Miguel Ángel Sánchez de Armas
Comienzo la semana con antojo de poesía. En mi adolescencia descubrí a García Lorca y quedé atrapado en la palabra del gitano. Del Romancero los versos sonámbulos me conmovieron. Aquí algunas impresiones juveniles sobre fragmentos del poema.
Primero es la sorpresa deslumbrante, el encanto de toparse con palabras vistas todos los días pero que en la primera línea tienen una sonoridad misteriosa y mágica:
Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas.
¿Por qué verde? Es la vida, el viento que oxigena, las ramas en crecimiento. Y la alegría de este canto se intensifica con la imagen de
El barco sobre el mar / y el caballo en la montaña
Pero en la quinta línea hay un estremecimiento:
Con la sombra en la cintura /
El tono melancólico que introduce esta frase frena la exaltación lograda en las anteriores. Y en las siguientes dos,
ella sueña en su baranda / verde carne, pelo verde
la sangre se congela pues la vida que se anunciaba en la verdura de las palabras iniciales no es tal. ¡No es un poema a la vida! ¡Es un poema a la muerte! Y esta verdad sale a luz al saber que ella sueña
con ojos de fría plata /
con mirada muerta que ya ha visto todo lo que le estaba deparado ver en este mundo,
las cosas la están mirando / y ella no puede mirarlas
El juego de lo que parece ser vida y resulta muerte queda dolorosamente prendido en el alma y en la imaginación del lector, quien pasa, agobiado, a los versos siguientes que reflejan el eterno ir y venir de la vida y la muerte con heridas que quedan a la vista de todos,
Trescientas rosas morenas / lleva tu pechera blanca
y que todos pueden percibir, aunque para algunos, para nuestro propio yo, aparece una imagen más descarnada de esa muerte que nos mata sin acabarnos de matar.
Tu sangre rezuma y huele / alrededor de tu faja.
Para después del eterno retorno que nos lleva a tropiezos por territorios que han dejado de ser nuestros, el gran ciclo cierre de nuevo sobre nosotros:
Verde carne, pelo verde, / con ojos de fría plata.
y la vida recomience,
Verde viento, verdes ramas. / El barco sobre el mar. / Y el caballo en la montaña
para llevarnos a donde quiera que puedan llevar esas infinitas ruedas del destino interminable, irrepetible y repetido.
García Lorca logra en el poema una suerte de eternidad. Podría uno recomenzar cada vez que termina. Porque -¿qué otra cosa?- así son al final de cuentas tanto la vida como el amor.
En su Ars Poetica de 1926, dos años antes de la publicación del Romance Sonámbulo, Archibald MacLeish dio la vuelta de tuerca a los remaches del ataúd en el que colocó la idea de arte con una figura de absoluta pureza: Un poema no debiera significar / sino ser. Ignoro si hubo una relación causal… pero sin duda estaban en la misma sintonía espiritual. Amén.
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