Miguel Ángel Sánchez de Armas
Este noviembre es el 86 aniversario del natalicio y el 16 de la muerte de uno de los grandes periodistas mexicanos de nuestro tiempo, Jesús Chucho Blancornelas.
No puedo hoy precisar la fecha en que nos conocimos. Quizá con Manuel Buendía a comienzos de los setenta o como enviado de alguno de los diarios que me sufrieron en sus redacciones. Durante años nos vimos ya en las oficinas de Zeta, el periódico que fundó en Tijuana, ya en conferencias a lo largo del país.
Nació en San Luis Potosí en 1936, en una generación que dio a otros reconocidos reporteros, como Benjamín Wong Castañeda y Fausto Zapata. Pero a diferencia de ellos, que sentaron plaza en los medios “nacionales” de la capital, Chucho tomó la decisión de militar en los abruptos terruños alejados del altiplano, en donde el ejercicio del periodismo crítico es una profesión de alto riesgo. Fue la misma decisión que tomó otro gran amigo mío, Elías Montañez, en Chihuahua.
Jesús era bajo de estatura, muy simpático, con mirada de duende y dueño de un enorme valor personal y profesional. Cuando fue víctima del ataque de unos sicarios que quisieron silenciarlo y quedó malherido, por su mente nunca pasó la idea de tirar la pluma.
Fue el primer reportero que poco después del episodio de Lomas Taurinas entrevistó a Mario Aburto, el asesino de Luis Donaldo Colosio, en la prisión de Almoloya.
Pero cuando tuvo una información sobre el magnicidio que a primera vista parecía una exclusiva mundial y comprobó que tenía inconsistencias, no la publicó.
“Prefiero perder una nota que perder credibilidad”, me dijo por teléfono desde Tijuana, en una lección que jamás olvidaré. Aquella noticia que resultó falsa estuvo en la primera plana de todos los periódicos, pero no en Zeta. Ni uno de los diarios que la recogieron, hasta donde sé, aceptó su error ni ofreció disculpas a los lectores. Aurea mediocritas.
Jesus fue un muy combativo, muy recto y muy responsable reportero. A lo largo de su carrera formó generaciones y fue reconocido. En 1988 la Universidad de Columbia le otorgó la medalla María Moors Cabot, el más antiguo reconocimiento internacional en periodismo. En 1999 recibió el Premio Mundial de la Libertad de Prensa de la UNESCO y en 2001 el Premio Nacional de Periodismo.
No puedo dejar pasar los aniversarios de mi querido amigo sin recordarlo. En su memoria comparto algo de lo que escribí en Juego de ojos el 13 de mayo de 1977 bajo el título “Zeta, Blancornelas, libertad de prensa” a propósito de uno de los acosos del poder que sufrió.
“La tentación de citar a Martin Niemöller de memoria es más fuerte que el peligro de equivocarme: …un día vinieron por los socialistas, y como yo no soy socialista, no dije nada. Luego apresaron a los comunistas, y como yo no soy comunista, guardé silencio. Hoy vinieron por mi… y ya nada puedo hacer…
“En la pradera de la libertad de expresión brotan de vez en vez, como chispas que buscaran combustible, hechos que a todos nos deben poner en guardia. Un reportero despedido por lanzar a la autoridad preguntas incómodas; una cuenta publicitaria cancelada horas antes de la transmisión de un reportaje sobre la vida poco edificante de un dignatario de la iglesia; un edil que ordena el retiro de revistas de los puestos… o el ataque al director de la más influyente publicación de la frontera norte a quien se quiere involucrar en un asesinato ante el asombro e indignación de los ciudadanos.
“El periódico es Zeta y el periodista es Jesús Blancornelas. En el más reciente intento por silenciar a este reportero, atestiguamos cómo un brutal crimen -el asesinato de dos personas- pretende ser utilizado como ariete en contra de Blancornelas y su casa editorial.
“El caso ha tenido amplio eco en la prensa nacional e internacional, por el olor a censura e intento de reprimir la libertad de expresión que tiene el asunto.
“¿Qué hacer para alertar a ese ciudadano que, como en el poema de Niemöller, da la espalda cuando otros, embozados o no, declaran abierta la temporada de caza de periodistas? ¿Cómo hacerle comprender que esas agresiones son contra él mismo y pueden dañarlo más pronto que tarde? Lo único que podemos hacer es no renunciar a nuestro derecho a la palabra.
“Joel Simon, en el Columbia Journalism Review, publicó un artículo que explica al lector del otro lado de la frontera los pormenores de este intento por silenciar a Zeta.
“Durante los 36 años de una carrera profesional como uno de los principales editores y periodistas de una de las ciudades más turbulentas en cuanto a noticias, J. Jesús Blancornelas ha experimentado el asesinato de un colega, la clausura de su periódico por oscuros líderes sindicales, y todas las copias de una edición periodística denunciatoria confiscadas por el gobierno.
“Como tenaz editor de uno de los periódicos más combativos de México, Blancornelas ha hecho bastantes enemigos. Al paso de los años, mientras otros periódicos locales reproducían boletines y alimentaban el oficialismo, Zeta investigaba el narcotráfico, el tráfico de ilegales y la corrupción de las autoridades -dando incluso nombres […]
“[…] A pesar de un avance dramático en la manera en que se hace periodismo en los medios mexicanos […] los señalamientos y recriminaciones en los diarios tijuanenses demuestran que para algunos la prensa sigue siendo un vehículo para atacar a los enemigos políticos. Y los crímenes, por sí mismos, reflejan un clima de creciente violencia que provoca miedo en mucha gente, incluyendo a los periodistas”.
El ejemplo de Jesús Blancornelas permanece entre nosotros. Lo recordamos siempre.
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