Luis Alberto García / Moscú
*La quiebra y el saqueo del Estado ruso como norma.
*Hiperinflación esfumaba ahorros y generaba especulación.
*Caídas moral, social, política y económica, razones del delito.
*Empresas, dinero, violencia y diversión en la Rusia de fin de siglo.
*“Gruppirovki”, bandas privatizadas, los malos y rudos de la calle.
*La “Hermandad de Solntsevo” mandaba en la capital.
En 1998, el saqueo del Estado y la contaminación del sistema financiero llevados a cabo por la oligarquía rusa surgida y beneficiada por los cambios generados por la extinción de la Unión Soviética, alcanzaron tal nivel que los bancos se vinieron abajo, y de la noche a la mañana decenas de millones de rusos se encontraron por debajo del umbral de la pobreza.
Una de las principales causas de esa lastimosa situación fue la hiperinflación que engulló sus ahorros, el rublo no valía nada, el dólar era el rey; pero estaba al alcance de quienes ya se había enriquecido con grandes negocios delictivos o con el desmantelamiento de las propiedades del Estado, si es que en realidad se trataba de actividades distintas.
La caída moral, política, económica, social y de otros rubros de la nación fue la razón más importante del increíble crecimiento de la delincuencia organizada, que había registrado el mundo durante las últimas dos décadas del siglo XX.
En un abrir y cerrar de ojos provocó una caótica carrera por la supervivencia y el enriquecimiento, debido a que una nueva clase de capitalistas explotó el vacío dl poder robando industrias enteras y vaciando las arcas públicas.
Tal circunstancia se vio acompañada por una orgía de consumo y comportamientos decadentes como no se veía desde un siglo atrás, bajo el gobierno decadente y autoritario del zar Nicolás II, con una espiral de violencia que absorbió buena parte de la sociedad rusa.
El corazón que latía tras todos estos extraordinarios sucesos era Moscú, y por insólita, amenazadora y terrorífica que fuera, al principio de la década de 1990 la capital era también apasionante, irreconocible, con una súbita energía y un torrente de riqueza que resultaban incomprensibles.
“Era una Rusia de fantasía. Lo único que no había cambiado eran la soberbia brusquedad y la indiferencia por todo lo que no fuera ruso. En dos años, Moscú se había transformado en una sobrecogedora Babilonia de armas, empresas, dinero, violencia y diversión”, recuerda Artyom Tarasov, uno de los empresarios más ricos de esa época.
Él no era más que uno de tantos miles de rusos a los que intentaban extorsionar las bandas delictivas, y sus maneras afables no revelan su excepcional visión de los negocios, gracias a la cual pasó de ser un burócrata comunista a convertirse en el primer millonario de Rusia cuando las reformas implementadas por Mijaíl Gorbachov desde 1985.
Se abrieron las puertas de la inversión a las empresas privadas cuando el líder aprobó la Ley sobre Cooperativas, en virtud de la cual fue legal por primera vez en Rusia desde hacia sesenta años, que personas como Tarasov fundasen una o muchas compañías.
Carecían de los conocimientos –“recursos intelectuales decían los sociólogos”-y económicos necesarios para adaptarse al advenimiento repentino del capitalismo, y de esta forma el Estado comenzó a ceder, lenta pero imparablemente no solo su predominio, sino su monopolio de la violencia a los denominados “gruppirovki”.
Esas bandas callejeras creadas por tipos duros de la calle, expertos en artes marciales, antiguos agentes del KGB, todos ellos personajes terroríficos, fueron imprescindibles para el parto o alumbramiento del capitalismo.
Los empresarios como Tarasov comprendieron que los “gruppirovki” eran fuerzas privatizadas y auto organizadas que comprendieron de forma instintiva que existía una gran demanda de sus servicios de “protección” o seguridad por parte de la nueva clase empresarial.
“Estamos dispuestos a aceptar la protección porque nos cobran el 10% -señalo en aquella época un empresario de los suburbios moscovitas- mientras que el Estado se queda un 90% en impuestos y más en multas”.
Con el estado en pleno desmoronamiento y las fuerzas de seguridad sobrepasadas por la situación e incapaces de hacer valer la ley, cooperar con la cultura criminal era la única salida, los empresarios tenían que encontrar un techo protector, una “krysha” de confianza con un buen “vor” a la cabeza.
Ambas palabras son tan imprescindibles para comprender la Rusia de entonces, como “glasnost” y “perestroika” lo fueron en la época de Gorbachov, y por su parte, “vory v zakone” fue un término originado en las prisiones del período soviético que significa “ladrón de la ley”.
“La mayoría de los vory también eran manejados por los servicios de inteligencia del Estado, el KGB, lo supieran o no”, según afirma Peter Grynenko, estudioso del crimen organizado en Rusia, consultor en temas sobre el mundo criminal posoviético.
En paralelo a la desaparición de la Unión Soviética, hubo una mayor organización de protección eslava en Moscú, la “Hermandad de Solntsevo”, que con aquella disolución ayudó a parir oligarcas y criminales al cobrar fuerza en 1991.
Así, los “vory” fueron útiles desde el punto de vista de la mercadotecnia para las bandas que vendían protección, pero no necesariamente eran hombres eficaces: hasta el invierno de ese año las cosas estuvieron tranquilas, cuando el hampa se componía básicamente de bandas callejeras que aún tenían que cubrirse las espaldas de la política y el KGB.