*Entre las riquezas heredadas del pasado está el español como idioma común, el hecho de que nuestros gobernantes se hayan mostrado incapaces de dotar a las etnias de ese idioma como una segunda lengua, para comunicarse con las autoridades y con quienes adquieren sus productos y evitar los latrocinios, es motivo de sanción para ellos, no de exigir una disculpa
Gregorio Ortega Molina
para Humberto Musacchio
Suponer que en el código genético está toda nuestra herencia, es limitante y absurdo. Nuestro comportamiento, nuestra actitud ante lo que consideramos vida, también está definido por la cultura recibida a lo largo de siglos y de todas latitudes. Literalmente somos lo que mamamos, y hoy con mayor absorción, debido a la comunicación instantánea y a la IA.
¿Cuánto de lo que decidimos está determinado por la comunicación, la globalidad, las opiniones ajenas, las perversiones ideológicas puestas al servicio del control político?
Depende de nuestro discernimiento. Este es rico o pobre por la cultura recibida, la formación académica, el acervo que la familia deposita en nuestra manera de ser y el anhelo de vivir. Recriminar a quienes contribuyeron a formarnos como seres humanos, equivale a rechazarnos a nosotros mismos. Claro, siempre hay hijos que niegan o desconocen a sus padres, y progenitores que asesinan a su descendencia. Abraham estuvo dispuesto a ofrecer en holocausto a Isaac, hoy los holocaustos nadie los detiene, no concluyeron en 1945.
“Sería vano apartarse del pasado y no pensar más que en el futuro. Es una ilusión peligrosa incluso creer que hay en ello una posibilidad. La oposición entre pasado y futuro es absurda. El futuro no nos aporta nada, no nos da nada, somos nosotros quienes, para construirlo, hemos de dárselo todo, darle nuestra propia vida. Ahora bien: para dar es necesario poseer, y nosotros no tenemos otra vida, otra savia, que los tesoros heredados del pasado y digeridos, asimilados, recreados por nosotros mismos. De todas las necesidades del alma humana, ninguna más vital que el pasado”, nos instruye Simone Weil, con la absoluta certeza de que rechazar el pasado es desconocer nuestro origen, piedra de toque para edificar el futuro.
Y abunda: “El pasado destruido no se recupera jamás. La destrucción del pasado quizá sea el mayor de los crímenes. Hoy la conservación de lo poco que queda debería de convertirse casi en una idea fija. Es preciso detener los desarraigos terribles que provocan siempre los métodos coloniales de los europeos, incluso en sus formas menos crueles… También hay que tener en perspectiva, ante todo, en cualquier innovación política, jurídica o técnica susceptible de repercutir socialmente, un acuerdo que permitiera a los seres humanos recuperar sus raíces”.
Entre las riquezas heredadas del pasado está el español como idioma común, el hecho de que nuestros gobernantes se hayan mostrado incapaces de dotar a las etnias de ese idioma como una segunda lengua, para comunicarse con las autoridades y con quienes adquieren sus productos y evitar los latrocinios, es motivo de sanción para ellos, no de exigir una disculpa
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