Por José Luis Camacho.- El abusivo y falaz retiro de dos figuras representativas de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, emblemáticas en las historias de liberación en América Latina y el Caribe del yugo imperialista de los Estados Unidos, de un jardín de la colonia Tabacalera del centro de la ciudad de México, ha dado lugar a un infausto regreso a recordar una de las etapas más oscuras del país, la bárbara persecución de disidentes políticos de la izquierda mexicana y a la vez la complicada historia de las relaciones entre México y la república socialista de Cuba, siempre bajo la dura lupa de la extrema ultraderecha estadunidense.
Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, junto con otro grupo de ciudadanos cubanos habitaron en esa colonia, eran vecinos conocidos por la comunidad en la mitad de los cincuenta del siglo pasado, había quienes los apachaban y les ofrecían un café, como los hermanos Mayo, antes de emprender el viaje y su aventura en un destartalado buque llamado Granma, para iniciar una revolución para destituir la dictadura de Fulgencio Batista, quien había convertido a la isla en un lupanar y casas de juego de la maffia estadunidense.
La alcaldesa de la jurisdicción política de la Cuauhtémoc, Alexandra Rojo de la Vega, transparentó con esa decisión una pobreza intelectual del más bajo nivel político, educativo y cultural que le impide comprender la relevancia de esa historia que rodea a esas figuras y la relación que México, a pesar de la dureza de las presiones desde Washington, ha logrado mantener y reconocer sus relaciones con Cuba durante los gobiernos del Partido de Estado y las de la alternancia en el poder del prianismo.
Cuba es el único país que desafió hasta ahora el intolerante poder imperial que a través del bloque económico iniciado en 1962 a impedido que esa revolución socialista desarrolle su proyecto reivindicador social y humano por ese cerco feroz que ha llevado a la población cubana a padecer carencias para un mayor bienestar social; con obstáculos severos para el suministro de energía eléctrica y poder acceder a créditos internacionales.
Aún así Cuba es la primera nación en el continente latinoamericano y del Caribe en crear su propia vacuna contra la pandemia del Covid; sus procesos educativos y la formación de profesionales de la medicina y la atención a la salud son envidiables; son los más altos en el continente. A pesar de las carencias de insumos y medicamentos busca alternativas con el empleo plantas medicinales, “una vía eficaz de combatir muchísimos padecimientos, debido a sus propiedades químicas y a que están prácticamente exentas de reacciones adversas”, informa Granma en su edición digital.
Cuba socialista es pionera en el continente latinoamericano en llevar a cabo ensayos avanzados de una vacuna contra el cáncer pulmonar ya probada en Cuba y otra contra el dengue; un ensayo clínico con relación al medicamento del Heberprot-P, para el padecimiento de diabetes, de la úlcera de pie diabético y evitar a una persona las dolorosas amputaciones.
Ante las dificultades sobre sus redes de energía por falta de equipos y refacciones para sus termoeléctricas, Cuba experimenta nuevas fuentes en la apertura de nuevo parque solar fotovoltaico para su desarrollo agropecuario y desde 2018 trabaja en alcanzar una soberanía tecnológica digital a pesar de ser una revolución perseguida desde 1962. Una revolución que este 26 de julio celebra un nuevo aniversario del inicio de su revolución cuando hace 72 años Castro, en una posición temeraria, encabezó un ataque a un cuartel militar de la dictadura en Moncada al sur de la isla formada como un caimán.
No es la cubana socialista un Estado perfecto pero avanza socialmente con el reconocimiento de matrimonios del mismo sexo desde 2022 y que su nueva Constitución también reconozca también la libertad de creencias. Aunque no pierde de vista las presiones hacia su interior por disidencias internas estimuladas por los grupos mafiosos cubanos de Miami con la pretensión de cambiar el modelo político a uno semejante al bipartidista de Estados Unidos.
El bloqueo a Cuba por desafiar al imperio impone nuevos rasgos. No se diferencian los demócratas de los republicanos. Con el presidente Trump está más recrudecido el bloqueo en el siglo XXI al inscribirlo Washington como los países que apoyan el terrorismo, en una situación similar cuando se le acusó hace más de 60 años de exportar su revolución a países de América Latina.
El Título III de la Ley Helms-Burton activo desde 2019 es parte de esa estrategia de nuevas presiones norteamericanas que “permite a ciudadanos estadounidenses demandar a personas o empresas que utilicen propiedades expropiadas en Cuba tras la Revolución de 1959” con lo cual atemoriza a la inversión extrajera e impide que el gobierno realice intercambios financieros. Igualmente, en el mismo paquete represivo, prohibir a los turistas de los Estados Unidos viajar a la isla.
