Gregorio Ortega Molina
*Ninguno como precandidato tocó a fondo el problema fundamental de la ingobernabilidad; en corrupción quieren borrón y cuenta nueva con modificaciones legales, y se refugian en su especialidad: la manipulación política
Andar a la caza del poder no es un día de campo. Si salen a matar elefantes, un guía especializado se requiere, y diferente si la presa son los leones, pero los más sagaces han de ser los que guían al cazador tras las hienas, porque el premio mayor está custodiado por ellas, más feroces que el can Cerbero.
Cazadores y guías que desean asentarse en el poder son maliciosos, y en esa actitud aprenden que por ningún concepto deben dejar que los otros competidores conozcan de sus intenciones, porque pueden resultar más hábiles y adelantarse para hacerse con la banda presidencial.
Por eso me llamó la atención que Aurelio Nuño, maestro en los artificios de la imagen pública y la creación de propaganda política, anunciara con bombo y platillo que su candidato, José Antonio Meade, modificaba su estrategia para pasar de la agresión verbal y el escarnio de sus opositores, al mensaje conciliador, claro y directo como una invitación a que México camine a la unidad, como el país de un solo hombre.
¿Fue necesario publicitarlo? No hubiese sido mucho más efectivo sólo modificar la actitud, y para establecer como eje de su precampaña, primero, de su campaña después, el tema de la reconciliación nacional, que podría allegarle votos, porque ese cuento de que México será, pronto, una gran potencia, verde, energética, económica, y lo mismo en materia de honradez y contra la impunidad, no lo creen ni los mismos que conciben el mensaje.
Sin embargo, la efectividad de la oferta duró la víspera, pues pronto pasaron a los PRIetos que ya no aprietan, al denuesto y la confrontación. Carecen de ideas.
Denunciar la corrupción y proponer una ley que endurezca las sanciones contra los funcionarios públicos corruptos, y guardar silencio sobre los abusos perpetrados y cometidos en el pasado inmediato, equivale a dar aval al borrón y cuenta nueva, cuando el nivel de agravio padecido por la población en ese rubro, convoca a tomar decisiones que incluyan cárcel, expropiación de lo robado y escarnio social.
En cuanto a los beneficios de las reformas estructurales, concretamente de la energética, tan anunciados y tan esperados, el silencio de los precandidatos grita como sepulcro blanqueado, porque todo el futuro inmediato se concibió bajo esa premisa.
¿Y cómo convocar a la reconciliación entre organizaciones políticas y cazadores del poder, cuando el número de muertos nos supera, lo cruento y salvaje en el modito de las ejecuciones, y la imposición de una Ley de Seguridad Interior que únicamente alentará la formación de grupos armados y el rechazo al gobierno? ¿Basta con recordar en qué se convirtieron las FARC y los sandinistas, o hacer memoria del mapeo de los lugares donde se mueven <<guerrilleros>> en México, no necesariamente oriundos de esta tierra?
Hay tiempo, se dicen entre ellos dentro de los grupos políticos en contienda, pero olvidan que las horas y los días jamás regresan.
Está la otra vertiente, la que refiere Bernard Minier en No apagues la luz, cuando se sirve, para reflexión de su personaje, de Los manipuladores entre nosotros.
El inspector Martin Servaz reflexiona que de la lectura de esa obra se aprende que ciertas personas pueden transformar nuestra vida en un sentido positivo y otras pueden conducirnos hacia el abismo y representar incluso un peligro mortal. Que en el seno de la sociedad existían individuos perversos y manipuladores que todos los días atrapaban en sus redes a personas débiles y vulnerables… A Servaz le acudió a la memoria una frase de Orwell en 1984: <<El poder radica en la facultad de destrozar el espíritu humano>>.
De ese tamaño es el desafío del elector. No debe importarle el resultado de las encuestas, tiene la obligación de estar atento al discurso, a la propuesta que haga viable la transformación de su vida en sociedad. ¿La hay?
Ya veremos a partir de marzo 29.
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