Miguel Ángel Sánchez de Armas
Al mediodia del miércoles 4 de octubre de 1911, una anciana bajita de resplandeciente cabellera blanca y atuendo victoriano, mejillas sonrosadas y mirada luminosa, salió del Palacio Nacional en el Zócalo y emprendió un paseo por las calles de la Ciudad de los Palacios antes de regresar a su hotel.
Era irlandesa avecindada en Pensilvania y viuda de un minero. Se llamaba Mary Jones. Tuvo una entrevista en el Salón Amarillio y esa misma tarde redactó un mensaje para sus compañeros de lucha en Chicago:
“Solo unas líneas para informarles que acabo de regresar del palacio en donde tuve una larga audiencia con el presidente De La Barra. […] Me garantizó protección y el derecho para organizar a los mineros de México. Esta es la primera vez que a alguien se le concede ese privilegio en la historia de la nación mexicana. […] También pasé una hora con el presidente electo Madero y me concedió la protección y ayuda del gobierno que pedí. Soy la primera persona a la que se le ha permitido llevar el estandarte de la libertad industrial a los peones que tanto han sufrido en esta nación.”
Esta aparentemente frágil abuelita era en realidad una dirigente social más aguerrida que Stalin, más radical que Bakunin y más endurecida que Trotsky.
Había saltado al escenario de la lucha obrera cuando perdió su taller de costura en el gran incendio de Chicago de octubre de 1871 y en vez de llorar o rezar se lanzó a una campaña para organizar a la clase obrera. En 1867 su marido y sus cuatro hijos habían muerto de fiebre amarilla.
Estuvo en la primera línea de los disturbios laborales en Pittsburgh en 1877 y en las manifestaciones del Chicago Haymarket en 1886. En los campos de carbón de antracita de Pensilvania marchó con las esposas de los mineros que derrotaron a los esquiroles “con escobas y trapeadores”. Atestiguó la “masacre de Ludlow” y en “la gran huelga del acero” de 1919 se destacó por sus arengas de apoyo a los trabajadores siderúrgicos.
A principios de la década de 1900, los empresarios conservadores gringos se santiguaban cuando aparecía en escena y la satanizaban como “la mujer más peligrosa de Estados Unidos”. Aseguraban que le bastaba mover un dedo “para que veinte mil trabajadores hasta ese momento pacíficos y contentos” dejaran tirado el trabajo.
En 1903, organizó a los menores que trabajaban en molinos y minas en una “Cruzada de los niños”, marcha que comenzó en Kensington, Filadelfia, y terminó en la puerta de la casa del presidente Teddy Roosevelt en Oyster Bay, Nueva York. Roosevelt se negó a hablar con ella, pero el incidente puso el tema del trabajo infantil en la agenda pública y en 1906 la Corte Suprema reguló la participación infantil en trabajo peligrosos.
Hoy la recordamos como Mother Jones y es una leyenda entre la clase obrera gringa. No es tan conocido que cuando esta abuela organizaba a los obreros en el suroeste de Estados Unidos, se percató de las atroces condiciones de sus hermanos mexicanos en las empresas yanquis protegidas por el porfiriato. Esa situación permitía que los dueños de las minas reclutaran esquiroles en México para romper huelgas en su país.
“Recaudó grandes sumas de dinero para ayudar a los dirigentes del Partido Liberal Mexicano tras su detención en 1909”, nos recuerda el gran historiador Friedrich Katz. Y viajó a México, en donde pudo hablar con los mineros y propalar el mensaje de que no debían ser los esquiroles de los patrones en Estados Unidos.
En 1913, cruzó de nuevo la frontera y fue a ver a Pancho Villa, quien le proporcionó un intérprete y le permitió dirigirse a los mineros de Chihuahua con el mismo mensaje. Un dato hoy olvidado aunque estemos en plena conmemoración del centenario del asesinato del Centauro del Norte.
Cuando fue arrestada y llevada ante un tribunal militar bajo cargos de conspiración para cometer asesinatos, Villa mandó una carta al presidente Woodrow Wilson -quien sentía admiración por el guerrillero- ofreciéndole canjear al hacendado Luis Terrazas a cambio de Mother Jones.
El periódico socialista Appeal to Reason publicó la carta en donde Villa se compromete a dejar en libertad a Terrazas si el presidente gringo “mostraba la misma consideración humanitaria con uno de sus propios ciudadanos, una mujer de más de ochenta años que ha sido ilegalmente privada de su libertad […] Me tomo la libertad de recordarle que […] Mother Jones viajó como organizadora de la Western Federation of Miners a través de México, con la plena protección del presidente Madero […] ¿Haría usted lo mismo por Mother Jones?”
Mother Jones siguió siendo organizadora de la United Mine Workers hasta la década de 1920 y estuvo involucrada en asuntos sindicales casi hasta su muerte en 1930.
Durante su vida fue conocida entre los obreros como “El ángel de los mineros”, incansable a pesar de los eventos trágicos que la agobiaron. Su feroz determinación se expresó en una famosa declaración: “Reza por los muertos y lucha como el demonio por los vivos”.
Cuando fue denunciada en el Senado como la “abuela de todos los agitadores”, respondió con la alegría que fue su sello a lo largo de su vida: “Espero vivir lo suficiente como convertirme en la bisabuela de todos los agitadores”.
A los noventa años escribió su autobiografía, en donde su poderosa voz recoge el sufrimiento de las familias mineras de su patria:
“La historia del carbón es siempre la misma. Es una historia negra. Por un instante más de luz, los hombres deben luchar como fieras. Por el privilegio de ver el color de los ojos de sus hijos a la luz del sol, los padres deben luchar como bestias en la selva. Que la vida pueda tener algo de decencia, algo de belleza -un cuadro, un vestido nuevo, un trozo de encaje barato ondeando en la ventana- para eso, los hombres que trabajan en en el fondo de las minas deben luchar y perder, luchar y ganar.”
En Pasta de Conchos, en Sabinas, en Múzquiz y en los tajos abiertos de Coahuila, en Nukay y en los socavones de Guerrero, el espíritu de Mother Jones vaga entre sollozos.