Luis Alberto García / Moscú
*Humillada por México y Corea del Sur, dejó la corona en Kazán.
* Los mexicanos agradecieron el favor a los coreanos de modo ridículo.
*Punto final a un ciclo que se agotó después de Brasil 2014.
*Cuatro campeones del mundo, eliminados en cuartos de final.
Fue una jornada apasionante que culminó con el campeón mundial eliminado de la Copa FIFA / Rusia 2018 por Corea del Sur, con un México ilusionado, enfilado hacia los octavos de final tras estar muchos minutos en vilo, y con Suecia terminando en primer lugar del Grupo F.
Los cronistas de prensa y de las televisoras mexicanas, obsecuentes y cómplices de un sistema que cobija al triunfalismo patriotero que, inevitable y comercialmente, sale a relucir cada cuatro años, vivieron en junio de 2018 una de las jornadas “más arrebatadoras y excitantes” en la historia de los Campeonatos Mundiales de Futbol.
Los discípulos del colombiano Juan Carlos Osorio –en la picota de la crítica por su bipolaridad y excentricidades- abatieron el 17 de junio al campeón, y con el gigante alemán rematado al final de aquella fase de grupos por los orientales que no se lo creían.
La trama del Grupo F tuvo de todo: con la goleada de Suecia a México (0-3), los de Osorio estuvieron a un milímetro de la eliminación si con 0-0 hubiera marcado Alemania; pero enfrentaron a un demonio de ojos rasgados que los expulsó del paraíso, hazaña que colocó a los aztecoides en los octavos de final.
Como los descendientes de los antiguas mexicas se pintan solos para hacer el ridículo, el mismo sábado en que Corea del Sur derrotó a Alemania para dar el pase a los chicos de verde, la manada de fanáticos de la capital mexicana, agradecida por tamaño acto de bondad asiática, corrió de la columna del Ángel de la Independencia y el Zócalo, hacia la embajada coreana en México.
En ambos sitios históricos de la capital mexicana se celebraba a todo trapo la calificación de rebote –como el burro que tocó la flauta, nomás de casualidad- a octavos de final, y por eso había que ir de prisa a dar las gracias a la embajada, ubicada en un barrio rico capitalino.
Poseída por el furor patriotero –no patriótico, que es otra cosa-, las chusmas desaforadas y evidentemente alcoholizadas, inundaron calles, hicieron salir a un representante diplomático coreano de sus oficinas, lo alzaron en hombros, destrozaron el jardín de la acera, se orinaron en él, y culminaron su zalamera jornada a grito pelado: “¡Coreano, tú eres mi hermano!”.
Para los mexicanos –que se atuvieron a los méritos ajenos y no cumplieron con los propios-, la tarde del miércoles 27 de junio fue tan conmovedora en Kazán, que llegó un momento en el cual la superpotencia alemana no le hubiera bastado ni con el 1-0: México en vilo, con sus jugadores desconcertados e incrédulos aún sobre el campo, viendo realizado el milagro del segundo tanto coreano.
En los teutones, catatónicamente, se eternizaba el sonambulismo de algunos de los que resultaron campeones de 2014 con todos los merecimientos; pero que, semanas antes de llegar a la Copa FIFA de Rusia, ya empezaban a mostrar cansancio, debilidades y otros males.
La orgullosa nación alemana quedó consternada ante el golpazo monumental que se podía avecinar, con Corea del Sur en combustión ante una inminente victoria de incalculable prestigio y valor que finalmente se dio.
Y todavía hubo un rayito de esperanza, apenas con una victoria alemana de último segundo ante Suecia el sábado 23 en Sochi, donde los vikingos aún maldecían su suerte ante la puntería terminal de Toni Kroos, en un poco consolador segundo partido dentro del Grupo F, en el cual, con todo y las dudas, debilidades y fallas mencionadas, la Mannschaft había llegado como amplia favorita.
A todo esto, por si el desasosiego no fuese suficiente, intervino el Video Assistant Referee (VAR) en el duelo entre europeos y asiáticos, con respiración asistida para todos los implicados, y con tantos y tantos millones de adeptos repentinamente en knock out.
