Miguel Ángel Sánchez de Armas
En recuerdo de Adalberto Ríos Szalay,
constructor de memorias y querido amigo.
Dice Christopher Hitchens que si Lenin no hubiera acuñado la máxima “el corazón en llamas y el cerebro en hielo”, ésta habría sido el lema heráldico de George Orwell, “cuya pasión y generosidad sólo fueron superadas por su desprendimiento y reserva”.
A 74 años de la muerte del periodista, escritor y luchador social indio-inglés, su obra permanece como testimonio de una generación, no perdida —como supondría Gertrude Stein—, sino dolorosamente consciente de su tiempo.
A la pluma de Blair debemos textos que iluminan el camino de lo humano, que explican los rincones del alma o que contribuyeron a descubrir el verdadero rostro del “socialismo” estalinista y que se alzaron contra la barbarie que azotó como vendaval de invierno al mundo en la primera mitad del siglo pasado.
“Mientras escribo, hombres altamente civilizados vuelan sobre mí empeñados en reducirme a cenizas”, escribió en uno de los ensayos más lúcidos sobre el frenesí exterminador nazi. Y en otro texto memorable, hizo que uno de sus personajes, un cerdo dotado de inteligencia, plasmara la consigna que sigue animando a corrientes políticas a lo largo y ancho del planeta, sin excluir a México: Todos los animales son iguales… ¡pero unos son más iguales que otros!
La fuerza de Orwell, nacido Eric Arthur Blair, es el lenguaje. Vivió con la convicción de que el mundo se puede cambiar con la herramienta poderosa de la letra escrita, bruñida y dura como la obsidiana, pero también en ocasiones el autor debe empuñar un fusil. Blair-Orwell estuvo en las trincheras y más de una vez miró a la cara a la muerte, pues se veía a sí mismo como combatiente, tanto en las trincheras y entre los obuses como entre la tinta y el papel.
En 1946 publicó un ensayo sobre la relación de la política y el lenguaje que, dice la revista colombiana El Malpensante, es un clásico del pensamiento político y la literatura del siglo XX. Se titula «La política y el lenguaje inglés», pero su mensaje se aplica a cualquier idioma y a cualquier sociedad. Lejos de alumbrar el camino a una sociedad más igualitaria y democrática, dice, el «lenguaje de la política» pareciera levantar muros y colocar obstáculos.
Como lectura para cerrar la semana llamada santa, comparto algunos párrafos de la traducción de Alberto Supelano al artículo de Orwell. El lector puede sustituir la palabra «inglés» por «español» y, si piensa en la barahúnda que está asfixiando al país en esta época electoral, lo mismo desde la conducción del Estado como desde las campañas, el resultado será igual de impresionante.
“La mayoría de las personas que de algún modo se preocupan por el tema admitiría que el lenguaje va por mal camino, pero por lo general suponen que no podemos hacer nada para remediarlo mediante la acción consciente. Nuestra civilización está en decadencia y nuestro lenguaje —así se argumenta— debe compartir inevitablemente el derrumbe general. Se sigue que toda lucha contra el abuso del lenguaje es un arcaísmo sentimental, así como cuando se prefieren las velas a la luz eléctrica o los cabriolés a los aeroplanos. Esto lleva implícita la creencia semiconsciente de que el lenguaje es un desarrollo natural y no un instrumento al que damos forma para nuestros propios propósitos.
“Ahora bien, es claro que la decadencia de un lenguaje debe tener, en últimas, causas políticas y económicas: no se debe simplemente a la mala influencia de éste o aquel escritor. Pero un efecto se puede convertir en causa, reforzar la causa original y producir el mismo efecto de manera más intensa, y así sucesivamente. Un hombre puede beber porque piensa que es un fracasado, y luego fracasar por completo debido a que bebe. Algo semejante está sucediendo con el lenguaje inglés. Se ha vuelto tosco e impreciso porque nuestros pensamientos son disparatados, pero la dejadez de nuestro lenguaje hace más fácil que pensemos disparates. El punto es que el proceso es reversible. El inglés moderno, en especial el inglés escrito, está plagado de malos hábitos que se difunden por imitación y que podemos evitar si estamos dispuestos a tomarnos la molestia. Si nos liberamos de estos hábitos podemos pensar con más claridad, y pensar con claridad es un primer paso hacia la regeneración política: de modo que la lucha contra el mal inglés no es una preocupación frívola y exclusiva de los escritores profesionales.”
