Miguel Ángel Sánchez de Armas
En unos días se conmemora el 55 aniversario de una de las piezas oratorias más célebres del siglo pasado: “Tengo un sueño”, pronunciada por Martin Luther King en las escalinatas del monumento a Lincoln en Washington, D.C., el 28 de agosto de 1963.
King fue heredero de Thoreau y de Gandhi. Como aquéllos, fue despreciado y temido por el establishment. Como el Mahatma, pagó con su vida la osadía de desafiar al imperio. El ejemplo de estos tres hombres ha permeado el pensamiento libertario en todo el mundo… y también ha sido secuestrado por el oportunismo, como se escucha en discursos dispensados por la clase política de los cuatro continentes.
Con motivo de la toma de protesta de Barack Obama en enero de 2009, publiqué una columna en la que sugerí que uno de los sueños de King se había hecho realidad: un presidente negro en la patria de los WASP (blancos, anglosajones y protestantes). Hoy, ver en la Casa Blanca a un sucedáneo menor pero igual de amoral que James Polk o Harry Truman, me da tristeza y escalofríos. ¡Cuánta falta nos hacen en el mundo hombres como el reverendo King!
En la ceremonia de toma de posesión de Obama como 44º Presidente de Estados Unidos, no pasó desapercibida en los cuarteles de la pía y racista extrema derecha un murmullo que circuló entre la multitud: “¡La marcha desde el Memorial a Lincoln finalmente llegó a la Casa Blanca!”.
Imagine usted el abatimiento en la “John Birch Society” (la derecha de la derecha); la aflicción en el varonil club de pistoleros llamado “National Rifle Association”, favorito de Trump; el desmayo del ateneo “The National Alliance”, que pugna por un lebensraum criollo, ario y estadounidense, o la gastritis y dispepsia de los caballeros del Ku Klux Klan… Sobra cualquier comentario sobre esta ilustre peña y demás marcas, colores y sabores de la fauna all American que salpimenta el tejido del país que los dioses nos dieron por vecino: espuma y llamaradas, ceniza y huesos crujientes, odio y desolación…
Discípulo de Gandhi y de Thoreau, King entendió que son las pequeñas acciones -el valor personal, el respeto al derecho de los demás, la paciencia y capacidad de sufrimiento, el sacrificio- más que los gritos y la metralla, las que al final producen el cambio.
En 1963, King era la voz de millones de negros que habían quedado al margen de los ideales democráticos y se veían excluidos de la promesa de que a todos los hombres “les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Habría de pagar con la vida su tenaz militancia el 4 de abril de 1968.
El 2018 no es 1963 y éste no fue igual a 1863. Pero hay sutiles hilos conductores. En 1863 Lincoln luchaba por mantener unida a la nación, por impedir “la división de la casa”. En 1963, por causas distintas pero no menos profundas, la sociedad estaba al borde de una fractura completa. En el 2018 el amago de un gobierno autoritario, protofascista, racista, excluyente e ignorante, amenaza los fundamentos de la democracia en Estados Unidos y pone en peligro la estabilidad del mundo.
“1963 no es un fin, sino un principio”, dijo King en aquella concentración. “Y quienes tenían la esperanza de que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirían contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus derechos ciudadanos. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta que llegue el esplendoroso día de la justicia”.
Sustitúyase “negros” por “hispanos” o por “migrantes”. La historia se repite… No, la historia se revisa a sí misma. ¡Qué esperanzas de que Trump haya oído hablar de Santayana! Y no creo que tampoco alguno de sus asesores.
En 1963, en la escalinata del mausoleo a Lincoln, Martin Luther King parecía dirigirse también a las generaciones que cuatro décadas y media después retomarían su bandera:
“Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño estadounidense. Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: ‘Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales’ […]
“Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel sino por los rasgos de su personalidad […]
“Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de toque de la esperanza. Con esta fe podremos transformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar junto, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres” […]
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