MURCIA, ESPAÑA.- Pedro Berruezo, escritor y crítico cultural, publica ‘Luz negra’ poco después de que Robert Eggers haya estrenado una actualización del plagio más famoso de todos los tiempos.
Estaba llena de planos así pero a Nosferatu le bastó uno para obsesionar durante el siglo posterior: Orlok en la cubierta del Empusa.
Al principio el vampiro se llamaba Drácula y el navío que dejaba sin tripulación el Demeter, y ahí radica la grandeza de Nosferatu: su influencia lleva a confundir nombres e imágenes de la novela de Bram Stoker con los del film de 1922. Por eso hemos tenido recientemente tanto una película centrada en el destino exclusivo de ese barco (El último viaje del Demeter) como un remake de la propia Nosferatu.
Pedro Berruezo, también conocido como John Tones (Murcia, 1976), siempre ha estado obsesionado con estas imágenes. Así que valora mucho los esfuerzos de Robert Eggers como director del remake susodicho (“Visualmente es un regalo para los amantes del género”, dice), a la vez que no le queda otra que declararlo “su Nosferatu menos favorito”.
Y no porque prefiera el de Murnau: tal y como revela en el Posfacio de Luz negra, su última novela, fue el Nosferatu de Werner Herzog el primero que pasó por sus ojos y dejó una marca indeleble. “La versión de Herzog tiene algo especial”, asegura sobre la producción alemana de 1979.
La descripción del castillo de Orlok o el vínculo de este con las plagas (presente en la versión previa de F.W. Murnau, pero no de forma tan contundente) son influencias que recorren Luz negra. Como lo hace, más significativamente, la confusión de los nombres.
“Herzog quiso revivir la película de Murnau conservando los nombres de la novela, con lo que ya no hablábamos de Orlok sino de Drácula, y teníamos el juego habitual de las primeras adaptaciones de mezclar los personajes de Mina y Lucy”, recuerda Berruezo. “Era posible tener claros los iconos, a qué nombre equivalía cada personaje, pero esa confusión influyó instintivamente en mi propio baile de nombres”.
Herzog recogió el testigo del Nosferatu mudo, con su libre adaptación de Drácula de nombres cambiados, para reencajarlos en el canon literario y fundir la impronta de ambas obras. Es el ejercicio que replica Luz negra, difuminando las fronteras de Nosferatu y Drácula al igual que lo hace con la realidad y la fantasía. Orlok y Drácula bailan simbióticamente en una narración metarreferencial sustentada por la inagotable mitología de Nosferatu, que va mucho más allá de su carácter fundacional para el género de terror, o de la picaresca que impulsó el film en primer lugar.
La Historia y sus historias
Porque sí, Nosferatu es un plagio. Un plagio plagado de elementos pintorescos, desde el interés del productor Albin Grau por reflejar sus intereses ocultistas, hasta los acontecimientos posteriores a su estreno.
Fue cuando la productora Prana-Film entró en bancarrota por la demanda de Florence Stoker, viuda de Bram, quien pasaría el resto de su vida intentando eliminar cada copia restante de Nosferatu para que no mancillara el legado de su marido. En la primera de muchas ideas felicísimas de Luz negra, Berruezo convierte a Florence en una heroína, llamada a proteger nuestro mundo del pernicioso influjo de Nosferatu.
Portada de ‘Luz negra’, diseñada por Tomás HijoPortada de ‘Luz negra’, diseñada por Tomás HijoMinotauro
Porque Nosferatu, en Luz negra, también es una película maldita. A la estela de lo que habría empezado Stoker publicando Drácula en 1897, Nosferatu sirve como acceso a nuestro mundo de una entidad malévola, a la que el actor Max Schreck solo puso uno de sus múltiples rostros.
Berruezo juega así con la especulación histórica y lo hace a través de varias líneas temporales con personajes reales y ficticios. Tenemos a Stoker escribiendo Drácula inspirándose en la dependencia que siente por su jefe, el legendario actor teatral Henry Irving. También a la médium Maria Hayden, que existió realmente y que según Berruezo estaba en contacto con la entidad antes incluso de que existiera la novela. Está Florence Stoker, ya viuda, aceptando una misión intimidante.
