MORENA, ni muere el viejo régimen ni lo deja nacer
Por José Luis Camacho López
En el 2019, una joven integrante del Comité del Movimiento de Renovación Nacional en la alcaldía de Coyoacán, se jactaba en presumir que una de sus tareas era rechazar a los priistas que buscaban adherirse al Movimiento de Regeneración nacional (MORENA), en una etapa en que estaban cerradas las puertas de su padrón a nuevos militantes.
Cinco años después, la dirigencia de Morena encabezadas por Luisa María Alcalde Luján, como presidenta y Andrés Manuel López Beltrán, como secretario general, buscan incorporar a diez millones de militantes después de que en la elección de 2024 la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo obtuvo 35 millones 924 mil 519 votos, cinco millones más de lo que logró Andrés Manuel López Obrador en las elecciones de 2018, 30 millones 113 mil 483 votos.
Sin las coaliciones que realizó MORENA en 2018 y 2024 con otros partidos, Partido del Trabajo y Partido Verde Ecologista de México y otro completamente de derecha, el Partido Encuentro Social, no podía haber ganado la Presidencia de la República, y con una serie de alianzas políticas al incorporar a personajes sacados de las tuberías del Partido Revolucionario Institucional, de la misma derecha y ultraderecha de Acción Nacional.
El enorme dilema de estos jóvenes y la directiva de su partido es comprobar que son una organización auténtica de izquierda cuando Morena nació de las entrañas del odiado sistema político del viejo régimen creado por otro líder semejante a la figura de López Obrador, encarnado en Plutarco Elías Calles, quien para poner orden a los violentos caudillos de la Revolución Mexicana dirimían sus enconos por la vía de los crímenes o de los alzamientos armados, fundó el Partido Nacional Revolucionario en 1929.
Los jóvenes dirigentes de MORENA se encuentran con un movimiento que no es un partido en el estricto rigor político ni tampoco de la izquierda de la que presumen. Y lo más evidente carecen del liderazgo popular que mantenga oxigenado las riendas de ese movimiento creado por López Obrador para ganar las elecciones presidenciales de 2018. Fueron 12 años después de esa elección plagada de vicios y costumbres del régimen del partido creado por Elías Calles, que aún permanecen sus resultados en incógnita, cuando los priistas acudieron en masa con todas sus mañas a llenar las urnas y a evitar el triunfo de López Obrador.
Mao Zedong en su Libro Rojo sostenía que para ganar el poder se requería un poderoso partido de masas revolucionario. López Obrador como estudiante de administración pública y de ciencia política pudo haber leído esa lectura del líder chino en su paso por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Las lecturas de Mao eran estudiantiles. No pasaban de ahí, solo las policías de la Federal de Seguridad, entre ellos estudiantes de Derecho, se la creían y veían comunistas debajo de los pupitres universitarios.
La extrema lección de 2006, con todo el viejo sistema en su contra, no sólo los políticos, el clero, la clase empresarial, líderes obreros, le enseñó a López Obrador que era necesario un partido fuerte como el chino, solamente que en un país como México las lecciones del Libro Rojo eran imposibles de practicar con un vecino escrutador en el norte y menos con partidos débiles, de moda después de 1968, que nacían y desaparecían como el Partido Popular Socialista, el Partido Demócrata Mexicano, y toda una gama de partidos de presunta izquierda, Partido Socialista de la Trabajadores, Partido Mexicano de los Trabajadores, Partido Revolucionario de los Trabajadores, más cargados de dogmas pero sin estrategias, como lo llegó a señalar la estudiosa chilena Marha Harnecker.
Con un escenario de viejos partidos de izquierda y líderes de izquierda acomodados con el régimen, López Obrador y después de ser nuevamente vencido en 2012 por un PRI mimetizado por Televisa que llevó a Los Pinos un maniquí de sus producciones de telenovelas, optó por fundar un movimiento donde lo mismo se adhirieran personajes de la vieja y oxidada izquierda, que expulsados de Acción Nacional y otros como Germán Martínez, estrechamente vinculado a Felipe Calderón, o Lily Téllez, una comentarista estrella de Ricardo Salinas Pliego, que ya sentados en una curul del Senado de la República por MORENA, se convirtieron en rabiosos críticos a quien le habían besado la mano.
MORENA no deja de ser un partido del viejo régimen que no terminará de nacer, sus entrañas viscosas lo impiden. Se ha creado con los restos de partidos como el PRI y del PAN, una extraña mezcla de liderazgos con ideologías gelatinosas que navegan en los espacios políticos en una ruda disputa por el control político del poder público, por ahora del Congreso, que escenifican en estas horas dos personajes del viejo régimen priista, Ricardo Monreal y Adán Augusto López, por una disputa aparente de dineros públicos.
No es una rencilla de cantina. Y no será el primero, ya veremos otros desgarramientos de vestiduras, zapatazos, porque ese movimiento llamado con las siglas de MORENA, pertenece aún al viejo y odiado régimen. El líder que lo construyó lo hizo solamente para ganar las elecciones de 2018. Y en 2024 depositar en la Presidencia a quien consideraba la heredera de la misma lealtad sucesoria, como alguna vez lo pensó Elías Calles cuando designó al general Lázaro Cárdenas y se equivocó. Las lealtades en política son como las idas a misa.
Dura tarea les esperan a esos jóvenes que creen que su movimiento podría ser un partido de izquierda, para ello tendrán que mirar más hacia abajo y probablemente darle una rápida lectura al Libro Rojo de Mao para saber qué es un partido político y para qué sirve si aspiran a ser la nueva generación de un poderoso movimiento político que navega aún en aguas pantanosas con liderazgos mañosos de una suma de políticos que arrastran las mismas vestiduras.