jueves, abril 25, 2024

La otra contienda

Federico Berrueto

El interés de la elección de 2024 se centra en la presidencia. Los partidos, los medios y observadores de los asuntos públicos ponen su atención en la competencia presidencial. La realidad es que el primer domingo de junio se elegirán, además, senadores y diputados, 9 gobernadores, jefe de gobierno y alcaldes de la Ciudad de México, la totalidad de los congresos locales y 1,580 ayuntamientos.

La elección de 2018, por la vía democrática, significó regresar al pasado del presidencialismo autoritario. El sometimiento del Congreso y la afinidad partidaria con el presidente de quienes prevalecieron en las elecciones concurrentes, permitió la reedición de aquello que había quedado atrás desde 1997. El populismo obradorista, como todos los que han surgido en el mundo, llegan al poder por la vía democrática y, desde allí, con mayor o menor acento alteran las bases del régimen representativo, porque su esencia es el rechazo a la pluralidad y a las libertades políticas al invocar el vínculo directo entre el pueblo bueno y el líder, su reencarnación y único exégeta.

El actual proceso político tiene un ciclo y un periodo terminal, que ocurre con la entrega del poder por parte del líder. De antemano se sabe que quien le suceda, aunque sea de su propio partido, significará un giro importante. Para bien y para mal, López Obrador es único e irrepetible. La fragilidad de los movimientos populistas radica en su dependencia en un líder, y el proceso político que conducen depende de su permanencia en el poder.

López Obrador habla de dar continuidad a la transformación que ha emprendido. Sus referencias privilegian a los programas sociales elevados a la Constitución con el aval de sus adversarios y, también, a las obras públicas, algunas de ellas asignadas a las fuerzas armadas en su operación a manera de garantizar su permanencia. En perspectiva, el cambio prometido es muy menor, y en temas sustantivos hay retroceso, incluso en materia de política pública social, seguridad pública, economía y no se diga ya en la lucha contra la corrupción. El baluarte del obradorismo son las intenciones y su escudo el exceso retórico pendenciero.

El proyecto populista se agota con la salida de López Obrador, pero deja un enorme vacío por el deterioro político, el desmantelamiento institucional, la pérdida de cuadros valiosos en la administración, la polarización y por su estilo de gobernar. El país será distinto y no hay marcha atrás. Repensar el futuro es el desafío mayor. Tema fundamental será el nuevo mapa de poder y, particularmente, si el país regresará a la condición de gobierno dividido, es decir, cuando el presidente no tiene mayoría afín en el Congreso.

Por esta consideración la otra contienda, especialmente la elección de diputados y senadores, reviste la mayor importancia. López Obrador en 2024 va por todo: que sea uno de los suyos -por ahora Claudia Sheinbaum-, quien gane la presidencia; pero, asimismo, que tenga el poder de cambiar la Constitución para cumplir con el anhelo populista: alterar los términos de la representación política, como propone en su iniciativa de reforma política, que destruye la pluralidad en el Senado y la vuelve marginal en la Cámara de Diputados. El esquema va más allá: minar el régimen republicano de división de poderes y la constitucionalidad de los actos de gobierno.

Desde ahora, el escenario que se perfila hacia 2024 es el del gobierno dividido. La elección de 2021 fue un anticipo. A pesar de que Morena ha ido ganando gobiernos locales, en las zonas densamente pobladas hay un proceso social de rechazo al oficialismo. No queda claro si es suficiente para una alternancia en la presidencia, aunque sí para un avance de la pluralidad y el retorno del gobierno dividido. En esta circunstancia, el presidente apuesta a la polarización, recurso cada vez menos eficaz para construir mayoría y con un excesivo costo político y social para el país.

La otra contienda debiera estar en el centro de la atención de la oposición. Es el espacio natural de oportunidad y una meta alcanzable no por mérito partidario, sino por el grado de insatisfacción y descontento ciudadanos. Por tal consideración, surgirían nuevos términos en la relación del opositor con el poder; el acuerdo y la negociación serían la vía, virtuosa, si no es subvertida por el oportunismo, la corrupción y la extorsión.

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