Sin goles entre Alemania y Corea del Sur, el árbitro anuló por fuera de juego un gol de Kim Young-Gwon; pero los agazapados linces del VAR se percataron de que el anotador no estaba fuera de lugar al haberle llegado el balón de un contrario, de un involuntario punterazo de Toni Kroos, héroe de un día, villano en otro cuatro días después.
Con una debacle comparable a la derrota hitleriana decretada el 8 de mayo de 1945 con la caída de Berlín en manos soviéticas, ese aquelarre alemán mucho tuvo que ver el futbol, que los germánicos no tuvieron desde su estreno con México el 17 de junio.
Ni siquiera el golazo de Kroos en el último parpadeo ante Suecia devolvió a Alemania a la senda esperada; pero nada de eso hubo en Rusia, salvo alguna genialidad del mediocampista ofensivo del Real Madrid.
Contra Corea del Sur, de nuevo Mezut Özil, ex madridista, pilar básico en Brasil -fallando esta vez en el armónico formato impuesto en la era de Joachim Löw y el cansancio de cuatro años de actividad incesante-, evidenció el desplome alemán, con el extravío del medio centro de ojos saltones, que no tuvo remedios ni medicinas ante los entusiastas nativos de Seúl.
Sin finura alguna, Alemania tampoco tuvo el vigor que le caracterizó en Brasil cuatro años atrás en la final contra Argentina y su Leonel Messi deprimido y desguanzado y, encapsulada la representación del Oriente Lejano, se limitó a propagar un mal centro tras otro.
Muchos, la mayoría, se vieron sin clase, ordinarios, cual jugadores de barrio, con el mentado Toni Kroos sin el auxilio de Sami Khedira, sujetado con tenazas el jugador de la Juventus, a quien le faltó articular el juego, rutinario como nunca.
Así, sin gracia y sin fuerza, Alemania se vio sometida por las emboscadas coreanas, un equipo al que le va bien el cuerpo a cuerpo, el tae kwon do que le aplicaron a México, al estilo rijoso de esta Corea del Sur mundialista, en cuyo organigrama técnico figuran dos españoles, ex auxiliares de Vicente del Bosque, el entrenador campeón de Sudáfrica en 2010.
Ya en el segundo tiempo tuvo el horizonte más que despejado para fulminar a su adversario, asumiéndose superior, como el monarca mundial que fue en 1954 y 1974 que, esta vez agripado, su técnico Joachim Low prefirió lanzar al ataque con todas las baterías de asalto; es decir, a Mario Gómez, Thomas Müller, Timo Werner y los que pudo.
Ni por aquí ni por allá, salvo un cabezazo de León Goretzka desviado con una estirada fantástica por el portero Woo, sin que hubiera dudas de que llegaría el milagro alemán, un fenómeno clásico en este deporte: “A Alemania hay que matarla, o te mata”, dice la frase clásica, y ni así, máxime cuando el árbitro decretó seis minutos de tiempo extra.
Como dijo un ex candidato en campaña para ganar la elección presidencial mexicana: “El mundo al revés”, porque el prodigio fue coreano con gol de Young-Won, con un banderazo inicial del asistente y un silbatazo del árbitro, consulta al VAR y sí: 1-0.
Müller se desgañitaba con sus camaradas con gestos de que había tiempo para empatar y ganar, pues para Alemania el tiempo siempre caminaba más lentamente que para el resto de los seres humanos.
El desesperado Manuel Neuer se fue al asalto a rematar por arriba; pero le dio por intentar marcar haciendo un regate, perdió la pelota y Corea del Sur lanzó a su caballería rumbo a la gloria, con la puerta del mejor portero del mundo abierta de par en par.
Ese fue el punto final a una de las mayores sorpresas de la historia, quizás la más grande por la diferencia de tamaño futbolístico del rival, autor del ahora llamado “coreanazo”, que obligó al campeón a salir de Rusia por la puerta de la cocina, al no renovarse e ir a morir en las estepas.
Recordemos que así pasó a Italia (1950 y 2010), Brasil (1966), Francia (2002) y España (2014) y que cuando se juega bien ni los reyes están a salvo, como en Rusia, y más debido a los ajustes tecnológicos que impuso la modernidad, para que todos tomen nota, empezando por Alemania, que perdió no solamente el cetro, sino hasta el modo de andar.