“La dictadura no pasará”

Fecha:

Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia

*Fue un lunes 19 que nadie nunca olvidará.
*Demanda de huelga general y desobediencia civil.
*Discurso de Yeltsin sobre un carro de combate.
*Las imágenes que simbolizaron a un dirigente y a una nación.
*Reto arriesgado en momentos graves y confusos.
*Cierre de Pravda y presidencia compartida den Gorbachov.

Desde el amplio espacio de la explanada frente a la Casa Blanca, el edificio del Parlamento en Moscú, Borís Yeltsin apareció en la calle y abordó la torreta de uno de los tanques enviados por los golpistas contra los defensores del gobierno, unos veinte mil ciudadanos reunidos ahí.
La multitud se había concentrado en el lugar para escuchar una proclama de condena a la destitución de Mijaíl Gorbachov, llamando a la huelga general indefinida y a la desobediencia civil en toda Rusia, y exhortando a los soldados movilizados a que desobedecieran a sus superiores.
La figura de Yeltsin sobre el carro de combate arengando a los participantes en el mitin quedó plasmada para siempre como símbolo de las luchas libertarias de fines del siglo XX, mientras en todas las repúblicas soviéticas, sólo Rusia y las tres bálticas se condenaba el golpe y se alentaba la resistencia civil.
Por lo demás, las palabras elocuentes y enérgicas de un Yeltsin desafiante, lo llevaba a jugarse la vida, apercibido de la extraordinaria oportunidad histórica que se le brindaba —si el arriesgadísimo reto en esos momentos de gravedad y confusión en que todo podía ocurrir le salía bien, su proyecto político ganaría un ímpetu formidable, como así fue.
Sobre el tanque de guerra, tras estrechar la mano del jefe de la tripulación y entre guardaespaldas, su imagen envalentonada dio la vuelta al mundo y se convirtió en una de las imágenes icónicas de la última centuria.
La determinación de los demócratas galvanizados por Yeltsin (“la dictadura no pasará, pasará la democracia”) y la ineptitud de los golpistas precipitaron el fracaso de la aventura involucionista en las primeras horas del miércoles 21.
El asalto de la Casa Blanca por las tropas especiales del KGB, que parecía inminente en la noche del martes 20 y que, al parecer, tenía entre sus objetivos el asesinato de Yeltsin y la detención de sus principales lugartenientes, no tuvo lugar.
Después de contactar a Gorbachov a través de una delegación enviada a Foros (que se anticipó en unas horas a la comitiva de los golpistas) e integrada por Rutskoi, el primer ministro de Rusia Iván Siláyev, el miembro del Consejo Presidencial de la URSS Yevguieni Primakov y el ex ministro del Interior de la URSS Vadim Bakatin, y de traerlo de vuelta a Moscú sano y salvo en la noche del 21, Yeltsin tomó el timón de los acontecimientos.
El jueves 22 firmó un torrente de decretos concernientes a la RSFSR: la prohibición de todas las actividades del PCUS, de sus células en los acuartelamientos y la nacionalización de sus bienes, la supresión de la bandera roja con la hoz y el martillo de los edificios oficiales y la asunción de todas las empresas del Estado.
El viernes 23 impuso a Gorbachov, que disociado de lo que estaba sucediendo en la calle aún se resistía a aplicar reformas tan drásticas como definitivas, los nombramientos de personalidades radicales en los ministerios de fuerza de la URSS: Yevgeni Shaposhnikov en Defensa, Víktor Barannikov en Interior (ya venía desempeñando la cartera en el Gobierno de la RSFSR) y Semión Bakatin en el KGB.
Yeltsin decretó también el cierre del diario Pravda y acordó con Gorbachov una suerte de bipresidencia de la URSS que incluía un mecanismo para sustituirse mutuamente en caso de necesidad durante una crisis.
El mismo día Yeltsin escenificó con Gorbachov lo que para muchos fue una revancha rumiada desde la defenestración de 1987: durante la sesión especial del Soviet Supremo de Rusia celebrada en la Casa Blanca le recriminó su responsabilidad en el intento golpista, por haber sido incapaz de detectar o abortar a tiempo la conspiración.
Esta, no había duda, la habían planificado personajes que él había nombrado y en los que había confiado, y lo humilló ante las cámaras de televisión obligándolo a leer un documento probatorio de la complicidad de la práctica totalidad del Gobierno soviético en la conjura y blandiéndole el documento del ordenamiento prohibiendo las actividades del PCUS.

 

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