Miguel Ángel Sánchez de Armas
Este mes se conmemora el 55 aniversario del asesinato de Martin Luther King, el paladín de los derechos civiles cuya vida y asesinato fueron parteaguas en la nación vecina que en estas fechas se apresta a llevar a juicio a un expresidente al que sólo se puede tachar Este mes se conmemora el 55 aniversario del asesinato de Martin Luther King, el paladín de los derechos civiles cuya vida y asesinato fueron parteaguas en la nación vecina que en estas fechas se apresta a llevar a juicio a un expresidente al que sólo se puede tachar de miserable. de miserable.
Y en unas semanas será el 58 de la marcha de Selma, la poderosa movilización de 1965 que galvanizó el movimiento para dar el voto a los ciudadanos negros en Estados Unidos.
Recordar a King nos lleva a invocar la memoria de otro gigante: Mohandas Karamchand Gandhi, el Mahatma, y otra marcha, la de la sal, que hace 93 años fusionó la energía social que habría de culminar con la independencia de la India, llamada el Raj Británico, joya de la corona del imperio que la pérfida Albión amasijo con la sangre y el sufrimiento de pueblos en donde nunca se ponía el sol.
Gandhi arrancó en su áshram de Ahmedabad y peregrinó un mes hasta el Océano Índico para fabricar sal. Este a primera vista trivial gesto fue como un torpedo en la línea de flotación del gobierno colonial que mantenía un enfermizo control arancelario y de producción sobre un producto que es esencial para la vida. El ejemplo movilizó a millones.
Martin Luther King arrancó su caminata en Selma y peregrinó tres días a la capital del estado, Montgomery. Este a primera vista trivial gesto fue como un torpedo en la línea de flotación del racismo, que mantenía un enfermizo control sobre los procesos electorales a favor de los blancos. El ejemplo movilizó a millones (Alabama era la catedral del racismo, con acólitos del ku klux klan y George Wallace oficiando en el altar de la discriminación) e impulsó a Washington a promulgar ese mismo año una Ley de Derechos Electorales.
Tenemos mucho que aprender de estos episodios. Juzgados como nimiedades desde el poder, desataron fuerzas sociales que precipitaron cambios que a su vez transformaron el mundo en el que hoy vivimos. Gandhi y King supieron insertar en el imaginario colectivo la noción de que el mundo puede cambiar si muchos individuos tienen determinación y asumen el compromiso, lo que Amos Oz llamó “la orden de la cucharita” en su célebre homilía en contra del fanatismo.
Bien harían en tomar nota nuestros políticos vernáculos ocupados en ridiculizar y satanizar las recientes marchas cívicas celebradas en México: serán recordadas en el futuro como las semillas del cambio.
Cuando la marcha de Selma, King ya había recibido el Premio Nobel de la Paz. Y dos años antes había pronunciado desde las escalinatas del Monumento a Lincoln en la capital estadounidense una de las piezas oratorias más significativas en su movimiento. Hoy sigue inspirando a luchadores en todo el mundo. Con motivo del doble aniversario, hoy comparto con los lectores de JdO algunos extractos:
“Hace cien años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó un gran rayo de luz y de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el negro vive en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el negro todavía languidece en las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra desterrado en su propia tierra.
“Por eso, hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa. En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
“Es obvio hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el sello de ‘fondos insuficientes’. Pero nos rehusamos a creer que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la libertad y de la seguridad de justicia.
“También hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados Unidos la urgencia impetuosa del ahora. Este no es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca sólida de la hermandad.
“Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no darle la importancia a la decisión de los negros. Este verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros, no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad e igualdad.
“Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.
“Hay quienes preguntan a los partidarios de los derechos civiles, “¿Cuándo quedarán satisfechos?”
“Nunca podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos, fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que “la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente”.
“Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño “americano”.
“Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: “Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales”.
“Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.
“Sueño que un día, incluso el estado de Misisipi, un estado que se sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se convertirá en un oasis de libertad y justicia.
“Sueño que mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad.
“¡Hoy tengo un sueño!
“Sueño que un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases de interposición entre las razas y anulación de los negros, se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras, puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y caminar unidos, como hermanos y hermanas.
“¡Hoy tengo un sueño!
“Sueño que algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será revelada, y se unirá todo el género humano.
“Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres.
“Cuando repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios, negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del viejo espiritual negro: ‘¡Libres al fin! ¡Libres al fin! Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!’”