*Adoran a un líder avaro, sí, con la lealtad que han de profesarle, y sólo a él; también a un avaricioso, porque los reconocimientos, nacionales o provenientes del mundo, también deben ser de su propiedad, y en satisfacerlo puede dilapidar los recursos financieros
Gregorio Ortega Molina
Es lógico pensar que el gobierno tiene problemas de financiamiento. Los recursos que le exigen la terminación de la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, a los que han de sumarse las cantidades para mantener vigentes sus programas del bienestar, sólo alimentados con dinero de los impuestos, son para poner los pelos de punta.
Lo anterior viene a cuento porque circula -o da más vueltas en redes sociales para encender las alarmas o, como diría el santo patrono de la 4T, por pura politiquería- un video de Demián Zepeda Vidales, con el propósito de alertar sobre un proyecto de reforma, que permitiría al gobierno disponer a su gusto y necesidad, de lo acumulado en los fondos financieros, más lo que en ellos se acumule.
Es preciso puntualizar, para que no cunda el pánico entre los jubilados y pensionados cuyas mensualidades dependen exclusivamente de la secretaría de Hacienda, que esos recursos están a salvo. Los que permanecen en la mira de la codicia y falta de previsión del gobierno que dista mucho de ser igual a los anteriores, son los ahorros de los empleados y trabajadores administrados por Afores.
¿Pueden hacerlo, agandallárselos? ¿Legalizarán un saqueo peor que el del Fobaproa? ¿Dónde concluirá la pesadilla?
Hay respuestas. He tenido la suerte de entreverlas en textos de Irene Vallejo. “Líderes que aspiran -leemos en Inconformistas en serie– a ser al mismo tiempo sistema y antisistema, gobierno y revolución. Políticos díscolos que intentan internacionalizar el nacionalismo”. Olvidado de su responsabilidad constitucional y de él mismo, el presidente de México se deja llevar por su obsesión de transformarse, ahora, en el sucesor real y tangible de Simón Bolívar, para lograr, ahora sí, la gran nación latinoamericana. Tiene a su propio Eduardo Jiménez que lo cilindrea, como lo hicieran con el desbordado deseo de Luis Echeverría de convertirse en premio Nóbel de la paz. Nada menos.
También es a ese despeñadero que llevarían los recursos financieros, a consolidar la imagen que nació en un país que no lo merece, y requiere de reconocimiento continental, al menos, para sentirse satisfecho.
Adoran a un líder avaro, sí, con la lealtad que han de profesarle, y sólo a él; también a un avaricioso, porque los reconocimientos, nacionales o provenientes del mundo, también deben ser de su propiedad, y en satisfacerlo puede dilapidar los recursos financieros.
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