Está Alvin Grau, recibiendo cual Renfield la orden de edificar un nuevo portal con Nosferatu. Está, más cerca de nuestra actualidad, un antidisturbios llamado a ser otro sucesor de Renfield. Están Lara y Bea, marcadas por una cinefilia que viene a ser la mejor herramienta posible para expandir la maldición de Nosferatu. Y también están, sin orden ni concierto, Jonathan y Mina Harker, el doctor Seward, Orlok.
Todos ellos conviven en una trama cuya esfuerzo de organización Berruezo califica como “un delirio”. Sin acotaciones temporales ni espaciales, dejándose llevar por un frenesí que, de forma inquietante, se termina pareciendo mucho a la propia percepción de la entidad.
Porque esta entidad trasciende el tiempo. Siempre ha estado ahí, percibe los progresos humanos semejantes al patetismo de las plagas de insectos y roedores que abate sobre ellos. Las reglas de causa-efecto no tienen sentido para ella. Y es que, como avanza Nacho Vigalondo en el prólogo, la idea más arrojada de Luz negra viene a ser conciliar el imaginario vampírico y el horror cósmico.
Bram Stoker con H.P Lovecraft. Una criatura que ya no es un insaciable vestigio del Antiguo Régimen o un desafío a la Modernidad, sino un ser al que estas cuestiones le traen sin cuidado, pues el mero intento de comprenderle podría hacernos perder la razón.
Con Lovecraft se entienden mejor algunas claves del libro. Por ejemplo el componente fanfiction, persistente ya en la génesis de Nosferatu (¿no es al fin y al cabo lo que hicieron Grau y Murnau, un desvergonzado fanfiction?) y sobre todo en la gestión de la herencia lovecraftiana.
Es decir, esos Mitos de Cthulhu que acometieron seguidores de Lovecraft como Robert Bloch y Robert E. Howard. “Por supuesto que hay algo de fanfiction en Luz negra”, reconoce Berruezo. “Respeto muchísimo esa pulsión creativa y me parece muy interesante, ese ‘quiero que haya más historias, pero como no están hechas las haré yo’”.
“Creo que hay algo de eso en todos los escritores, y desde luego lo hubo en los seguidores de Lovecraft. Luz negra no es explícitamente lovecraftiana pero sí un poco fanfiction. Hay partes que son literalmente eso, como cuando reescribo pasajes de Drácula intentando imitar el estilo y vocabulario de Stoker”, prosigue Berruezo.
Pero incluso por encima del juego literario, en Luz negra es imprescindible el cine. Berruezo trabaja de hecho sobre una película que ya ha inspirado sus propios artefactos especulativos: en el año 2000 La sombra del vampiro recreó el rodaje de Nosferatu proponiendo que Schreck era un vampiro de verdad. Le interpretaba Willem Dafoe, años antes de que Eggers le fichara como sosias de Van Helsing en Nosferatu.
Willem Dafoe como Max Schreck en ‘La sombra del vampiro’Willem Dafoe como Max Schreck en ‘La sombra del vampiro’
Todo empieza y acaba en el cine. Y todo pasa por la fe en que el poder de la ficción es capaz de generar su propia realidad. Berruezo admite la influencia de John Carpenter, otro gran seguidor de Lovecraft. Con En la boca del miedo o El fin del mundo en 35mm (su celebrado episodio para Masters of Horror) Carpenter propuso alternativamente que la literatura y el cine eran capaces de modificar nuestro mundo.
Justo desde esta confianza escribe Berruezo. Al extremo de haberse dado cuenta, poco después de concluir la escritura de Luz negra, de que había replicado la escena más icónica de En la boca del miedo. La de Sam Neill enloqueciendo y riendo en una sala de cine.
Hay otros nexos cinematográficos fuera del terror. La tercera parte de Luz negra abre con una frase de Faster, Pussycat! Kill! Kill!, título de culto de 1965. Es Ladies and gentlemen, welcome to violence! The word and the act, y según Berruezo resulta adecuada para acercarse a su escritura.
“Aquí está lo que me interesa de la violencia en la literatura, aunque venga de un director completamente visual como Russ Meyer (es imposible pensar en una novela que adapte a Russ Meyer). Y es ese enfoque de la violencia que no es solo el acto, sino también la palabra. Cómo explicar la violencia, cómo es también una cuestión estética”.
“Cuando yo me pongo a contar algo que está sucediendo muchas veces paralizo la imagen en mi cabeza y me dedico a explicar pormenorizadamente todo lo que está sucediendo. Es lo contrario a la acción, es la congelación”. Luz negra está repleta de amplias descripciones de monstruos, mutilaciones y asesinatos.
