*La libertad no es tenerlo todo, disponer de lo que place y disfrutar, sino que consiste en saber conservar lo que se tiene. Los que se hacen de mala manera de lo que no les perteneces, obvio no tienen el aroma de la libertad, sino que, de sus axilas, su ropa, su mente, se desprende ese olor al miedo de ser descubiertos por propios y extraños
Gregorio Ortega Molina
El miedo tiene su peculiar olor. Se le puede detectar en los pasillos de los hospitales, junto a los quirófanos, en las salas de espera de terapia intensiva o de las habitaciones de los desahuciados. Es el temor a perder a los seres queridos.
Hay otro miedo. El que se impregna en la ropa y la conciencia de los huéspedes de los reclusorios. Lo percibí al ingresar -en Ciudad Juárez y en el Reclusorio Norte- para realizar entrevistas periodísticas a alguno de los sentenciados. Saben que no dejaron de vivir, pero tampoco existen. No para la justicia penal, menos para la oportunidad de recuperar la libertad. Muchos salen, pero el alma se les queda adentro.
Una nación entera o al menos buena parte de la sociedad, puede pudrirse en la anomia del miedo, que la paraliza, le impide crecer, rehabilitarse, ser una patria de seres humanos en libertad.
Si el olor es característico de vivir con miedo, la libertad se manifiesta en aromas. El de la riqueza se confunde con el hedor del miedo, lo ejemplificó correctamente el profesor Carlos Hank González al capitán Alberto Abed, cuando el propietario de TAESA (Transportes Ejecutivos, S. A.) fue a despedirse de él (fue su piloto) porque abriría su propia compañía aérea.
–Dejará de vivir en paz, capitán, no podrá dormir, hará cuentas de día y de noche, y siempre estará bajo el temor de perderlo todo.
La libertad no es tenerlo todo, disponer de lo que place y disfrutar, sino que consiste en saber conservar lo que se tiene. Los que se hacen de mala manera de lo que no les perteneces, obvio no tienen el aroma de la libertad, sino que, de sus axilas, su ropa, su mente, se desprende ese olor al miedo de ser descubiertos por propios y extraños.
A fin de cuentas, son los cómplices los que más disfrutan de lo que otros se hicieron con robo y latrocinio, aunque me pregunto si los hijos vivirán tranquilos y tendrán aroma de paz, si a la vuelta de la esquina los reconocen como hijos de depredadores económicos; ¿y los cónyuges? Hombres y mujeres saben del aroma que se desprende del lecho conyugal, y no es precisamente de rosas.
Pero la verdad, nadie queda satisfecho con la honrada medianía.
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