*Debemos entender que lo que se dirime en Ucrania es clave para el reordenamiento geopolítico y económico del mundo, y a su población civil, inocente, le toca pagar el precio
Gregorio Ortega Molina
Lo que va de Vietnam a Ucrania es de estremecerse. Lo más terrible es que meten en nuestros hogares las guerras que les resultan “convenientes” para los intereses políticos y de mercado, y porque, a pesar de todo, están distantes de la crueldad que sufren las naciones africanas inmersas en largos conflictos bélicos.
Veo, en las “promociones de Unicef”, los rostros y cuerpecitos de niños famélicos, convidándonos a concientizarnos y a intentar promover ayuda, pero, hemos de preguntarnos, qué hacen los gobiernos para evitar que miles, quizás cientos de miles de niños fallezcan en el atroz dolor del hambre. Son las más expuestas de las víctimas civiles.
Retomo una crónica de CNN: “La fotografía de niños que huyen de un ataque mortal con napalm, se convirtió en una imagen definitoria no solo de la guerra de Vietnam sino del siglo XX. Humo oscuro ondeando detrás de ellos, los rostros de los sujetos jóvenes están pintados con una mezcla de terror, dolor y confusión. Los soldados de la 25ª División del ejército de Vietnam del Sur los siguen impotentes.
“La imagen, que fue tomada en las afueras de la aldea de Trang Bang el 8 de junio de 1972, capturó el trauma y la violencia indiscriminada de un conflicto que se cobró, según algunas estimaciones, un millón o más de vidas civiles. Aunque oficialmente se titula “El terror de la guerra”, la foto es más conocida por el apodo que se le da a la niña de 9 años que aparece en el centro desnuda y gravemente quemada: Niña del napalm.
“La niña, identificada desde entonces como Phan Thi Kim Phuc, finalmente sobrevivió a sus heridas. Esto fue gracias, en parte, al fotógrafo de Associated Press, Nick Ut, quien ayudó a los niños después de tomar su imagen ahora icónica. Cincuenta años después de ese fatídico día, la pareja todavía está en contacto regular y usa su historia para difundir un mensaje de paz”.
51 años después contemplamos el ataúd de Victoria Amelina, civil, escritora ucraniana que decidió dar testimonio de los horrores de la guerra, de lo más oscuro del comportamiento humano, en una invasión en la que los mercenarios pagados por Rusia asesinan a más civiles que militares.
Nada, por el momento, detendrá lo que sucede en esa nación que desea dejar atrás la tutela de lo que fue el gobierno soviético, se niega a cambiarla por el vasallaje al oso ruso y la ambición de Vladimir Putin.
Debemos entender que lo que se dirime en Ucrania es clave para el reordenamiento geopolítico y económico del mundo, y a su población civil, inocente, le toca pagar el precio.
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