viernes, marzo 29, 2024

La novela de la Revolución Mexicana, un encuentro con la realidad histórica

Francisco Medina

CIUDAD DE MÉXICO.- A 112 años de la Revolución Mexicana es inevitable mirar atrás y recapitular; los análisis retrospectivos son insoslayables, aquellos que abarcan las expresiones artísticas que se han producido en torno a la Revolución, y los que ponderan los ideales, las conquistas y las secuelas de uno de los grandes movimientos sociales del siglo XX.
La narrativa reflejó los cambios experimentados en la sociedad mexicana durante el siglo pasado: la vida campirana sucumbió paulatinamente mientras se propagaban nuevas costumbres, el entorno urbano y la modernización se consolidaron como nuevos paradigmas; y en la expresión literaria se desplegó en una gama de perspectivas, voces y estilos.
Es difícil poder imaginar los súbitos y violentos cambios que vivió el pueblo mexicano entonces. Las evidencias fotográficas no son muy claras − obvio, la fotografía se encontraba en pañales − y era utópico pensar en el video. Sin embargo, existe una evidencia que prácticamente nos ubica en medio de la lucha: la novela de entonces. La literatura de la Revolución Mexicana refleja en sus letras el momento bélico que se vivió entonces, debido a que las novelas de esa época dan al lector una idea de lo que fue la Revolución.

Para poder hablar de la literatura de la Revolución Mexicana, especialmente de sus novelas, primero hay que definir su concepto. El maestro Antonio Castro Leal dice que se entiende por novela de la Revolución Mexicana el conjunto de obras narrativas, de una extensión mayor que el simple cuento largo, inspiradas en las acciones militares y populares, así como en los cambios políticos y sociales que trajeron consigo los diversos movimientos (pacíficos y violentos) de la Revolución. Así también hay que ubicarse en el tiempo: la Revolución inicia el 20 de noviembre de 1910, y termina el 21 de mayo de 1920, se puede decir que con la caída y muerte de Venustiano Carranza.
El rango de la influencia que ha ejercido la Revolución Mexicana en la literatura es un parámetro muy esquivo; sólo puede determinarse con precisión el inicio del ciclo de la novela de la Revolución Mexicana porque aún no declina su vigencia como tema ó escenario, como estilo ó técnica. Al respecto, en 1972 Seymour Menton cuestionaba el final de la Revolución Mexicana y establecía que todas las novelas escritas en México desde 1910 merecían ser consideradas como novelas de la Revolución, en virtud de que el Partido Revolucionario Institucional (PRI), instauró un régimen que conservó el poder político del país durante todo el siglo XX e influyó en todos los aspectos de la vida nacional.
El acento en el análisis de Antonio Castro Leal recae en el realismo de los autores como narradores-testigos, quienes lograron un reflejo fiel de su entorno y sus circunstancias; indica que predominan los tintes autobiográficos, las descripciones objetivas de los acontecimientos y el desarrollo lineal de las narraciones como el transcurso natural del tiempo.
Seymour Menton indica que en la novela de la Revolución Mexicana el argumento se subordina a la narración de los acontecimientos, episodios y anécdotas en los que interviene el narrador.
Joseph Sommers puntualiza que el común denominador en las novelas de la Revolución Mexicana es que capturaron el caos y la confusión de un período dramático en la historia mexicana y establece que su originalidad reside en la definición de los problemas y ansiedades del pueblo mexicano en los albores del siglo XX.
El rasgo distintivo para Inés Sáenz es la fusión entre el realismo histórico de la novela de la Revolución Mexicana y la crítica social, cultural y política. El apego a la realidad y la visión crítica impidieron que los autores idealizaran a sus personajes y al movimiento revolucionario.

