La piedra de Sísifo

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El tigre de papel

Por José Luis Camacho López

Mientras en China, Xi Jinping exhibe su poderosa fuerza militar acompañado por Vladimir Putin y Kim Jong-un, en México Marco Rubio, el enviado de Donald Trump para atemorizar a México con el mensaje subliminal de lo que puede hacer su imperio en el Caribe al destruir con un misil en el Caribe un barco de supuestos narcotraficantes venezolanos, resulta que resultó en un pequeño  cartero del tigre de papel,  como alguna vez describió Mao al poderoso imperio de Washington.

 

Trump  había acusado al líder del partido comunista chino de crear una trama contra Estados Unidos. En su mensaje Xi le advirtió  a Trump que “hoy la humanidad vuelve a enfrentarse a la disyuntiva entre la paz y la guerra, el diálogo o la confrontación, e beneficio compartido o el juego de suma cero”.

 

Trump ha  escogido la confrontación desde  su guerra arancelaria.Ha pretendido apoderarse del planeta y erigirse como el único poder unipolar con sus frustradas ansías de  recuperar el dominio territorial expansionista que Estados Unidos,   que tuvo después de la primera y segunda guerra mundiales.

 

El bloque de China y Rusia han decidido marcarle un alto en un semáforo con la señal de amarillo, antes de cruzar al rojo que implica lo que el líder chino le acaba de advertir al mesiánico César de la Casa Blanca, empeñado en doblar a la Unión Europea, a sus vecinos del sur y norte del continente, en esa porosa geografía geoeconómico en la que se encuentra México.

 

En unas horas previa a su entrevista con la presidenta Claudia Sheinbaum, el secretario de Estado, Marco Rubio, de familia de origen cubano, conocido por la virulencia de sus discursos anticomunistas, bajó los brazos. Optó por llegar a un acuerdo con el gobierno del segundo piso de la IV Transformación de la Repúblico, cuando antes estuvo dispuesto a dejarle un socavón en medio del edificio del Palacio Nacional.

 

Rubio tuvo tiempo entre la lluvia y las horas que transcurrió entre el aeropuerto internacional Felipe Ángeles y el hotel donde se hospedó frente al Bosque de Chapultepec, para recibir nuevas instrucciones después de que Trump se enteró el desafío que le lanzó el líder chino al otro lado del planeta.

 

El secretario de Estado dobló las manos. Acordó una serie de acciones que llevarán a cabo los gobiernos de Estados Unidos y México contra los cárteles del narcotráfico mexicanos, principal fuente de abasto de las drogas que consume la población estadunidense.

 

En los círculos de gobierno del Movimiento de Regeneración Nacional auguraban un encuentro ríspido aunque guardando las formas diplomáticas. Se prepararon para cualquier contingencia.  Habría que interpretar en las comunicaciones tanto verbales como las no verbales el mensaje que traía Rubio. Sobre todo porque el César de la Casa Blanca había declarado, como ya lo había dicho antes para intimidar, a la primera presidenta mexicana,  que México estaba gobernado por los cárteles.

 

Rubio tuvo que apechugar, calmar sus ánimos de hablar quedito con el garrote dando al llegar al Palacio Nacional. La  espada la guardó en su funda. El secretario de Estado esperaba encontrarse con una presidenta sumisa, rendida que aceptaría mayores condiciones de cooperación de las que ya el gobierno de Morena había aceptado sin estridencias.

 

La presidente demostró a Trump que tiene carácter. Decidió con previas condiciones de que su gobierno tiene capacidad de entenderse y colaborar en conflictos de la gravedad  de las corrientes migratorias hacia la frontera norte. Como ofrenda de paz los 56 capos del narcotráfico exportados para ser juzgados en las cortes y condenados a las prisiones de alta seguridad estadunidenses, sin desconocer que son fuentes de información para saber de los vínculos entre el narcotráfico y funcionarios mexicanos de distintos gobiernos y hasta de su propio país. Eduardo Valle, el Búho, tenía razón cuando como asesor del procurador Jorge Carpizo en la era salinista, difundía a quien lo escuchaba, que los narcos blancos nunca eran tocados por las manos de la DEA.