Esa historia del bloqueo a Cuba involucra a México cuando el presidente Adolfo López Mateos recibió en 1962 dos llamadas telefónicas del presidente John F. Kennedy. Le exigía que nuestro país se uniera al cerco de la isla cuando se registró la llamada crisis de los misiles instalados por la Unión Soviética, como medida disuasoria y defensiva del territorio cubano, después de la fracasada invasión en Bahía de Cochinos organizada por la CIA un año antes con mercenarios cubanos y de otras nacionalidades.
López Mateos lo escuchaba sin darle respuesta. El presidente mexicano se abstenía de contestarle a que el país fuera otra comparsa en la guerra ideológica anticomunista mexicana iniciada en el gobierno del presidente Miguel Alemán, siguiendo las líneas doctrinarias de Joseph Raymond McCarthy, un senador republicano, quien persiguió y enjuició a intelectuales norteamericanos: escritores, poetas, cineastas bajo la sospecha de ser “comunistas” en una época que la escritora Lilian Hellman denominó Tiempo de Canallas.
Para la mirada de la ultraderecha estadunidense en el Senado, como la del senador Jesse Helms, de Carolina del Norte, México había sido promotor del movimiento rebelde al dar refugio a Castro y al grupo de rebeldes cubanos en la colonia Tabacalera, que tumbó a uno de sus más sumisos y abyectos dictadores investidos en Fulgencio Batista.
Por esos años de la década de los cincuenta y sesenta, el anticomunismo se había sembrado y germinado en círculos eclesiásticos católicos, empresariales, periodísticos y políticos mexicanos. Les agitaba y quitaba el sueño por la creencia de que nuestro país estaba amenazado en convertirse al comunismo en el contexto de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Desde la embajada de los Estados Unidos, como ahora, se vigilaba estrechamente cada paso del gobierno mexicano en relación a esa crisis de los misiles instalados en Cuba. Washington usaba a la Organización de Estados Americanos (OEA) como su instrumento político servil en esa época para disuadir, controlar y dominar a los países de América Latina y del Caribe.
México decidió en 1964 en Punta del Este Uruguay ya no jugar a la escondidas con Washington y determinó no romper relaciones con la Cuba socialista. Fue el único país en la región, entre 1964 y 1970, que se negó a ser partícipe del aislamiento salvaje impuesto por ese imperio, que ahora toda costa se propone doblar al gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum y la soberanía mexicana con presiones similares con un bloqueo gradual.
López Mateos, con un perfil más consecuente con la izquierda, quien gobernó de 1958 a 1964, y Gustavo Díaz Ordaz, más inmerso en la influencia anticomunista, quien gobernó de 1964 a 1970, aún después del movimiento estudiantil de 1968 acusado de ser obra macabra de los comunistas y de Moscú, resistieron. El acorralamiento político de los presidentes Kennedy, Jonhson y Nixon era persistente para que México rompiera relaciones con la joven república socialista de la isla y se uniera al sumiso coro anticomunista latinoamericano de la OEA.
Trump como Rojo de la Vega- desde luego con toda proporción guardada por las distancias geográficas y dimensiones políticas- coinciden. Donald es el perfecto anticomunista ilustrado mientras a Alessandra le cuesta, en una tarea difícil, entender como mexicana que el modelo de la democracia socialista es otro y diferente al de la democracia capitalista por la que fue electa.
Por eso es fácil comprender su banalidad cuando la alcaldesa por una supuesta demanda vecinal en sus manos, retira esas estatuas en forma humillante para la historia y los vínculos de esos personajes representados con la vida política de nuestro país. Son obras mancilladas por una burocracia pueril que forman parte del acervo escultórico del artista Óscar Ponzanelli, instaladas durante la alcaldía del actual líder camaral Ricardo Monreal.
Más allá de si la alcaldesa violó reglamentos relacionados con los movimientos de obras culturales y artísticas, esa decisión solamente vino a desnudar esa banalidad del mal de la que habla Hanna Arendt- desde luego con toda proporción guardada con la definición de la autora de estudios sobre el totalitarismo- por su desconocimiento de toda una rica y larga historia de México y sus relaciones con Latinoamérica y el Caribe. México ha sido país refugio o santuario de Julio Antonio Mella, otro luchador cubano lamentablemente asesinado por una dictadura cubana; y de César Augusto Sandino, el símbolo libertador de Nicaragua.
México ha sido ermita de tantos y muchos miles de refugiados españoles, chilenos, uruguayos, argentinos, brasileños, guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, dominicanos, bolivianos, ecuatorianos, venezolanos, colombianos, panameños, dominicanos, haitianos, para quienes nuestro territorio ha sido un espacio de vida interrelacionada con las esperanzas de un sueño libertador como lo fue para Fidel Castro y el Che Guevara en esa colonia popular de la capital mexicana.
Una banalidad del mal de la alcaldesa Rojo de la Vega, que como dijo en una de sus mañaneras Ciro Gómez Leyva: ¿en qué nos metió Alessandra? después de alarmarse porque la marea guinda de Morena anunció imponer los nombres de Fidel y del Che en el Congreso de la capital del país.
