Gregorio Ortega Molina
*Por el momento están inmersos en la disputa por la silla del águila, y mientras la contienda se desarrolla, la base social del narco crece, porque son como los minions, buscarán otro villano al cual servir, con tal de recibir de él hálito de vida, que el Estado dejó de proveerles
Mientras crece la pugna por el poder carente de ideas y sin reglas del juego -si el INE propone piso parejo la batean-, se hace público el elemento que nos faltaba para considerar a los barones de la droga una fuerza a la que es necesario tomar en cuenta.
Ocurrió durante el sepelio público de Felipe de Jesús Pérez Luna El Ojos: aplausos, llanto, muestras de orfandad nunca despertadas por ninguno de los líderes sociales o políticos, salvo Pedro Infante y Juan Gabriel, como vernáculos, y Jaime Sabines como intelectual.
Es inaudita la ausencia de percepción del verdadero problema creado por la fallida guerra contra el narcotráfico: le dieron base social a los barones de la droga. Se profundiza, entonces, el corrimiento de los factores de poder y se fortalece esa idea de que los narcotraficantes de cuello blanco se constituyen, ya, en uno de esos poderes que hoy mangonean en México, llamados fácticos.
Curiosamente el sepelio de El Ojos sirvió para mostrarnos que durante ese acto se cerró con llave -que de inmediato tiraron al desagüe- la puerta de la cripta de la lucha contra el narcotráfico, fracasada por la ineptitud y la corrupción de las autoridades, de todos los niveles y laya.
¿Por qué lo despidieron con llanto y aplausos? Muy sencillo de explicar, El Ojos sustituyó al gobierno local y federal en esos ámbitos de los cuales los políticos abdicaron hace mucho: políticas de bienestar con empleo y salud. ¿Cómo restablecerán los niveles de la economía que les proporcionaba su narcopatrón, más venerado que Judas Tadeo, más respetado que Norberto Rivera, más venerado que el Poder Ejecutivo o cualquiera de los representantes populares o empresariales?
Desconozco lo que representó, en toda su dimensión, Pablo Escobar Gaviria para esos sectores de desposeídos y precaristas beneficiados por él. Ahora, los habitantes de la CdMx, el gobernador Mancera, los marinos en patrullaje, las policías acantonadas en Tláhuac y los servicios de inteligencia de Estados Unidos y México, podrán sentir las consecuencias de la orfandad en que se quedaron miles de habitantes de la zona, porque de alguna manera tratarán de sustituir un ingreso por ellos considerado seguro, que nadie les va a dar, porque por el momento están inmersos en la disputa por la silla del águila, y mientras la contienda se desarrolla, la base social del narco crece, porque son como los minions, buscarán otro villano al cual servir, con tal de recibir de él hálito de vida.
Todo parece conspirar en contra del modelo presidencial mexicano, pero ha de reconocerse que los conjurados son los integrantes de los Tres Poderes de la Unión, en su mayoría, porque cierran los ojos a una realidad en la que se acomodaron: la del río revuelto.