 

Tras la visita de Rubio a México, periódicos como el The Wall Street Journal publicó una nota con el encabezado de que Rubio vino a México a tranquilizar al gobierno mexicano. Se equivocó. El secretario de Estado escondió su discurso prepotente cuando China cambió la correlación de fuerzas globales. Trump se dio cuenta que los chinos y los rusos no andan a pie ni con la cabeza baja.

 

México representa para los gobiernos,  de un signo político u otro, de la Casa Blanca una zona estratégica de seguridad nacional. Durante la Segunda Guerra Mundial el gobierno demócrata de  Franklin D. Roosevelt  había dispuesto establecer una base militar en la Baja California para hacer frente a una hipotética invasión del imperio japonés. El general Lázaro Cárdenas avizoró la amenaza y le pidió al presidente Ávila Camacho hacerse caso de la operación militar solicitada, sin ninguna intervención militar de los gringos en suelo mexicano.

 

Seguramente las asesorías de primera,  con Juan Ramón de la Fuente, Marcelo  Ebrard, Alicia Bárcena y un joven subsecretario de la cancillería, Roberto Velasco, con que cuenta la presidenta Sheinbaum,  tomaron en cuenta el contexto internacional de lo que ocurría en China  y pesaba en la primera visita de Rubio.  Ya modestito tuvo que esconder el rabo a la hora de sentarse en esa amplia mesa de Palacio Nacional a la que llegó custodiado por el procónsul Ronald Douglas Johnson, el primer agente de inteligencia de su gobierno en México.

 

Rubio  tuvo que reconocer que México es el que más coopera en una lucha contra los cárteles del narcotráfico, un problema que es más de ellos que de la vecindad del sur latinoamericana. México, Colombia, Bolivia, Ecuador, Panamá han pagado los costos de una desigual, pésima y torpe política de la Casa Blanca tanto de demócratas como republicanos  desde Richard Nixon,  cuando descubrieron que el narcotráfico crecía en su país como la espuma y era la fuente de enriquecimiento dentro y fuera de sus fronteras.

Un  presidente mexicano del neoliberalismo, Miguel de la Madrid en 1988  se lo llegó a señalar al presidente y actor  Ronald Reagan en una visita que hizo a Mazatlán. Su gobierno “no hace  bastante” para combatir al narcotráfico, le dijo.

 

México ha cambiado su política de represión al narcotráfico. Cuesta un extraordinario trabajo y sacrificios  cuando Sinaloa desde muchos años atrás, sexenio tras sexenio, gobiernos liberales o neoliberales poco nada  hicieron para erradicarla y era una de las principales fuentes de los negocios del narco en Estados Unidos.

 

La política de seguridad pública de la presidenta  responde a un contexto actual. Cuenta ahora con eficaces uncionarios en seguridad pública y protección ciudadana junto con los titulares de las secretarias de la Defensa y Marina, para encabezar una larga batalla contra ese problema,  que sin la cooperación y colaboración entre los dos gobiernos,  difícilmente logrará erradicarse y abatirse dada su alta complejidad e historias de largas de omisiones de responsabilidades de administraciones de los dos países.

 

Trump y sus bravatas  contra el gobierno de la presidenta carecen de futuro. No le favorecen en sus dramatismos para culpar a México de sus fracasos las condiciones de un contexto global donde los chinos y los rusos ya le marcaron el alto.

 

El gobierno de México aprovecha bien ese explosivo contexto internacional desfavorable a Trump. Sobre todo en esa relación construida en la cual la presidenta  coloca el principio de real respeto a la soberanía. Sustenta sus relaciones, a pesar de lo espinosas que son,  con esa misma visión que tuvo el general Cárdenas cuando el gobierno de  Roosevelt  pretendió establecer una base militar en la California mexicana en una franca intervención militar en territorio mexicano.

 

Por eso la frase del tigre de papel que le hizo Mao al imperio estadunidense cobra vigencia  cuando Xi Jinping con su poderosa fuerza militar acompañado por Vladimir Putin, le hablan al oído a Trump de las disyuntivas para la humanidad del siglo XXI.

 

 

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