“Es lo que me interesa, descomponer la acción y dilatarla en el tiempo, hasta lindar con lo abstracto”. Es por eso que, siendo insoslayable la deuda de Luz negra con el cine, Berruezo se resiste a describir su estilo como cinematográfico. “Cuando una novela intenta ser cinematográfica, a menudo eso quiere decir que solo se narran acciones”.
“No aprovechan lo que realmente mola de la literatura, que es poner sobre el papel cosas que no se pueden expresar con imágenes, sino solo con la palabra escrita”, insiste. “Si llevaras Luz negra al cine es posible que para la parte final, que se compone de unas 30 páginas, solo necesitaras cinco o diez minutos de película. Sería un clímax muy breve, pero yo lo he querido dilatar muchísimo”.
“Ese interés hace que tenga dudas sobre las opciones comerciales de Luz negra”, admite Berruezo sobre la novela que ha publicado con Minotauro (sello editorial de Planeta). “Pero es que el cine es alucinante para hacer un montón de cosas, y los libros son alucinantes para hacer otras”.
“Hay formas de acercarse al terror que deberían ser privativas de los libros, e igual a la inversa: a mí me encanta el cine de acción y artes marciales, que claramente no se puede poner por escrito”. Luz negra surge pues de un compromiso estético de Berruezo. Más meritorio en cuanto caemos en la cuenta de que Berruezo se ha venido dando a conocer, sobre todo y desde hace años, por su escritura sobre cine.
Antes de Luz negra Berruezo había publicado otra novela (Nigromancia en el reformatorio femenino) y una antología de relatos (Grotespunk). Pero, claro está, la experiencia que la mayoría de la gente tiene de él es por su faceta como periodista y crítico cultural.
Una profesión con sus retóricas, sus vicios, y en definitiva un posible impedimento para dejarse llevar por la desbordante imaginería que requiere el planteamiento de Luz negra. “La ficción que escribo está indudablemente contaminada por mi trabajo. Luz negra es quizá la ficción que he escrito donde más se nota”.
“Hay partes que rozan el ensayo. Momentos en los que los personajes hablan y hablan y explican cosas sobre historia del cine. Hay capítulos enteros que están bastante recortados: yo mismo decidí en una de las revisiones que era demasiado”, explica Berruezo.
“Los personajes cinéfilos pegaban tales chapas teóricas que había momentos en que estaban hablando por mi boca, contando cosas que yo quería contar. Hubo un momento en que pensé ‘si quieres contarle todo esto al lector escribe un ensayo sobre Nosferatu, no hagas ficción’”.
“Supongo que eso es un vicio como crítico, ¿cómo no voy a explicar esto con lo interesante que es?”, se cuestiona el escritor. “Pero creo que al final he conseguido explicar los elementos esotéricos de Nosferatu sin explicitarlos como si fuera un ensayo: toda la idea que vertebra la novela sobre la luz negra es un concepto extraído de las teorías ocultistas de Albin Grau, que él mismo plasmó en la película”.
“He conseguido sin embargo meterlo en la ficción sin necesidad de explicarlo como si fuera un crítico y estoy contento por eso. Aunque sí, a veces ha sido complicado contenerme”.
Berruezo, por otra parte, no desdeña la importancia que el ensayo cinematográfico ha tenido en la creación de Luz negra, y cita una última influencia: la de David J. Skal. Este escritor, fallecido en 2024, cuenta con al menos tres libros indispensables entre los referentes manejados por la novela: Algo en la sangre (la biografía de Bram Stoker), Hollywood gótico: La enmarañada historia de Drácula y Monster Show. “Descubrí a Skal bastante mayor, siendo ya un crítico formado por así decirlo, pero ha sido clave para Luz negra”, explica Berruezo.
“Me ha influido como crítico y amante de los monstruos. Leerle ha cambiado mi forma de ver el terror, y me ha llevado a entender que no hay terror inocente”, concluye. “No hay historia de terror sin algo detrás, algo de lo que quizá ni el propio creador del monstruo es consciente”.
La mayor virtud de Luz negra es justamente esa: la identificación de todas esas fuerzas caóticas, indomables, que son capaces de canalizar las grandes historias de terror. Aquellas que nos acompañarán y seguirán fascinando durante los siglos por venir.
AM.MX/fm