sheinbaum externó una serie de mensajes que configuran su pensamiento y personalidad política, social y ética en su comportamiento como presidenta de la República.
La primera presidenta de México es una soñadora. Ofrece a los jóvenes el acceso a sus derechos y a la felicidad. Intenta hacer de la política “una alianza entre la realidad e imaginación, de lo que está ahí y de lo que no está en ninguna parte: la utopía”, como escribió Enrique González Pedrero, otro universitario y político como ella, egresado de la mayor universidad del país, la UNAM, nuestra cuna del pensamiento nacional, latinoamericano y universal.
El gran sueño de la Doctora es convertir en virtudes todas sus acciones políticas, lo que para Montesquieu era virtud en Del Espíritu de las Leyes, el “amor a la patria, el amor a la igualdad”. Y lo más difícil: cumplir el decir con el hacer sin renegar de la política, el oficio más salvaje para Michel Rocard, el ministro de la Cultura del gobierno socialista de Francois Mitterrand.
Su discurso de ese domingo 5 de octubre, un “conjunto de buenas intenciones”, diría González Pedrero-en un terreno empedrado por el sistema económico capitalista dominado por el neoliberalismo, que Lenin pronosticó hace más de un siglo como la etapa superior del capitalismo mundial- plantea los desafíos que enfrentará a lo largo de sus próximos seis años de gobierno.
La rendición de cuentas de su primer informe presidencial reúne una serie de mensajes además de sus hechos de gobierno. Expresan el futuro de sus acciones y relaciones políticas hacia el exterior y al interior de su gobierno.
No son mensajes cifrados como se acostumbraba en el viejo régimen. Por ejemplo, la presencia y discurso de la Licenciada Clara Brugada, la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, agraviada con provocaciones como las de la última marcha por la masacre del dos de octubre de 1968, habla desde ahora de su afán y objetivo político de que las mujeres seguirán gobernando hasta después del 2030.
A Trump que la soberanía no es negociable: “¡México no acepta injerencismo, no acepta intervencionismo! ¡Somos un país libre, independiente y soberano!”
A los empresarios que seguirá con su modelo de colocar su gobierno por el camino de la justicia social, de primero los pobres; “de dignidad y de garantía de derechos sociales, libertad, democracia y soberanía”.
A los miembros de las élites de su gobierno, de su gabinete, del Congreso y gobernadoras y gobernadores hasta presidencias municipales y aliados políticos que “el poder no es para enriquecerse, es para servir con humildad”. “Los recursos públicos son sagrados y se le devuelven al pueblo en derechos, en Programas de Bienestar y obras estratégicas para el desarrollo nacional”, les dijo.
Un día antes, en Veracruz en el aniversario de la fundación de las fuerzas armadas, la presidenta las convocó a rechazar la corrupción. Les expresó: “lo contrario a la honestidad es la corrupción, una traición a todos los valores y una deslealtad que no puede tener cabida en nuestras instituciones”.
A los medios de información fuera y dentro que “en México gozamos de libertades y democracia. Contrario a la mentira que se escribe en la mayoría de los medios, es claro para el mundo entero que, en México: no se reprime, no se usa la fuerza del Estado contra el pueblo, se respetan los derechos humanos, se practica la mayor libertad de expresión de la historia, no existe la censura y todos los Poderes son elegidos por el pueblo de México”.
Pero su principal mensaje tanto a los grupos internos y externos que les urge una ruptura de la presidenta con López Obrador es que no la habrá. Cierra filas con su antecesor y mentor en Palacio Nacional. La razón política es de un mayor enorme peso político. Simplemente toda esa estructura masiva del domingo 5 de octubre la acompaña desde su triunfo en las elecciones presidenciales de junio de 2024 es obra de la herencia política de López Obrador.
La maquinaria de Morena funciona matemáticamente. Operan sus más de 50 mil comités de base y los 24 gobiernos estatales de su partido con la mayor población del país, más de 93 millones de habitantes.
Al interior de Morena-inspirado en la doctrina del periodista Ricardo Flores Magón caracterizado por su intransigencia ante el poder político- en sus comités de base, se le sigue rindiendo culto y disciplina a López Obrador como su fundador.
Es una razón de peso. Toda esa multitudinaria concentración del Zócalo y sus calles aledañas de ese domingo 5 de octubre respondió a la estructura construida por López Obrador, ahora depositada en la secretaría de Organización de Morena a cargo de uno de sus hijos, Andrés Manuel López Beltrán, a pesar de sus banalidades.
Todos los fines de semana en sus salidas de la presidenta para continuar su rendición de cuentas a las entidades del país las bases morenistas se mueven a su alrededor. No vive las circunstancias políticas, sociales y económicas que vivió el general Lázaro Cárdenas en su presidencia (1934-1940).
Para gobernar el general Cárdenas exilió a Plutarco Elías Calles, quien le disputaba y regateaba el poder. A Cárdenas no le quedó otra salida. Organizó su propio partido, de la Revolución Mexicana que sustituyó al Partido Nacional Revolucionario de Calles y dejar atrás su maximato de tres presidentes a los que proponía y ordenaba. Una época en la cual cuando la gente pasaba por la sede presidencial en el Castillo de Chapultepec decía: “Aquí vive el presidente pero el que manda vive enfrente”.
No será el caso de la Doctora Sheinbaum. Su alianza con López Obrador trasciende a una relación de objetivos e intereses comunes inseparables por ahora. En ese discurso lo ratificó frente a esa heterogénea y desigual masa de militancias y simpatizantes al exponer: “que se oiga bien, que se oiga lejos” al repetir el mismo mensaje de su antecesor: “¡En México, el que manda es el pueblo!”
La profesión de académica en la Facultad de Ciencias de la UNAM, líder estudiantil durante el movimiento de 1987 que pugnó por una universidad democrática; el provenir de una familia de emigrados judíos askenazis y sefardíes, de padre y madre con militancias en las ideas y luchas socialistas, forman en ella una personalidad estrechamente vinculada a reivindicaciones sociales y de lealtades.
Sin cola que le pisen aún es temprano para hacer de las virtudes que encarnan su filosofía un gobierno moral y ético. Cuando habla de la corrupción le debe ser muy difícil compartir espacios con personajes incrustados en la 4T y son motivo de escarnio contra su gobierno en los espacios mediáticos. Son personajes con una total ausencia de la moderación juarista de la honrosa medianía y de congruencia de uno de los sentimientos de la Nación de Morelos de atemperar la indigencia y la opulencia.
López Obrador se jactaba de rendir su culto a Juárez quien decía que “los republicanos de corazón se conformaban en vivir en la honrosa medianía, alejados de la tentación de meter las manos en las arcas públicas e improvisar vergonzosas fortunas, que la sociedad reprueba y que la sociedad siempre maldice”.
La Doctora Sheinbaum está a prueba. El peligro es caer en las cegueras del poder presidencial, de la idolatría, del culto a la personalidad del viejo mesianismo presidencialismo mexicano.
López Obrador no los pudo desterrar, ni enterrar ni exiliar, la prueba está en sus alianzas con tránsfugas priistas a los que sedujo y los hizo aliados para lograr su mayor propósito político de acabar con el PRI, del que aprendió enseñanzas básicas durante su paso por el partido de estado, como el de la movilización de las masas.
Para la primera presidenta mexicana las opciones no son fáciles, aún son estrechas en ese camino empedrado por el que camina todos los días: están entre seguir las reglas de la política, el oficio más salvaje como lo llamó Michel Rocard o aplicar las virtudes del Espíritu de sus leyes inspirados en Montesquieu, o ambas al mismo tiempo.