En este punto, Orwell recupera cinco pasajes de otros tantos autores que analizará como ejemplos de esta corrupción del lenguaje y, por tanto, de la política. Explica que cada uno de ellos tiene faltas propias, “pero, además de la fealdad evitable, tienen dos cualidades comunes. La primera, las imágenes trilladas; la segunda, la falta de precisión. El escritor tiene un significado y no puede expresarlo, o dice inadvertidamente otra cosa, o le es casi indiferente que sus palabras tengan o no significado. Esta mezcla de vaguedad y clara incompetencia es la característica más notoria de la prosa inglesa moderna, y en particular de toda clase de escritos políticos. Tan pronto se tocan ciertos temas, lo concreto se disuelve en lo abstracto y nadie parece capaz de emplear giros del lenguaje que no sean trillados: la prosa emplea menos y menos palabras elegidas a causa de su significado, y más y más expresiones unidas como las secciones de un gallinero prefabricado. A continuación enumero, con notas y ejemplos, algunos de los trucos mediante los que se acostumbra a evadir la tarea de componer la prosa:
“Metáforas moribundas. Una metáfora que se acaba de inventar ayuda al pensamiento evocando una imagen visual, mientras que una metáfora técnicamente ‘muerta’ (por ejemplo, ‘una férrea determinación’) se ha convertido en un giro ordinario y por lo general se puede usar sin pérdida de vivacidad. Pero entre estas dos clases hay un enorme basurero de metáforas gastadas que han perdido todo poder evocador y que se usan tan sólo porque evitan a las personas el problema de inventar sus propias frases.
“[…] Operadores o extensiones verbales falsas. Éstas evitan el problema de elegir los verbos y sustantivos apropiados, y al mismo tiempo atiborran cada oración con sílabas adicionales que le dan una apariencia de simetría.
“[…] Dicción pretenciosa. Palabras como fenómeno, elemento, individual (como sustantivo), objetivo, categórico, efectivo, virtual, básico, primario, promover, constituir, exhibir, explotar, utilizar, eliminar, liquidar, se usan para adornar una afirmación simple y dar un tono de imparcialidad científica a juicios sesgados.
“[…] Palabras sin sentido. En ciertos escritos, en particular los de crítica de arte y de crítica literaria, es normal encontrar largos pasajes que carecen casi totalmente de significado. Palabras como romántico, plástico, valores, humano, muerto, sentimental, natural, vitalidad, tal como se usan en crítica de arte, son estrictamente un sinsentido, por cuanto no sólo no señalan un objeto que se pueda descubrir, sino que ni siquiera se espera que el lector lo descubra.
“[…] Después de haber expuesto este catálogo de estafas y perversiones, permítanme dar otro ejemplo del tipo de escritura que lleva a ellas. Esta vez su naturaleza debe ser imaginaria. Voy a traducir un pasaje de buen inglés en inglés moderno de la peor especie. He aquí un verso muy conocido del Eclesiastés:
“Retorné y vi que bajo el sol la carrera no es de los veloces, ni la batalla de los fuertes, ni el pan para el sabio, ni las riquezas para los hombres de conocimiento, ni el favor para los capaces; sino que el tiempo y la oportunidad acontecen a todos ellos.
“Aquí en inglés moderno:
“Las consideraciones objetivas de los fenómenos contemporáneos obligan a concluir que el éxito o el fracaso en las actividades competitivas no exhibe ninguna tendencia conmensurable con la capacidad innata, sino que es un notable elemento de que lo imprevisible debe tenerse invariablemente en cuenta.
“Ésta es una parodia, pero no muy tosca. […] La tendencia general de la prosa moderna es alejarse de la concreción. […] Como he intentado mostrar, lo peor de la escritura moderna no consiste en elegir las palabras a causa de su significado e inventar imágenes para hacer más claro el significado. Consiste en pegar largas tiras de palabras cuyo orden ya fijó algún otro, y hacer presentables los resultados mediante una trampa. […] Muletillas como ‘una consideración que debemos tener en mente’ o ‘una conclusión con la que todos estaríamos de acuerdo’ ahorran a muchos una expresión cuya construcción les produciría un síncope. El empleo de metáforas, símiles y modismos trillados ahorra mucho esfuerzo mental, a costa de que el significado sea vago, no sólo para el lector sino también para el que escribe.
“[…] En nuestra época es una verdad general que los escritos políticos son malos escritos. Cuando no es así, el escritor es algún rebelde que expresa sus opiniones privadas y no la ‘línea del partido’. La ortodoxia, cualquiera que sea su color, parece exigir un estilo imitativo y sin vida. Los dialectos políticos que aparecen en panfletos, artículos editoriales, manifiestos, libros blancos y discursos de los subsecretarios varían, por supuesto, entre un partido y otro, pero todos se asemejan en que casi nunca emplean giros de lenguaje nuevos, vívidos, hechos en casa. Cuando un escritorzuelo repite mecánicamente frases trilladas en la tribuna […] se tiene el extraño sentimiento de no estar viendo a un ser humano vivo sino a una especie de maniquí: un sentimiento que se torna más intenso en los momentos en que la luz ilumina los anteojos del orador y se ven como discos vacíos detrás de los cuales no parece haber ojos. Y esto no es del todo imaginario. Un orador que emplea esa fraseología ha tomado distancia de sí mismo y se ha convertido en una máquina. De su laringe salen los ruidos apropiados, pero su cerebro no está comprometido como lo estaría si eligiese sus palabras por sí mismo. Si el discurso que está haciendo es un discurso que acostumbra a hacer una y otra vez, puede ser casi inconsciente de lo que está diciendo, como quien entona letanías en la iglesia. Y este reducido estado de conciencia, aunque no es indispensable, es de todos modos favorable para la conformidad política.
“[…] El estilo inflado es en sí mismo un tipo de eufemismo. […] El gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo que expulsa tinta para ocultarse.”