*“Vemos nuestra mortalidad sólo a través de la mortalidad de los demás… Así pues, la muerte y la disección iban de la mano junto con el avance del conocimiento científico. Pero, ¿y el dolor? ¿Y la repugnancia hacia el funcionamiento del organismo femenino durante el Renacimiento, que provocó una fascinación especialmente morbosa por el útero? En el despellejamiento y la disección, las realidades del sufrimiento, el sexo y la muerte no andaban muy lejos”
Gregorio Ortega Molina
Imposible determinar estadísticamente la cifra de desaparecidos, sobre todo si los despojos de los encontrados en las fosas clandestinas, difícilmente o nunca adquieren identidad que les permita entregarlos a sus deudos, con el propósito de que reciban cristina sepultura, con el fin de obsequiar el sosiego a quienes, de pronto, sólo supieron que uno o varios de sus seres queridos no estaban donde debieron estar.
El tema es de gran trascendencia, porque ante este dilema el Estado pierde la batalla, puesto que el vacío en seguridad se ensancha, y el territorio nacional donde debieran imperar la República y sus leyes, empequeñece ante el avasallamiento de la delincuencia organizada y otros grupos armados, como las guardias comunitarias.
¿En qué porcentaje los restos humanos ocultos en las tumbas clandestinas han podido identificarse? ¿Qué sucede con la pedacería de los cadáveres que, con la vida perdida dejaron atrás su identidad? ¿Cómo los preservan en los servicios médicos forenses, hace mucho saturados? ¿Y qué con esas asociaciones de buscadoras de “cuerpos”, que recorren incansablemente zonas identificadas como susceptibles de estar convertidas en cementerios clandestinos? Lo hacen porque para poder continuar respirando, necesitan saber lo que realmente ocurrió con sus seres queridos, notoriamente hijas e hijos, maridos, hermanos… menores de edad, de los que desaparecen 13 diariamente.
Imposible no deducir, no suponer, no elaborar una hipótesis sobre el destino de esos niños o jóvenes que fueron levantados, o secuestrados, o engañados, para que pudieran ser despojados de sus órganos vitales en quirófanos clandestinos o aparentemente legales, pero con todos los adelantos científicos y técnicos, como la criogenia que les facilitaría exportarlos a cualquier punto del planeta, donde tienen destinatario y son bien, muy bien pagados.
“El interior del cuerpo, una vez revelado, nos remite a nuestra mortalidad. Pero ¿cuántos de nosotros pueden hablar con conocimiento de su propio interior? Vemos nuestra mortalidad sólo a través de la mortalidad de los demás… Así pues, la muerte y la disección iban de la mano junto con el avance del conocimiento científico. Pero, ¿y el dolor? ¿Y la repugnancia hacia el funcionamiento del organismo femenino durante el Renacimiento, que provocó una fascinación especialmente morbosa por el útero? En el despellejamiento y la disección, las realidades del sufrimiento, el sexo y la muerte no andaban muy lejos”.
Esta oscura realidad es la que determina el comportamiento y carácter de los padres y otros familiares de los desaparecidos.
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