martes, abril 16, 2024

JUEGO DE OJOS: Nuestra historia

Miguel Ángel Sánchez de Armas

Los mexicanos tenemos una relación maniquea y en ocasiones esquizofrénica con nuestra historia. Juárez el Benemérito habita el Altar Mayor de la Patria mientras el diabólico Díaz se tuesta lentamente en el infierno de la reacción. El cura Hidalgo destilaba miel en cada oración y los gachupines que salió a coger echaban sapos, rayos y centellas. El feroz Cortés aherrojó al benévolo Cuauhtémoc. El trío de usurpadores imperiales encontró su merecido en el Cerro de las Campanas y en Miramar se recibió el beso del diablo. Los ángeles cristeros lanzaban agua bendita a los anticristos federales… y así en una interminable galería de blancos y negros que aprendimos a recitar, con igual mecanicismo que las tablas de multiplicar, ya en las aulas primarias, ya en el salón del catecismo. “Es ley de Dios no matar, pero quien mata en defensa de la religión se va al cielo”, era el exordio de una de mis tías a sus azorados catecúmenos. En octubre de 1917 el general Felipe Ángeles, uno de los pocos intelectuales -si no el único- que produjeron los ejércitos revolucionarios, escribió: “Nosotros no podemos tener historia porque somos un pueblo muy joven, muy poco ilustrado y muy apasionado. Amamos y odiamos ciegamente. Y la historia requiere mucho tiempo y mucha serenidad de juicio”. Un ejemplo de este rasgo nacional lo tenemos con Porfirio Díaz.

Lapidamos al dictador y general y denostamos su estancia al frente de la nación, pero atesoramos la memoria del héroe del 2 de abril, y su nombre orna una de las más bellas avenidas de la ciudad de México. No importa que sean uno y el mismo. Podemos amar y odiar a ambas figuras. Algo semejante nos pasa con el movimiento de 1968. Pareciera que fue la lucha de ángeles contra demonios, el bien enfrentado al mal, lo puro contra lo inmundo. Queremos santificar a unos y condenar a otros. Acá el pueblo bueno y allá el mal gobierno. No queremos entender nuestro pasado para explicarnos el presente. La frase de Santayana repetida hasta el cansancio no pierde vigencia: “Quien no conoce la historia está condenado a repetir sus errores”. Un respetado analista político me asegura que líderes del movimiento se reunieron en la casa de Luis Echeverría la noche del 2 de octubre de 1968. Si esto se comprobara, ¿dañaría a la nación? No. La verdad puede ser terrible y dolorosa, pero atenúa la posibilidad de reincidencias. La historia nos enseña los extremos a los que puede llegar un hombre (o mujer) para alcanzar y conservar el poder. Echeverría no tendría por qué haber sido diferente, pese a la lapidaria sentencia “¡Echeverría o el fascismo!” lanzada por el gran Fuentes –que hasta donde sé nunca revisó públicamente. En 1937, las empresas petroleras anglo-estadounidenses vendían combustible mexicano a los países contra los que Estados Unidos se batiría en los campos de Europa, y esa conducta muy probablemente sirvió para vacunar sus apetitos de intervención armada en México después del 18 de marzo de 1938. Cárdenas leyó correctamente y operó en ese escenario. Ochenta años después de la expropiación petrolera, un bando exige cambios en la industria al amparo de la figura del presidente Cárdenas mientras en la acera de enfrente otro bando igual de vociferante clama por la inmovilidad de Pemex invocando a Tata Lázaro. En 2004 visité el Museo del Apartheid en Soweto -el barrio negro de Johannesburgo en donde prendió el movimiento libertario- en compañía del gran escritor sudafricano Mandla Langa. Donde funcionó una de las prisiones más siniestras del siglo XX hoy se siguen escuchando las voces y se siguen viendo las imágenes del tormento. “Para que nuestros hijos y los suyos no olviden lo que aquí sucedió”, dijo mi guía. “Esa es la única garantía de que esa noche negra nunca nos vuelva a torturar”. Es la misma razón de ser de los memoriales del Holocausto. Por ello Elie Wiesel tituló La noche al primer tomo de su trilogía. En México convertimos en archivo al Palacio de Lecumberri. “Archivo: lugar donde se guardan documentos públicos y privados”, dice el diccionario. Donde se guarda, se archiva y se olvida la historia, digo yo. ¿Podremos encontrar el valor de asomarnos al espejo negro de Tezcatlipoca para reconocernos? Cuando se declaró el 2 de octubre como día de luto nacional y se dispuso que la bandera ondeara a media asta, se consumó la hazaña de mandar esa fecha al archivo cívico. El paso siguiente es que un desfile deportivo la conmemore, como hoy sucede con un 20 de noviembre expurgado de sangre, de violencia y de pasión. En México no pasa nada. Nuestra ancestral “cortesía” y el “respeto” genético al tlatoani inhibe cuestionar las intenciones de los gobernantes y de los ex gobernantes. Asombra y apena escuchar al coro de republicanos renacidos después de bañarse en las aguas del Jordán de la democracia. A nadie parece incomodar. El senador Pablo Gómez dijo desde la Tribuna de la Patria que para dar vuelta a la hoja, “primero hay que leerla completa”. A los antiguos luchadores, hoy fagocitados por el sistema, la historia les quema las manos. Muchos, demasiados, quieren dar vuelta a la hoja. Pocos quieren comprender su contenido, conocer a los responsables y darles el lugar que se ganaron en la historia, aunque ello fuera para que esto no vuelva a repetirse.

Pero la historia es una señora persistente y poco a poco revela evidencias con la esperanza de que algunos abran los ojos.

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