*Lo cierto es que los efectos inmediatos de la inflación -argumentan que la razón del frenón económico obedece al decrecimiento del consumo, y cómo no si no hay dinero que alcance, como se dicen, unas a otras, las amas de casa- son el principal enemigo de las tarjetas del bienestar
Gregorio Ortega Molina
Las consecuencias económicas, sociales y políticas de la pandemia, a lo largo y ancho del mundo, todavía son impredecibles. Lo que si puede adelantarse es que unas naciones pagarán más que otras la gestión en salud y en la planta productiva para impulsar su desarrollo. Que el PIB crezca es asunto de inversión y productividad, no de consumo doméstico, pues eso son los programas sociales.
Desconozco quién o quiénes le vendieron a Andrés Manuel la peregrina idea de que, al favorecerse el gasto de los más pobres, o de los que quieren iniciarse en la vida productiva, o de los que estudian, o de los que pueden morirse de hambre, se reactivaría el mercado, primero, y la producción después. Lo cierto es que antes del enclaustramiento obligado para preservar la salud, el proyecto económico de la 4T inició con vías de agua que amenazaron con convertirla en el Titanic.
Lo que en los dos primeros trimestres económicos de este año pareció un aliento de vida y una posibilidad de esperanza, durante el tercero los resultados de la economía y el empuje del PIB se convirtieron en un motivo de alarma. Otra vez hacia atrás con un menos .02 por ciento que, dado el decrecimiento de 2020, dificulta seriamente las posibilidades de salir del bache.
Hay signos de aliento que en México se convierten en amenaza, pues si bien el precio del petróleo se fue a las nubes, crece la deuda de Pemex, y el proyecto de producir a tope combustibles fósiles puede convertirse en un objeto de controversia internacional para esta nación, debido a los programas de preservación del ambiente, y a la posibilidad de que, propiciado por el cambio climático, enfrentemos un invierno de muy bajas temperaturas, lo que nos pondrá el gas a 25, y dificultará el despegue de la reforma eléctrica.
Manuel Bartlett, que miente como respira, sostiene que si se aprueba dicha reforma habrá tarifa única, lo que me obliga a preguntarle si a los domicilios de la Ciudad de México los igualarán con Iztapalapa, o con las Lomas de Chapultepec.
Así aparecen preguntas que, supongo, carecen de respuesta: ¿Cuánto resisten los recursos fiscales el apoyo a las programas sociales, a pesar de su incremento, si la producción decae, como de hecho sucede? ¿Cuánto resiste la paz social, si las medicinas para los niños con cáncer no llegan, como tampoco se surten los otros medicamentos a los derechohabientes del IMSS y del ISSSTE? ¿Cuánto aguanta la gente sin alimentarse bien, a pesar de las tarjetas del bienestar, debido a que la inflación modifica los precios de la canasta básica? Si Ovidio cumple todo se superará, si no, la montaña rusa será mortal.
Lo cierto es que los efectos inmediatos de la inflación -argumentan que la razón del frenón económico obedece al decrecimiento del consumo, y cómo no si no hay dinero que alcance, como se dicen, unas a otras, las amas de casa- son el principal enemigo de las tarjetas del bienestar.
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