En 1911, la Revolución se transformó en algo más que un hecho armado o un acontecimiento político: ese año Mariano Azuela publicó la primera novela que se refería a la bola: Andrés Pérez, maderista. A partir de ese libro -y hasta muy entrado el siglo XX- la Revolución fue uno de los principales temas abordados por los literatos mexicanos por medio de cuatro grandes estrategias argumentales: las obras de reflejos autobiográficos, la narrativa de cuadros y episodios, las obras de afirmación nacionalista y las palabras del desencanto.
La narrativa de cuadros y episodios
Otra característica compartida por los narradores de la Revolución es que sus obras están escritas como una serie de cuadros que -de una manera muy similar a la de una fotografía instantánea- buscan mostrar los hechos de la gesta. Por esta razón, un autor de gran capacidad como Martín Luis Guzmán no puede evitar que El águila y la serpiente sea una serie de cuadros y episodios que no tienen entre sí una continuidad perfecta. Esto mismo ocurre con Campamento de Gregorio López y Fuentes, con Cartucho de Nellie Campobello o con ¡Vámonos con Pancho Villa! de Rafael F. Muñoz.
El desencanto
El entusiasmo nacionalista de algunos autores fue compensado por la visión crítica y desencantada que marca algunas obras dedicadas a la gesta: el Ulises criollo de José Vasconcelos, La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, Lola Casanova de Francisco Rojas González, la Nueva burguesía de Mariano Azuela son -entre muchos otros- algunos ejemplos de la narrativa que mira a la Revolución desde la perspectiva de la crítica y el desencanto.
La perspectiva crítica y desencantada de estos autores/protagonistas se convirtió -con el paso del tiempo- en una de las principales características de la narrativa que se ocupó de los hechos de la Revolución de 1910. Esto es lo que puede apreciarse, por ejemplo, en El gesticulador de Rodolfo Usigli, en La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, en El juicio de Vicente Leñero o en El Atentado de Jorge Ibargüengoitia.

Mariano Azuela el gran iniciador
Un gran ejemplo de esto es la novela Los de abajo, de Mariano Azuela. En la novela Los de abajo, el pueblo, sin ninguna preparación militar, y sin saber por qué peleaba, era llevado a la lucha. Los diálogos en la obra, no son imaginarios, sino los que en realidad se oían en los labios de la gente del pueblo, en los cuarteles, en los campos de batalla, etc.
Lozano Fuentes menciona sobre Azuela: sus novelas, inspiradas en escenas de la lucha armada, se distinguen por una observación minuciosa y llena de vigor que ayuda al lector a darse una idea de lo que fue la Revolución.
Otra obra que ayuda a ejemplificar perfectamente es la novela Memorias de Pancho Villa, de Martín Luis Guzmán. Es una novela en la que el autor, tomando el lugar del héroe habla y relata con gran claridad todos los episodios de su vida con un lenguaje apropiado a su personalidad.
El maestro Lozano dice de Martín Luis Guzmán: su prosa es clarísima y nos muestra un ingenio que penetra hasta las cosas más profundas, ya que también es un gran observador. Sus novelas nos dan a conocer datos sobre el período más dramático de la Revolución.
De Mauricio Magdaleno en su obra apreciamos un gran realismo realzado por la riqueza del idioma que emplea. La descripción de los paisajes es tan vívida que no podemos dudar de que es un gran observador.
Queda claro, sin embargo, que la literatura de la Revolución no se limita a estos tres autores, aunque sin duda estos son sus más grandes exponentes. El maestro Lozano Fuentes menciona que : tres libros son, a mí juicio, los más completos y valiosos que produjeron los escritores que nos ocupan; unidos los tres, se obtiene un cuadro cabal en cuanto al significado y a las consecuencias del movimiento armado. Estos son: Los de abajo, de Mariano Azuela; Memorias de Pancho Villa, de Martín Luis Guzmán; y El resplandor, de Mauricio Magdaleno.
No hay que olvidar a autores como José Vasconcelos, José Rubén Romero, Gregorio López y Fuentes y Rafael Muñoz. Pero seamos más profundos y vayamos a las raíces del movimiento. Después de la muerte de Benito Juárez, en 1872, ocupa la presidencia Sebastián Lerdo de Tejada (Presidente de la Suprema Corte), posteriormente electo para el período 1873 − 1876, al fin del cual es reelecto. Contra esa reelección se pronuncia el general Porfirio Díaz. Triunfa y ocupa la presidencia. Salvo el período del general Manuel González (1880 − 1884), gobierna desde entonces hasta que lo derroca la Revolución, en 1911. Su gobierno suma treinta años y siete reelecciones. Cuando se declara reelecto para el período de 1910 − 1916, en octubre de 1910, es cuando Madero se rebela y levanta el movimiento armado un mes después.
Contra esa continua reelección, el escribir siempre fue una manera de protestar, los periódicos y los libros publicados hacían enérgicas condenas hacia la dictadura de Díaz. Madero lanza el 5 de octubre el Plan de San Luis, en el que hace a la gente un llamamiento a levantarse en armas y luchar por un interés común, fijando el 20 de noviembre para un levantamiento general.
Durante el conflicto armado se libraron cruentas batallas, México quedó casi desecho al final de la Revolución. Los testigos en sus memorias escritas dan a conocer con detalle muchas anécdotas en las que narran como sus familiares o amigos iban desapareciendo, al ser asesinados la mayoría de las veces con una tremenda frialdad, por eso, no es de extrañarse que la novela de la Revolución tenga, en algunas ocasiones, un carácter autobiográfico. Esto es no solo natural, sino inevitable. Sin embargo, es lógico pensar que la visión de las cosas varía según las circunstancias por las que cada autor atravesó y por la clase de realidad que le haya tocado contemplar.

