Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia
*Putin quiere que Ucrania vuelva al redil de Moscú.
*Reflexiones inquietantes del corresponsal Víctor Cavanov.
*Tres preguntas fundamentales sobre el conflicto ucraniano.
*Rediseño del mapa de redistribución global de energía.
El nombre del país, Ucrania, proviene de una palabra rusa para borde o periferia, y el gobierno de Vladímir Putin no lo considera un país vecino, sino la tierra fronteriza de la propia Rusia, y quiere que vuelva al redil ruso.
¿Qué se necesitaría para eso? ¿Cómo puede ser sometida una nación que ha presentado una resistencia tan unida? Es casi seguro que se ha extralimitado, y varios factores deben estar ahora alarmándolo, y es que, como dijo Víctor Cavanov, correponsal argentino radicado en Europa desde hace muchos años, la desaparición del muro de Berlín cambió al mundo.
Y destaca que el primero de esos factores es el Estado de sus propias fuerzas armadas, y el segundo es la resistencia y fortaleza de la defensa ucraniana, planteando tres preguntas:
¿De verdad esperaba Putin que los habitantes de habla rusa de Ucrania recibieran a sus tropas como libertadores? ¿Realmente creía que el levantamiento de 2014, que reemplazó al gobierno pro-Moscú por uno orientado hacia Occidente, era todo un complot occidental?
Si lo hizo, entonces revela lo poco que entiende el Kremlin sobre su “extranjero cercano”.
Pero su mayor error de cálculo ha sido subestimar la determinación de Occidente. Y esto es lo que hace de 2022 uno de esos años cruciales: el “zeitenwende”, en palabras del canciller alemán Olaf Scholz.
Debido también a varios factores, casi de la noche a la mañana, Alemania ha transformado su actitud hacia su papel en el mundo, tradicionalmente reacia – por sólidas razones históricas – a lanzar su peso, había preferido ejercer el poder blando al duro.
Ahora no. Ha anunciado una duplicación del gasto en defensa y está enviando armas letales a Ucrania. También desapareció la “ostpolitik” -el proceso político alemán para buscar la paz a través del compromiso y el comercio- que tuvo en el recordado y añorado Willi Brandt a uno de sus impulsores.
Alemania, junto al resto del que se da en llamar “mundo democrático”, se moverá ahora para poner fin a su dependencia del gas ruso. El proyecto Nord Stream 2 está suspendido, aunque aún no se ha descartado.
“Estamos viendo un profundo rediseño del mapa de distribución global de energía, con el objetivo de sacar a Rusia de él”, reflexiona Cavanov, y se pregunta cuánto depende Occidente del petróleo y el gas ruso y qué pasa con América Latina.
El hecho real -dice el periodista- que su gobierno no acepta, es que Rusia está integrada en la economía mundial; pero ahora ha sido expulsado del sistema que el mundo usa para intercambiar pagos por bienes y servicios.
Afirma con seguridad que sus industrias, incluidas las del petróleo y el gas, dependen de bienes y componentes importados. Pronto la producción se detendrá. Los patrones tendrán que despedir a sus trabajadores. El desempleo aumentará.
Y argumenta que nadie esperaba que Occidente sancionara al Banco Central Ruso. El rublo ya se ha derrumbado y las tasas de interés se han duplicado: “Ninguna otra economía importante ha estado nunca sujeta a un paquete de sanciones tan punitivas, algo que equivale a la expulsión de Rusia de la economía global”.
Más trabajadores serán despedidos. A las principales industrias les resultará difícil continuar. El desempleo aumentará aún más. El aumento de la inflación erosionará los ahorros de toda la vida.
Todos nos veremos afectados. Potencialmente, este es el repliegue de la economía globalizada que surgió después del final de la Guerra Fría.
Estados Unidos y la UE, en efecto, han dividido el mundo. Aquellos estados y empresas que continúen comerciando con Rusia serán castigados, también excluidos del comercio con el mundo rico.
Equivale a una nueva cortina de hierro económica que separa a Rusia de Occidente.
Mucho dependerá de cómo China negocie este nuevo panorama. China y Rusia están unidas por su antipatía compartida hacia el poder estadounidense y su convicción de que la mayor amenaza proviene de un mundo democrático resurgente y más unificado.