*A consecuencia de lo ocurrido el último domingo, pienso en lo que se nos viene encima a partir del 10 de abril en la tarde noche, sobre todo si el desaire es mayúsculo (como el de hace tres días), porque no nos la vamos a acabar, el berrinche y la pataleta de quien aspira a una eternidad en el poder absoluto será largo, y se regodea, ya, en los castigos que hemos de padecer los mexicanos
Gregorio Ortega Molina
¿Ya les quedó clara la idea de por qué fueron a la marcha del último domingo? ¿Están seguros de que el sabiondo líder que nos guía escucha el clamor de su pueblo, y así se propone, ya, abrir los expedientes de las decisiones que han determinado y determinarán el rumbo del país? ¿Fue suficiente el minúsculo reclamo popular?
Imposible saber lo que piensa, lo que anida en su rencor, lo que motiva que la fuerza de su gobierno dependa de la confrontación, del denuesto, de la diatriba, de la descalificación de un modelo político que lo entronizó y le permite mangonear a sus gobernados. Está empeñado en destruir las instituciones que lo llevaron al poder.
¡Claro que los provocadores estaban dispuestos y atentos!, imposible permitir que se llegue al próximo domingo con el ánimo en contra; además, quedó claro quienes aportan a las “reventadoras” de las marchas feministas, se les vio descender de los transportes oficiales, con el ánimo dispuesto a romper caras y aparadores y estados de ánimo, porque la protesta pacífica no tiene lugar en un gobierno que requiere de la violencia para respirar, moverse, motivar, imponer su “razón”, aunque esté equivocada o pervierta, todavía más, el abrevadero del pasado para alimentar el futuro. Sin culpables, el mañana no existe.
A consecuencia de lo ocurrido el último domingo, pienso en lo que se nos viene encima a partir del 10 de abril en la tarde noche, sobre todo si el desaire es mayúsculo, porque no nos la vamos a acabar, el berrinche y la pataleta de quien aspira a una eternidad en el poder absoluto será largo, y se regodea, ya, en los castigos que hemos de padecer los mexicanos que en mal momento insistimos, a cualquier precio, en conservar el sentido de identidad y una patria, con esa historia que él denuesta cada mañana.
Olvidó, pronto, que su ascenso al poder y la posibilidad de desechar Los Pinos para hacer de Palacio Nacional su casa, obedeció precisamente el orden y legalidad y democracia que, con años de sacrificio, mal o bien, los mexicanos nos hemos dado a nosotros mismos.
Con él regresa el peor de los presidencialismos, el de Obregón, con el que se inició la moda de conculcar el mandato constitucional.
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