Por ejemplo, Mariano Azuela, médico castrense de las tropas campesinas de Julián Medina en la época más revuelta y caótica de las luchas militares, nos da una visión objetiva, a veces pesimista, y verídica, de la vida de campaña de los grupos rebeldes improvisados, que crecían y se organizaban más por casualidad y accidente que por un sistema ordenado de reclutamiento y disciplina.
Vasconcelos se mueve en un mundo distinto del que conoció Azuela. Figuró en misiones reservadas de intentos internacionales y, después, fue del grupo de los dirigentes cuya opinión era escuchada y a veces seguida.
Así pues, aunque cada autor persigue un fin común − el narrar los hechos revolucionarios − , cada novela posee su propia perspectiva y su juicio de los hachos, así como su particular manera de adentrar al lector en las situaciones vividas en el conflicto.
Claro está por lo tanto, que la novela de la Revolución Mexicana de la primera época es siempre una novela vivida y verídica.
El desarrollo de la novela es siempre lineal, respetando un orden cronológico, en el que los sucesos se acomodan uno detrás del otro, como una especie de combinación entre novela y narración de historia.
Generalmente está escrita en el español que habla el pueblo de México. Dessau dice: el requisito indispensable consiste en que los autores se vuelvan hacia los hombres de pueblo, hacia temas relacionados con los problemas de México, y que creen una forma de narrativa popular que satisfaga las necesidades del público, especialmente en obras de realismo crítico.
Así, Gregorio López y Fuentes, en Mi General, y sobre todo José Rubén Romero en La vida inútil de Pito Pérez, se entroncan con la vieja forma de la narración autobiográfica y la desarrollan hasta hacerla una ficticia autobiografía de crítica social, en la que el hombre de pueblo es, por decirlo así, entronizado como el protagonista principal y al mismo tiempo, la víctima y el victimario, la solución y la medida.
El desarrollo de la novela revolucionaria dependió en gran medida del realismo que le dieron sus autores. Los temas, debido a que se limitaban a sólo unos cuantos, siempre fueron concretos. A manera de conclusión, se infiere que la novela revolucionaria constituyó uno de los movimientos más vastos y radicales en las historia no sólo de la literatura mexicana, sino también de toda la latinoamericana. Su importancia se basa en la estrecha participación social y el íntimo contacto con el pueblo. Fue la literatura de las capas sociales revolucionarias; sus autores, casi sin excepción, se mantuvieron cerca de los trabajadores. Se concentraron en reproducir la realidad de México en formas acordes con la Revolución.
Tal vez el mayor mérito que tienen los autores, es que los surgidos del pueblo se pusieron del lado del pueblo, y eso les llevo a comprender y también a ser comprendidos, en una época donde la paz era una utopía y todos y cada uno de los integrantes del país eran socios del mismo dramatismo.
AM.MX/fm

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