viernes, abril 19, 2024

La luminosa y triste historia de la Copa Jules Rimet

Luis Alberto García / Moscú

*Pasó de mano en mano durante cuarenta años, de 1930 a 1970.

*Brasil la retuvo para siempre en el IX Campeonato Mundial de México.

*L a Copa FIFA se disputó desde en evento mundialista de Alemania 74.

*Cambio de nombre cuando la verde amarela de “Pelé” fue tricampeona.

*Escondida en Italia y robada en Inglaterra, el trofeo desapareció en Río.

 

 

El triunfo de Brasil sobre Italia con un rotundo marcador (4-1) el 21 de junio de 1970, en el cierre de la IX Copa Jules Rimet disputada en México, dio lugar a que, habiéndola ganado por tercera vez, el equipo dirigido por Mario Zagalo tuviera el derecho de conservar para siempre el trofeo diseñado por el escultor francés Abel Lafleur cuarenta años atrás.

La alegoría de la diosa griega Niké con las alas desplegadas, elaborada con una aleación de oro macizo y plata esterlina sobre una base de mármol oscuro al gusto del creador de una justa futbolística que llegó a su novena versión en México, cambió de nombre y forma en Alemania, en 1974, el conmemorarse los 44 años de su primera entrega a Uruguay en 1930

La serie de encuentros mundialistas de ese año lejano contaron solamente con la participación de cuatro equipos europeos, sin siquiera la representación de Inglaterra –donde, en 1863, se habían ideado las reglas de un deporte novedoso que se conservan hasta hoy- que, con su ausencia, menospreció el evento y el premio.

Éste tendría propietario temporal cada cuatro años, y sería entregado en definitiva al primer país que lo ganara tres veces, como ocurrió con Brasil, monarca en Suecia (1958), Chile (1962) y México (1970), luego de una serie de episodios resumidos entre la comicidad y la tragedia.

Sin que se probara, siempre se rumoró de que fuese de oro y plata, pues existió la duda razonable de que la totalidad de su peso -3.8 kilogramos- fuese de esos metales, de los cuales también estaba hecha una placa que, curiosamente, tenía grabados en inglés solamente tres nombres y tres fechas: “Uruguay 1930”, “Germany 1954”, “Brazil 1958”.

Con un cuadro casi compuesto por veteranos, la nación sudamericana la obtuvo en Suecia, contando con Edson Arantes do Nascimento “Pelé”, debutante en esas lides, anotador de dos goles a los anfitriones en la final que, en medio de un lodazal y bajo la lluvia, acabó 5-2, abriéndose así las puertas del cielo para un estilo de futbol que marcaría el siguiente decenio.

La idea original era que, cada cuatro años, tuviera un trofeo; pero por el significado y valor de éste, la Federación Internacional de Futbol (FIFA) decidió que estuviese en custodia del último campeón, hasta que una nación lo obtuviera tres veces, para así podérselo llevar a sus vitrinas; pero debido a que nadie lo ganó así entre 1930 y 1954, durante la Segunda Guerra Mundial fue escondido por el doctor Ottorino Barassi.

Durante el conflicto bélico (1939-1945), el balompié mundial tuvo que esperar y la Copa Rimet pasó varios años escondida debajo de la cama de médico italiano, envuelta en papel periódico y dentro de una caja de zapatos.

Con la paz mundial de regreso, Alemania, Brasil e Inglaterra se sumaron a la disputa definitiva del dorado objeto del deseo deportivo; pero sin contar con el concurso de un hábil ladrón de joyas que la extrajo de una vitrina en Westminster, cuando la diosa alada estaba en préstamo para una exposición, desaparecida y perdida entre la niebla de las islas británicas.

A la anécdota de la cama y la caja de zapatos del doctor Barassi se añade un acontecimiento curioso: días después del hurto que conmovió al ámbito futbolístico internacional, sin que se supiera qué hacer con tamaño escándalo, que sin duda afectaba seriamente a Inglaterra, que ya había sido designada como sede de la Copa Jules Rimet de 1966.

Un ciudadano londinense, de nombre David Corbett, la encontró enterrada gracias a que su perro “Pickles”, al que paseaba mañaneramente, la encontró semienterrada debajo de un árbol en un parque citadino, con premios para el dueño y el can: boletos gratis para todos los partidos en los que participara el equipo nacional, capitaneado por Bobby Moore y dirigido por Alfred Ramsey.

El Brasil de Félix Mielli, Carlos Alberto Torres, Hércules Brito, Wilson Piazza, Clodoaldo Alves Calasanz, Everaldo Santana, Gerson Nunes, Jair Ventura “Jairzinho”, Eduardo Andrade “Tostao”, “Pelé” y Roberto Rivelino se coronó con un equipo que jamás podía perder, irrepetible, jugando por nota para vencer en una final magnífica, perfecta, como ninguna.

Sobre las canchas de Guadalajara –capital del estado de Jalisco, al Occidente del país- y de la ciudad de México, actuó el que es considerado el mejor Brasil de la historia que, con esa constelación sin igual, integró un equipo de época que liquidó, uno tras otro, a Checoslovaquia, Inglaterra y Rumania en la fase inicial, seguidos de Perú, Uruguay e Italia.

Luciendo como si el “catenaccio” fuese moda –la defensa cerrada al máximo- la Nazionale que condujo el viejo Ferruccio Valcareghi formó con Albertosi, Burgnich, Cera, Bertini, Rosatto, Facchetti, Domenghini, De Sisti, Mazzola, Boninsegna y Gianni Rivera, quienes naufragaron desde el minuto 66, cuando Gerson anotó el segundo tanto de la selección verde amarela del Sur.

Con un obús memorable como despedida, Carlos Alberto –defensa del Santos, retirado del futbol profesional al mismo tiempo que “Pelé” en el Cosmos de Nueva York ocho años después- recibió la Copa Rimet de manos de un presidente de México que resulta innombrable, el más feo y represor del mundo, cuya huella siniestra y violenta –de sangre estudiantil- quedó marcada en la Plaza de las Tres Culturas del barrio indio de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968.

La última parte de la historia del hermoso trofeo de reminiscencias griegas hecho por monsieur Lafleur en París antes de disputarse en la capital de Uruguay en 1930, debe contarse por separado, debido a que tuvo un triste e inmerecido y poco edificante final.

La Copa Jules Rimet fue sustraída de una caja de cristal colocada en el noveno piso de un vetusto edificio que, sin mayores cuidados, albergaba las oficinas de la Confederación Brasileña de Futbol (CBF), en el centro y corazón de Río de Janeiro, la cual, a pesar de ladrones y malandros, continúa siempre linda.

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