Gregorio Ortega Molina
*Enrique de la Madrid dejó de razonar porque no sé de dónde sacó que justificar las decisiones presidenciales era el camino correcto al poder
*José Antonio Meade, mensajero con las manos atadas, sólo verá la paja…
Los políticos de altos vuelos y legales aspiraciones presidenciales, en algún momento de su ascenso en busca de la legitimidad que los pudiera convertir en presidentes de México, olvidan que el silencio es, muchas veces, más elocuente que el mejor de los discursos, que la más ocurrente, simpática y acertada de las declaraciones de banqueta.
Dejan de razonar porque no sé de dónde sacan que justificar las decisiones presidenciales es el camino correcto al poder. La vida se les va en encontrar las palabras idóneas que vendan las políticas públicas que ellos mismos contribuyen a implementar; necesitan justificarse porque pronto perciben que les resulta imposible explicar lo que hacen, y optan por el camino corto para llegar a la voluntad del elector, que tiene múltiples rostros: redes sociales, opinión pública, prensa, entretenimiento, líderes de todo tipo. Sin embargo, el importante resulta ser el gran elector.
Y crean confusión, porque los destinatarios son muchos y los receptores de esos confusos mensajes piensan, cada uno, de manera distinta. En política electoral no hay opiniones universales ni unívocas, incluso para el reducido círculo que determina quién sí y quiénes no serán los que mangoneen en México.
Hoy la realidad es inocultable, aunque la manera de percibirla difiera entre individuos, grupos, familias, gremios, sindicatos, partidos políticos, colegios… Quizá se encuentren coincidencias a la hora de emitir el voto, y a pesar de ello, cada uno de los electores del ganador entregó su apoyo por motivos distintos, tan diversos como la manera y las razones de profesar una religión, o militar, de verdad militar en un partido.
Todo lo anterior para dar contexto a la oportunidad de oro que Enrique de la Madrid Cordero perdió. Hizo una declaración a la prensa, cuando debió guardar silencio, pues todo lo que dijo referente al terrorismo y los crímenes absurdos cometidos por gente armada (en clara referencia a Las Vegas y Texas), sólo es la paja en el ojo ajeno.
La viga que tenemos en el propio lleva en su volumen y peso la cifra de muertes violentas desde que se combate a sangre y fuego al narco, el incremento consistente y casi geométrico de feminicidios, las desapariciones cuyo número se desconoce, la trata, el maltrato infantil, el turismo sexual que aquí se busca, la corrupción, la impunidad…
La globalización además de traer un bienestar dosificado y dirigido a las clases sociales altas, trajo en demasía lo que hoy abruma e imposibilita el mandato constitucional en materia de procuración y administración de justicia, porque todo el sistema jurisdiccional y de seguridad pública está infiltrado por la corrupción y la impunidad.
Deshacer su entramado requiere de la reforma del Estado.
El mensajero de una restauración imposible
La postulación que Luis Videgaray Caso hizo en nombre de su hermano del alma, Enrique Peña Nieto -en funciones formales de presidente constitucional, con mandato obligado- a favor de José Antonio Meade, adquiere dimensión de presagio para el PRI, y anuncia la contumacia en el método para hacerse con el poder.
Sepultarán a las redes sociales, la prensa crítica, la oposición y a los partidos que le jugarán las contras, con un alud de dinero y el ruido ensordecedor de mensajes vacíos, cuyo costo va más allá de lo que signifique en pesos y centavos, porque se pospondrá, otra vez, la transición, con el consiguiente riesgo: que la molestia social se convierta en protesta, y ésta en grupos armados clandestinos, para sumarse a los ya existentes.
La delincuencia organizada ha sobre armado a este país. Los efectivos de las fuerzas armadas y las policías no exceden los 700 mil elementos, con armamento inferior e infiltrados por la corrupción.
Allí está el primero de los dilemas que deberá resolver al muy próximo candidato del PRI, tan católico como Felipe Calderón Hinojosa, necesitado de una guerra justa para aliviar su conciencia y sujetar su servicio al Estado de la salvación de su alma.
Enrique Peña Nieto, en su lógica del poder, aspira a mantener sujeto a José Antonio Meade, como Carlos Salinas de Gortari limitó a Luis Donaldo Colosio. El ex secretario de Hacienda y Crédito Público hará precampaña y campaña con las manos atadas, porque otros serán su voz y su voluntad, y los mensajes se centrarán en la denostación del contrario, en ver la paja en el ojo ajeno, ajena a la necesarísima propuesta de restauración de la República.
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