Gregorio Ortega Molina
*El comportamiento que se exhibe sin pudor y con un alto tono de voz, dista mucho de adaptarse a una conducta honesta y valiente; muestra un carácter irascible y un imperioso deseo de ser aprobado unánimemente. Si aparece la duda, de inmediato se muestra la fisura en esa máscara dispuesta a ocultarlo todo
¿Puede un aspirante a estadista, deseoso de transformar al país que dice estar necesitado de dirigir, ser intemperante? ¿Está permitido a un político autocomplaciente que se muestra seguro del triunfo, confundir la honestidad valiente con la honradez necesaria?
Durante el periplo estadounidense demostró que continúa fiel a él mismo, en su carácter y su limitada cultura.
De ninguna manera me empeño en descalificar. Recurramos al María Moliner, donde las entradas de ambas palabras nos ofrecen sus exactas definiciones.
Honradez.- Cualidad de <<honrado>>. Manera de actuar del que no roba, estafa o defrauda. Manera de obrar del que no engaña. Manera de obrar del que cumple escrupulosamente sus deberes profesionales.
Honesto.- Tiene como sinónimos decente, casto, decoroso, se comporta con comedimiento y compostura, aunque también suele aplicarse al que no roba, defrauda o se apropia de lo ajeno.
Sin embargo, hay una sutil diferencia: se puede ser honrado sin necesariamente ser honesto, y viceversa. Lo que este país requiere, desde hace mucho, es una honradez a prueba de los cañonazos obregonistas de 50 mil pesos, y del plomo o plata de los barones de la droga.
Puede constatarse que la intemperancia verbal, ese comportamiento que se exhibe sin pudor y con un alto tono de voz, dista mucho de adaptarse a una conducta honesta y valiente; muestra un carácter irascible y un imperioso deseo de ser aprobado unánimemente. Si aparece la duda, de inmediato se muestra la fisura en esa máscara dispuesta a ocultarlo todo.
Sobre la textura de ese disfraz, María Zambrano escribe en Persona y democracia: “No hay personaje histórico que no se vea obligado a llevar una máscara… La historia trágica se mueve a través de personajes que son máscaras, que han de aceptar la máscara para actuar en ella como hacen los actores de la tragedia poética. El espectáculo del mundo en estos últimos tiempos deja ver, por la sola visión de máscaras que no necesitan ser nombradas, la textura extremadamente trágica de nuestra época”.
La intemperancia mostrada en Nueva York permite discernir que el personaje elaboró su propia máscara, pero no por pudor político, sino para ocultar detrás de ella los muy personales distintivos de ese carácter iracundo que ha construido a través de los años, hasta llevar al exceso interpretativo el estás conmigo o estás contra mí.
Allí está el presagio, en la fisura sobre la máscara mostrada por la intemperancia. ¡Imagínense el berrinche de un intemperante con poder casi imperial!