*Nada arredra a mujeres y hombres de poder, ni siquiera las consecuencias de sus decisiones
Gregorio Ortega Molina
Hicieron una lista de temas sensibles sobre los que es necesario guardar silencio o, al menos, cubrirlos con un velo de indiferencia. El gobierno que recién se fue intentó hacer lo mismo. Pensaron, los estrategas de imagen de EPN, que la violencia cesaría tan solo con ignorarla y sacarla de las estadísticas y los programas de seguridad.
Ahora decidieron que nada debe decirse del aeropuerto, a pesar de la manera y casi en silencio que el GACM determinara dar por concluidas las operaciones en Texcoco (con esa actitud sabemos del gobierno autoritario que el México bueno y sabio llevó al poder), sin argumentos técnicos ni económicos que lo justifiquen; les resultará harto difícil recuperar la presencia internacional, pues poco importa el dinero que se pierde en la infraestructura de ingeniería ya realizada, en la recompra abrumadora de los bonos, que sumará poco con lo que significará la pérdida de confianza de los inversionistas extranjeros, ante esta muestra de inseguridad jurídica. El costo real de la cancelación de un compromiso gubernamental, llegará a sentirse en los bolsillos de los mexicanos. ¿Qué les hicimos para que así suceda?
El silencio que ya cubre la actividad del narcotráfico es un mal signo, y no porque puedan o no establecerse acuerdos de no agresión entre ambos poderes (el de los barones de la droga disputa ya con el del Estado), sino porque en determinado momento la presencia y acción de los cárteles se hará presente por sus consecuencias y su incidencia en la economía de amplias regiones del territorio nacional.
Lo anterior se encima con el asunto de la corrupción y la impunidad. El borrón y cuenta nueva se generalizará, porque los delincuentes del orden común o los dedicados a cometer crímenes federales, se dirán: ¿por qué ellos sí, y nosotros no? Todos sabemos que la corrupción también mata, porque no nada más es meter la mano al cajón de los recursos fiscales, sino extenderla para agarrar la plata en vez de recibir el plomo.
Es un asunto viejo con consecuencias que se abren como abanico y que nunca puede erradicarse del todo. María Zambrano dejó anotado en Persona y democracia lo siguiente: “La historia ha sido representación trágica, pues sólo bajo la máscara el crimen puede ser ejecutado. El crimen ritual que la historia justifica. El hombre que no mata en su vida privada, es capaz de hacerlo por razones de Estado, por una guerra, por una revolución, sin sentirse ni creerse criminal. Es, sin duda, un misterio no esclarecido…”.
Ni siquiera hay dilema. Así procedieron las hijas del rey Lear y así proceden los que gobiernan, las mujeres y hombres de poder que tienen la certeza de hacerlo bien, y nada las arredra, mucho menos las consecuencias de sus decisiones.
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