*Pacificar a balazos es insostenible para la población e imposible para el gobierno. El camino es el diálogo… incluso en los linderos de la ilegalidad
Gregorio Ortega Molina
La administración del poder debe ser de ida y vuelta, incluso cuando se trata de directrices impuestas por la divinidad, sólo hay que revisitar la Biblia, en la que son los profetas, los reyes, los jueces y los administradores del culto, los que elevan la “respuesta” de los fieles.
La Historia lo consigna. Los momentos en que el mandamás deja de escuchar los reclamos del pueblo, o las peticiones morigeradas e incluso las lisonjas que responden a una merced otorgada de buen talante y forma, se convierten en dictaduras, satrapías, tiranías… el tiempo y la razón las adjetivan en cuanto termina el recuento de los muertos y se establece el balance de los adeudos pendientes.
El saldo nunca queda equilibrado, porque siempre hay insatisfechos que guardan los agravios, los escarnios, el recuerdo de los que tuvieron que fallecer para que él, el que llegó, viviera. Pregunten a los deudos de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, o los de aquellos que dejaron la zalea en Topilejo y Huitzilac, o más reciente, los hijos y nietos de Francisco Javier Ovando y Román Gil Heráldez.
Los peldaños al poder regularmente son cadáveres: sociales, políticos y… reales, los que gustosos dan la vida por el líder. Los mártires son de todo tipo, la religión no posee la exclusividad.
De allí la importancia del diálogo… secreto o público, con respuestas concretas o entre mudos, el caso es evitar la muerte de los correligionarios, de los que contribuyeron a que el líder accediera a la silla del águila, de los que ahora son gobierno.
Pero en primer lugar ya no permitir más muertes de mexicanos inocentes.
Los opositores “leales” están identificados, viven del Congreso y de lo que queda de los partidos políticos. Los peligrosos son los otros, los que se adueñaron de las áreas abandonadas por el mandato constitucional. No importan las razones, son zonas de la república y espacios de las instituciones en los que no hay Estado; permanecen ocupados por esa otra oposición, la que de una u otra manera escucha y responde, concede, da, niega, rechaza, pone orden, sabe de los engaños políticos, porque los ha padecido y los padece.
Hoy, la realidad política del país es compleja, más que los dilemas económicos y sociales, o culturales y de género. Desde el momento en que la familia revolucionaria tomó la decisión de compartir el poder político con el económico, el modelo de gobierno del país se desequilibró, y no han acertado a conceptuar y proponer cómo sustituirlo. Así se abrió la puerta a la presencia de las autodefensas, grupos armados, sicarios y delincuencia organizada armada hasta los dientes.
A sangre y fuego es imposible poner orden, a menos de diezmar al país. Lo que se requiere es el diálogo, entre laicos que tengan claro el concepto de Estado y no confundan su paso por las instituciones educativas religiosas con su mandato constitucional en la administración pública. Las asignaturas son divergentes. La teología en política no existe.
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