CIUDAD DE MÉXICO.- Durante años, la imagen más popular de un hogar inteligente giró alrededor de un altavoz que respondía preguntas, encendía luces o reproducía música. Alexa, Google Assistant y otros dispositivos marcaron la primera etapa de la vida conectada. Sin embargo, esa fase inicial ya quedó atrás. Hoy, la automatización doméstica avanza hacia un ecosistema mucho más complejo, silencioso y autónomo, en el que la intervención humana es mínima y la inteligencia artificial toma decisiones en tiempo real.
Lo interesante de esta nueva etapa es que no se centra en la voz como principal vía de interacción. Los sistemas actuales trabajan en segundo plano, aprendiendo rutinas, reconociendo patrones y ajustando el entorno según el comportamiento diario de cada persona. Ya no se trata de decir “enciende la luz”, sino de que la casa determine por sí sola cuándo hacerlo según la hora, la iluminación exterior o incluso el estado de ánimo del usuario detectado a través de sensores ambientales.
Uno de los cambios más notorios está en la integración: los aparatos dejaron de funcionar como islas tecnológicas y empezaron a comunicarse entre sí. Refrigeradores que conversan con despensas inteligentes para generar listas automáticas de compras; lavadoras que calculan su propio ciclo en función del nivel de energía disponible; o sistemas de riego capaces de conectarse con servicios meteorológicos para evitar desperdicios. Todo esto forma parte de una automatización doméstica avanzada que prioriza la eficiencia más que el espectáculo.
También está el papel de los robots. Aunque los primeros modelos de limpieza eran máquinas torpes que apenas evitaban las paredes, las nuevas generaciones pueden mapear hogares completos, identificar objetos, reconocer situaciones de riesgo y adaptarse a configuraciones totalmente distintas sin necesidad de reiniciar el sistema. Algunos incluso aprenden preferencias, por ejemplo, evitar aspirar cerca de mascotas nerviosas o ajustar la potencia según el tipo de piso de cada habitación.
Otro componente crucial es la seguridad. Las cámaras tradicionales están dando paso a sistemas inteligentes que no solo detectan movimiento, sino que interpretan el contexto: diferencian entre un familiar llegando temprano, un repartidor habitual o una presencia inesperada. Esto reduce falsas alarmas y permite respuestas automatizadas que van desde encender luces exteriores hasta enviar alertas personalizadas.
Al mismo tiempo, se abre una conversación importante sobre privacidad. Con más sensores, más datos y más decisiones automatizadas, las fronteras entre comodidad y vigilancia se vuelven delgadas. La industria ha comenzado a responder con cifrado local, almacenamiento en el dispositivo y mayor control sobre qué información se comparte. Aun así, la discusión apenas empieza y será uno de los retos centrales de los próximos años.
Si algo queda claro es que la evolución del hogar inteligente ya no depende de órdenes de voz. La verdadera innovación ocurre en la capacidad de anticiparse, optimizar recursos y adaptarse a cada estilo de vida sin que el usuario tenga que pensar en ello. La automatización doméstica avanza hacia una fase más madura, donde la tecnología deja de ser protagonista y se convierte en un asistente silencioso que simplemente… funciona.
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AM.Mx/kmj
