miércoles, abril 24, 2024

JUEGO DE OJOS: “Píntame angelitos negros…”

Miguel Ángel Sánchez de Armas

El inicio de la pascua es ocasión propicia para regalar a los lectores con la crónica de una vida bella, que floreció sin que las miasmas de la corrupción, la impunidad, el crimen y una clase política decorativa, ruidosa y en permanente confrontación, pudieran marchitar.

Érase un muchacho pueblerino, nacido en un rancho de 30 almas en los Altos de Jalisco, a quien Dios dio el don de la pintura. Como era muy pobre y quedó huérfano, fue a la cabecera municipal en donde se empleó como pintor de fachadas y ayudó en la decoración de templos. Pero no ganaba para mantener a sus hermanos y a su madre, así que partió a la capital y se colocó como pintor de anuncios en una cervecera.

En aquella empresa terminaba dos cuadros en lo que sus compañeros del taller apenas iban en el primero, y esto le granjeó envidias y ojerizas. Una caterva de díscolos urdió un plan para deshacerse del ingenuo provinciano. Le dijeron que en Guadalajara el Ayuntamiento había lanzado un bando para que máistros de Jalisco pintaran las fachadas de todas las casas de la ciudad. Regresar a su tierra, ganar dinero y ver a sus hermanos aceleró el corazón del joven. Sus compañeros lo llevaron a la estación de Buenavista y acomodaron sus cosas en una caja de cartón nueva atada con un mecate.

Con lágrimas en los ojos partió a su tierra. En Guadalajara descubrió que el bando era una mentira y en la caja de cartón encontró papeles y trapos viejos. De la estación de ferrocarril caminó a Jalostotitlán, porque no llevaba ni un cobre en la bolsa, y por el camino pintó algunas fachadas y bardas para comer.

Nadie recuerda ya a los rufianes, pero es muy probable que la pintura sacra mexicana les deba a uno de sus más altos exponentes: Rosalío González Gutiérrez, Chalío, nacido el 30 de agosto de 1892 en el rancho La Mesa, cercano al antiguo pueblo de indios de Teocaltitán de la municipalidad de Jalostotitlán, Jalisco.

En Jalos se colocó como ayudante del pintor Federico de la Torre, quien, con el alarife Ramón Pozos, decoraba el santuario de Guadalupe y el templo del Sagrado Corazón. Chalío aprendió a más o menos leer y por su mente nunca pasó la idea de estudiar pintura. Fue modesto, generoso, incansable y profundamente religioso. Lo único que lo diferenciaba de sus compas era una habilidad superior para pintar. Y esa habilidad, como la vida de tantos jóvenes de Los Altos, estaba incuestionablemente al servicio de la iglesia.

Podía pasar días enteros sin salir de casa. No le gustaba que otros le ayudaran en la preparación de los lienzos y tampoco utilizaba pinturas comerciales. En Guadalajara compraba la materia prima. Él mismo preparaba la tela y la colocaba en los bastidores; luego molía los pigmentos con una piedra de mano para que la pintura tuviera las tonalidades precisas.

Las imágenes de la virgen y los santos las sacaba de revistas, estampas y cromos. Sus modelos eran personajes del pueblo. En Tepa utilizó para uno de sus cuadros a un limosnero. En la alegoría “Ofrecimiento de la parroquia” de Jalostotitlán, pintó a una joven de la localidad, y en el óleo “La Asunción de la Virgen” los angelitos son niños del barrio. Chalío no sabía historia del arte, pero tuvo facilidad para adaptar estampas y cuadros que veía en revistas. No hay en su obra la técnica de un académico de la pintura sino el color de un credo que quiere expresarse con los medios que dispone logrando bellas composiciones, dice un estudioso.

El de Jalos no fue sólo pintor de iglesias. También embelleció recintos familiares tomando como modelo las formas del neoclasicismo. Moldeó estucos para adornar las casas, pintó piezas de ornamentación para las salas. Puso su arte al servicio de la piedad familiar, reproduciendo imágenes que hasta la fecha tienen en exposición a la veneración. Cada expresión de un Cristo o de la Virgen de la Asunción muestra el espíritu del pintor. La obra de Chalío es la del artista que rasga los cielos para que baje a la tierra lo divino.

Chalío murió el 24 de noviembre de 1958 en Jalos, a los 66 años. Poco antes de rendir cuentas decidió no irse sin dejar huella en su querido Tecua y con grandes dificultades decoró su templo con oro falso y latón especial alemán.

Además de los innumerables trabajos como el de Tecua, su obra mural incluye más de 130 piezas realizadas entre 1932 y 1955, en recintos de Pegueros, Tepatitlán, Guadalajara, Tlacuitapan, Cd. Guzmán, Zamora, San Juan de los Lagos, Jacona, Tamazula, Tingüindín, Jalostotitlán, Briseñas, La Barca, San Pedro Caro, Ciudad de México y Papantla, en cuyo templo de Nuestra Señora de la Asunción dejó una serie de cuatro grandes murales al óleo de 13 metros cuadrados cada uno con otras tantas escenas bíblicas: “Las bodas de Caná”, “La muerte de Nuestro Señor San José”, “El Niño Jesús ante los sacerdotes del templo” y “El taller de Nazaret”

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