Adrián García Aguirre / Bonampak, Chiapas
* En Europa era un pigmento difícil de conseguir.
* Esa cultura mesoamericana adornaba con él sus murales.
* Se usó en los templos de Bonampak, una sus grandes ciudades.
* Sus murales fueron descubiertos a fines de la década de 1940.
* Tres estelas miran siempre esa maravilla desde una explanada.
Al recorrer las grandes zonas arqueológicas mayas del sureste del país hay los vestigios de una civilización misteriosa que, tras desaparecer inexplicablemente, dejó atrás pirámides y templos que han resistido el paso del tiempo.
Lo que es difícil imaginar es todo aquello que los siglos se llevaron, porque cada construcción estaba llena de brillantes colores y murales que decoraban sus muros en todos los tonos, entre los que destacaba un azul intenso que la civilización maya creó y que terminó por trazar y diseñar grandes historias.
Durante el siglo XVII el pigmento azul ultramarino era algo muy difícil y costoso de conseguir ya que la materia prima (la piedra semipreciosa lapislázuli) provenía de las lejanas minas de Afganistán.
Por esta razón sólo artistas adinerados lo ocupaban y el color se reservaba para ciertos detalles sagrados como las túnicas de la virgen o en pinturas de la nobleza. La situación no cambió hasta la Revolución Industrial, época en la que se encontraron maneras más accesibles de emular ciertas tonalidades artificialmente.
Mientras tanto, en otro continente, este color era el protagonista de sus cenotes, mares, plumas de quetzal e incluso en varios de los murales que adornaban las ciudades mayas. Para este grupo, el pigmento purificaba el alma, por lo que era muy usado en las víctimas de sacrificio durante diversos rituales y para decorar los altares.
Este azul inventado por los mayas fue un tinte brillante e intenso con tonalidades en turquesa. Es considerado uno de los colores mesoamericanos más duraderos ya que es resistente a la humedad, al sol y al tiempo. Tanto así que varios murales en zonas arqueológicas como Chichén Itzá aún mantienen el pigmento original.
Hay que destacar que la permanencia del color en las obras precolombinas se explica porque a diferencia del carácter mineral del lapislázuli (usado en Europa), la versión prehispánica tenía un origen vegetal.
Este color único estaba hecho a base de planta de añil, que forma parte de la familia índigo, y era muy común en esta zona del continente. Sin embargo, el tinte que salía de la flor se desvanecía rápidamente con el sol y los elementos naturales, por lo que para hacerlo resistente se utilizaba una arcilla blanca conocida como atapulgita, el cual se mezclaba con el pigmento vegetal para hacerlo más duradero.
Con la llegada de los españoles, este color se convirtió en el principal diferenciador entre las pinturas barrocas europeas y las del Nuevo Mundo. Ya que mientras que los cuadros de Caravaggio y Rubens se distinguían por el uso de tonos cálidos y caóticos, las obras de pintores de segunda y tercera generación nacidos en Ciudad de México como José Juárez y Baltazar Echave se caracterizaban por el uso de colores más fríos como el azul.
Un ejemplo de esto es La Inmaculada Concepción de Echave, algo que con lo complicado del azul que se conseguía en Europa, jamás hubiera sido posible.
El azul maya no fue el único color originario de Mesoamérica que recorrió el mundo, el rojo cochinilla es otro. Sin embargo, este último se popularizó en el mundo ya que era más resistente que el pigmento de la planta de añil. Por otro lado, en 1960 se descubrió que los mayas usaban arcilla para hacerlo durable.
Actualmente, se pueden apreciar varios murales prehispánicos con este color en Bonampak, en donde puede ser apreciada en su máxima expresión el muralismo prehispánico en azul maya genuino, un yacimiento arqueológico descubierto a fines de la década de 1940, que conoció su apogeo entre 776 y 790,
Yahaw Chan Muwan mandó edificar en esa época el Templo de las Pinturas, cuyas parades y bóvedas de las tres cámaras de ese templo de dimensiones medianas, revestidas de con murales en los que predomina el azul maya, que arroja luz sobre la vida cortesana de la nobles e ilustra sobre el rostro bélico de la sociedad de entonces.
En el exterior, en una explanada verde humedecida por la lluvia, están presentes tres hermosísimas estelas que han mirado de frente y en quietud las formas heredadas a la posteridad por una civilización prodigiosa y perdida en lo desconocido.